MAL VIVIR -TRES MUJERES

 

Mal vivir (2023) del portugués João Canijo fue merecedora del Premio del Jurado en el Festival de Berlín. Estamos ante un drama contundente, que explora rigurosamente las relaciones de sus personajes, todas mujeres, que pertenecen a tres generaciones diferentes. La relación angular la marcan una madre, Piedade (Anabela Moreira) y su hija, Salomé (Madalena Almeida). Piedade sufre problemas de salud mental -una fuerte depresión- y mantiene una relación tóxica con su hija, que intenta reconciliarse con ella pero también escapar de su sombra. Piedade, a su vez, mantiene una problemática relación con su propia progenitora, Sara (Rita Blanco), una madre terrible, castradora, que se comporta como una matriarca inalcanzable para sus hijas y nieta. Este cuadro familiar se completa con la hermana de Piedade, Raquel (Cleia Almeida), y una amiga de la infancia de la familia, la cocinera Ângela (Vera Barreto). Canijo nos presenta un drama femenino de emociones intensas, de conflictos que parecen irresolubles, con interpretaciones imponentes, de aliento bergmaniano. La clave de la película es cómo nos muestra Canijo ese drama familiar, que podría haberse escenificado perfectamente sobre las tablas de un escenario teatral. Pero la cámara del portugués evita en todo momento el acento. Establece el plano y se mantiene él, dejando que sean los personajes los que se mueven delante de la cámara, incluso cuando los límites del encuadre cortan sus cuerpos o nos impiden ver el rostro del que habla. El emplazamiento de la cámara establece siempre una distancia entre el drama y el espectador. Nos convierte en testigos morbosos de cuanto ocurre. En la película abundan los planos generales o se interponen puertas, ventanas, cristales entre nuestros ojos y las que sufren, incluso en los momentos más trágicos de la trama. La fotografía de la directora Leonor Teles resulta sobrecogedora, pintando cuadros sobre la pantalla que expresan de forma subyugante la soledad, el aislamiento, la incomunicación entre las mujeres de esta familia. Pero quizás la clave de Mal vivir es el escenario en el que se desarrolla la historia: un hotel. Un lugar impersonal, un sitio de paso, aséptico, un no-lugar en el que, sin embargo, presenciamos terribles discusiones familiares -también entre los huéspedes- sobre los asuntos más íntimos posibles. Este contraste es tremendo y supone una incomodidad para el espectador que imprime una tensión muy peculiar y que convierte a esta película en algo único. Mal vivir es un drama que se cocina a fuego lento, es cierto, pero hay que dejarse llevar por la tristeza dulce de sus hermosas imágenes y, sobre todo, por las poderosas emociones que transmiten sus actrices.

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