Aún así, lo principal es la intriga de la investigación de Laia, por un lado, y los movimientos de los policías por otro. La trama está marcada por giros y revelaciones -lamentablemente, algunos muy predecibles- que soportan una historia que, al mismo tiempo, pone el acento en sus personajes. Esta es quizás la principal debilidad de Antidisturbios, porque el retrato, en cada episodio, de un personaje, es irregular. Ya he hablado de la investigadora de asuntos internos, Laia, bien interpretada por Luengo, un personaje antipático pero muy interesante, que en mi opinión sigue el esquema ya manido de otras heroínas catódicas, concretamente la Carrie Mathison (Claire Danes) de Homeland. Adivinamos en el comportamiento de Laia algún trastorno psicológico que la lleva a realizar su trabajo de forma obsesiva, empeñada en la corrección de las formas y los procesos, más que en la justicia como tal. Laia no parece preocuparse por las personas que la rodean y comete acciones difíciles de justificar, que, personalmente, me chirrían un poco. El resto del reparto funciona francamente bien: un malencarado Raúl Arévalo ofrece matices interesantes; Hovik Keuchkerian está magnífico como una figura paterna para sus compañeros; Roberto Álamo también está muy bien y su personaje expresa los problemas psicológicos derivados de la presión a la que se enfrentan estos agentes. Álex García sale bien parado de un papel que cae en el estereotipo y Patrick Criado borda un personaje también predecible, el de niñato violento, siempre a punto de saltar. A Raúl Prieto le toca en suerte el peor de todos, en mi opinión, un acosador y maltratador, cuya subtrama se aleja un poco del tema central, y parece pensada solo como denuncia del machismo en el cuerpo policial. Parece lógico que la serie no haya gustado a los policías: el retrato del cuerpo es muy oscuro y pocos saben diferenciar realidad y la ficción.
Cada episodio nos va dando pinceladas de los policías, pero no profundiza realmente en sus situaciones vitales. En este sentido, Antidisturbios se queda a medio camino entre el largometraje, en el que quizás habría quedado todo mejor atado, y el formato serial. Con más capítulos se habría evitado un final apresurado que se apoya en varias elipsis y se habría podido matizar un poco más a lo agentes. Aún así, creo que Sorogoyen y Peña juegan -como nos tienen acostumbrados- a la ambigüedad, a no mostrarnos a sus personajes como positivos o negativos, una intención loable y valiente. Pero también es cierto que, si bien todos los personajes tienen defectos, algunos imperdonables, tras el desenlace de la historia me queda la sensación de que sí hay héroes y villanos. El uso de elementos reconocibles de nuestra realidad aporta debate, pero también puede llevar a una leer en la serie una posición política que denuncia desahucios y pateras, sí, pero que sobre todo critica la España de Rajoy, la de la corrupción inmobiliaria, la de las cloacas del Estado del comisario Villarejo y la del conflicto catalán. ¿Es la intención de los autores lanzar un mensaje político o simplemente se valen de elementos reconocibles para provocar reacciones en el espectador? Sea como sea, Antidisturbios ofrece simultáneamente una mirada pesimista de la realidad, en la que los héroes fracasan contra el sistema, y una mirada de nuestro país. Elegid vosotros qué queréis ver.
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