Ricky Gervais y Stephen Merchant revolucionaron la comedia con The Office, una anti-sitcom que hacía de la vergüenza ajena y de lo incómodo, su bandera. Más o menos al mismo tiempo que Larry David con Curb your Enthusiasm, Gervais nos invitaba a ¿reír? con oficinistas antipáticos haciendo el ridículo. Tras esta, otras series como Extras o Life´s Too Short fueron sumando a una obra cómica que se complementaba con las intervenciones de Gervais como presentador en los premios Globos de Oro, en los que se ganaría la antipatía de Hollywood y de los espectadores ansiosos de glamour y buen rollo, que consideran sus comentarios incorrectos e innecesarios. Con esos antecedentes, puede sorprender After Life, en la que Gervais da un paso de madurez con respecto a su obra anterior, que buscaba sobre todo la provocación, pero que se atreve, aquí, a mostrar un lado sensible, humano y hasta cursi, del cómico conocido por su procacidad. En realidad, Gervais simplemente continúa la línea de Derek, manteniendo a varios actores del reparto y hablando, de nuevo, de personajes rechazados, en los márgenes de la normalidad. La premisa de After Life es sencilla: Tony (Ricky Gervais) ha perdido a su mujer, Lisa (Kerry Godliman), víctima del cáncer, y no consigue sobreponerse a su pérdida. Albert Camus diría que Tony ha despertado al absurdo de la existencia, y al sinsentido de una vida que necesariamente ha de acabar en la decadencia física y en la muerte. Como propone Camus en El mito de Sísifo, Tony se enfrenta diariamente a la gran cuestión de si debe suicidarse, o no. Ante la confianza de que puede quitarse la vida en cualquier momento, Tony decide hacer y, sobre todo, decir, lo que le da la gana. Lo que le convierte en un tipo bastante antipático, que siempre dice 'la verdad' -tema presente en el film de Gervais, Increíble pero falso (2009)-. Con esta simple premisa, Gervais compone una serie sobre la idea de que, en la vida, hay más razones para estar triste, que para ser feliz: la enfermedad, la muerte, la soledad, la prostitución, las drogas, los desengaños amorosos, el machismo, y sobre todo, la estupidez humana. Vamos, que Gervais reúne todos los temas tabú, esos de los que nadie se debería reír, y los convierte en comedia. Coge los 'límites del humor' y los convierte en el punto de partida de su serie, en la que siempre termina ganando la tristeza a la risa. Si antes he mencionado el mito de Sísifo, en la serie, Tony repite en cada episodio el mismo itinerario: ver vídeos de su mujer fallecida, sacar a pasear a su perro, cruzarse con su cartero, ver a su sobrino en el colegio, trabajar en la redacción de un periódico local, cubrir alguna noticia absurda, visitar a su padre en la residencia, visitar la tumba de su mujer, emborracharse y llorar. En cada episodio de los 12 que componen las dos temporadas de esta serie disponible en Netflix, ocurre exactamente esto. Todos los episodios son iguales, repetitivos y tristes, en un ejercicio suicida por parte de Gervais, que, en mi opinión, se dedica a reflexionar sobre la vida y la muerte de forma brillante. Gervais, ateo feroz, no ofrece consuelo, pero busca en los diálogos con los otros personajes, una salida a sus desesperación, una forma de darle sentido a una vida de sufrimiento. Un empeño inútil, aunque en el esfuerzo encuentre algunos instantes fugaces de alegría, que no de felicidad. En esta estructura inamovible de After Life, en la que siempre pasa lo mismo, en la que la evolución de las situaciones es mínima -Tony compara su vida con Atrapado en el tiempo (1993)- me recuerda Gervais a Penauts, la tira de cómics de Charles M. Schulz, presuntamente infantil, en la que los niños son adultos frustrados, nostálgicos, atrapados en una infancia sin fin: Charlie Brown nunca podrá patear el balón de football que le coloca Lucy, como Tony no termina de olvidar a su amada Lisa. After Life es sobre todo una reflexión acerca de la vida... en pareja. Sobre si vale la pena amar, cuando sabemos que, tarde o temprano, nos veremos separados del ser amado, por el divorcio, por las infidelidades, o finalmente, por la muerte. Gervais explora todas las variantes de las relaciones de pareja. El ejemplo extremo es el psiquiatra (Paul Kaye), un cerdo que construye una falsa masculinidad utilizando a las mujeres como objetos sexuales, y un buen ejemplo del genio de Gervais: los chistes grotescos de adolescente salido del psiquiatra, le sirven para una reflexión muy profunda sobre la psicología del machista, un tipo cobarde que teme enamorarse y ser rechazado. Que teme acabar tan triste como Tony.
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