SASQUATCH SUNSET - ESLABONES PERDIDOS


 En 1967 se rodó la conocida película de Patterson, en la que un supuesto Pie Grande camina por el bosque alejándose del objetivo de la cámara. El metraje, de apenas unos segundos de duración, es considerado un fraude por la mayoría de los expertos: un hombre en un traje de gorila. Un año después se estrenaba el clásico de la ciencia ficción, El planeta de los simios (1968) en el que destacaban los maquillajes y las prótesis creadas por John Chambers, quien, por cierto, fue uno de los sospechosos de haber creado el traje de la película de Patterson. Chambers lo negó, como también lo negaría otro experto en crear simios falsos, Rick Baker, que pocos años más tarde fabricó el peludo traje de El monstruo de las bananas (Schlock) (1973), un disfraz de gorila que llevó el director de la película, John Landis -Baker, mucho después, fabricó el estupendo Pie Grande animatrónico de Harry y los Henderson (1987)-. Curiosamente, el mismo año de El planeta de los simios se estrenó la mejor película de ciencia ficción de todos los tiempos, 2001: Una odisea del espacio (1968), en cuyo prólogo se nos presenta el amanecer del hombre, en el que vemos una tribu de primates prehistóricos -creados por Stuart Freeborn-, los antecesores del homo sapiens. Ese primer tercio de la película de Stanley Kubrick parece la principal inspiración de Sasquatch Sunset (2024), cinta dirigida por los hermanos David y Nathan Zellner -produce Ari Aster-, en la que se nos presenta una de las propuestas más peculiares del año. La película nos muestra un año en la vida de una familia de cuatro eslabones perdidos, interpretados por Jesse Eisenberg, Riley Keough, Christophe Zajac-Denek y el propio Nathan Zeller como el macho alfa. A estos seres primitivos los vemos buscando comida, construyendo refugios, manteniendo relaciones sexuales y, sobre todo, haciendo el idiota. La clave de la comicidad de Sasquatch Sunset está en los disfraces, en las caracterizaciones de los Big Foot -diseñados por Steve Newburn- utilizados de forma paródica, imitando actitudes humanas reconocibles. El humor es sobre todo escatológico: veremos penes, orines, excrementos y, también, algunas muertes que responden a un humor más negro -hay también un guiño cómico, muy loco, a otra película de Kubrick, El resplandor (1980)-. Así transcurre la cinta, casi como un documental, en la que también hay que destacar la fotografía de Mike Gioulakis y la música de The Octopus Project. Cuando parece que el chiste se ha agotado, los hermanos Zellner son capaces de proponer una reflexión existencialista sobre lo que nos diferencia de los animales -¿Enterrar a nuestros muertos?- y lo que significa ser humano; además de proponer, en tono crepuscular, a los Sasquatch como los últimos de su especie, en un claro alegato ecologista, aunque sea de refilón. Una película diferente.

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