La directora francesa Céline Sciamma -Retrato de una mujer en llamas (2019)- ha presentado en el festival de Cannes y en el de San Sebastián la película Petite Maman. Se trata de un film pequeño -apenas aparecen cinco actores y casi toda la acción transcurre en una sola localización- pero con una gran capacidad para emocionar. La historia es difícil de describir sin desvelar sus secretos: una niña, Nelly (Joséphine Sanz) acaba de perder a su abuela y debe acompañar a sus padres -interpretador por Stéphane Varupenne y Nina Meurisse- al campo para vaciar la vieja casa familiar. En ese extraño período, tras la muerte de un ser querido, Nelly encontrará una amiga inesperada, Marion (Gabrielle Sanz), cuya identidad es el gran misterio de la cinta. Sin embargo, Sciamma no le da demasiada importancia a dicha intriga, cuya resolución, más que sorprender, produce maravilla y sobre todo ternura. Petite Maman es un precioso retrato de la infancia, de la fantasía y los juegos de los niños, de cómo el patio detrás de casa, el bosque, una cabaña de madera, se pueden convertir en los escenarios de una gran aventura. Sciamma nos regala una bonita película sobre la familia: la relación de Nelly con su padre -cariñosa, pero algo distante- y la de la niña con su madre y con su abuela. Tres mujeres que forman parte de una línea generacional que Nelly descubrirá de la forma más fantástica posible, gracias a una idea tan sencilla como afortunada, que sin grandes alardes permite explorar temas como las relaciones madre/hija y la amistad. Petite Maman es algo así como si Regreso al futuro (1985) hubiera nacido en la Nouvelle Vague y con una perspectiva femenina. Lo mejor, dejarse llevar por la inocencia y la imaginación de esta película. Lo peor: que esta maravilla nos pase desapercibida por lo sutil y lo sencillo de sus planteamientos.
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