Si estáis lejos de vuestra familia estas Navidades, o si directamente os aburren vuestros parientes, un buen sustitutivo es Muchos hijos, un mono y un castillo. El documental del actor Gustavo Salmerón consigue el pequeño milagro de hacernos sentir, durante 90 minutos, parte de su familia. Esto se debe a la honestidad con la que muestra a sus parientes y su peculiar idiosincrasia. Salmerón ha hecho una película tan desquiciada como divertida, algo así como el vídeo casero más gracioso -y bonito- de la historia. Y el primero que alguien ajeno a la familia protagonista querrá ver. En el centro de todo está Julita, matriarca del clan Salmerón, que hace bueno -por segunda vez en la historia, tras la de Paco León- aquello de "mi madre es un personaje". Julita es una mezcla explosiva de inocencia e ilusión, con la sabiduría que aportan los años sobre los reveses de la vida. Tengo que destacar especialmente su capacidad asombrosa para hablar de temas profundos -casi siempre de la muerte- para luego rematar su discurso con una ocurrencia excéntrica, que provoca auténticas carcajadas. La película de Salmerón está hecha con el detrás de las cámaras, con los gazapos, con la vida que surge cuando los protagonistas creen que ya no se está grabando. El montaje hace de estos momentos una comedia fantástica, que un guión literario tendría complicado igualar. Pero no se equivoquen, Julita acaba "interpretando", entra en el juego de su hijo y domina cada plano como si fuera una actriz cómica consumada. Alrededor de ella conoceremos a la familia Salmerón, un padre y muchos hermanos, que forman algo así como un coro para Julita y sus ocurrencias. La más grande de estas, sin duda, la de comprar el castillo del título, cuya mudanza constituye el episodio principal de la historia, dejando al descubierto la agobiante capacidad de esta gente para acumular trastos, muy cerca del síndrome de Diógenes. Muchos hijos, un mono y un castillo sorprende por su capacidad para hacer reír, para divertir, y para provocar sentimientos por los Salmerón, por los que llegamos a sentir una mezcla de pudor y de amor. Como si fuera nuestra propia familia.
BRIGHT -BLOCKBUSTER DE ANDAR POR CASA
Mientras Star Wars: El último Jedi bate récords en las salas de cine, Netflix sigue apostando fuerte por un modelo diferente de consumo cinematográfico. La promoción de Bright hace pensar en un estreno en cines, con trailer y carteles en las calles. Protagoniza toda una estrella taquillera -aunque venida a menos- como Will Smith -Independence Day (1996)- quien paradójicamente se convirtió en lo que es gracias a la televisión -El príncipe de Bel-Air (1990-1996)-. Dirige David Ayer -guionista de Training Day (20019- que aquí se recupera parcialmente del desastre de Escuadrón suicida (2016). El guión es de Max Landis -hijo de John Landis- y de irregular carrera -Chronicle (2012), American Ultra (2015) y Víctor Frankenstein (2015)- que aquí propone una buddy movie en la que Smith es un policía humano y su compañero es un orco, interpretado por Joel Edgerton -El regalo (2015), Loving (2016)-. Estamos en un mundo que parece una secuela muy tardía -2.000 años después- y urbana -en Los Angeles- de El señor de los anillos (Peter Jackson, 2001). La idea tiene gracia, pero el desarrollo carece del ingenio necesario para que la historia resulte fresca. El orco de Edgerton está desaprovechado y no se explota su relación con Smith: recordemos que este tiene experiencia en este tipo de papeles -Dos policías rebeldes (1994), Men In Black (1997)-. En el mundo que dibuja Bright los conflictos raciales, de clase, la crisis económica y la corrupción policial conviven con elfos, hadas, centauros y varitas mágicas. Esto, que podría ser muy estimulante, se queda en ideas que Landis va apuntando sin darles más recorrido. Consigue hacer el relato entretenido, sin duda, pero pronto el argumento parece rutinario, ya visto. Y es que, al menos yo, todavía recuerdo Alien nación (1988). A pesar de algunos chistes afortunados, de unas pocas escenas de acción espectacular, de caras conocidas en el reparto -Noomi Rapace, Edgar Ramírez- y del intento de buscar ecos de crítica social -al estilo de la estupenda Distrito 9 (2009)- nada hace que Bright resulte mínimamente memorable al acabar su visionado, tras el cual, simplemente, apagaremos la tele. ¿Sería mayor la decepción si saliéramos de una sala de cine?
LAS MEJORES PELÍCULAS Y SERIES DE 2017
Un año más, emprendo la complicada tarea de elegir las mejores películas y las mejores series del año. Quiero aclarar que la lista que sigue atiende, primero, a mis gustos y no se puede considerar ni remotamente objetiva. Este año, solo en cines, he visto casi 120 películas y no me atrevo a contar las series a las que le he echado un vistazo. Sin embargo, la totalidad del audiovisual es inabarcable, por lo que tengan ustedes en cuenta que esta lista es necesariamente parcial e incompleta. He decidido, además, no incluir films estrenados en España en 2017, pero que han sido ya premiados en los Oscars: La La Land, Moonlight, Loving y Toni Erdmann merecen estar aquí, pero se quedan un poco lejos en el tiempo. Dicho esto, espero vuestras películas y series del año en los comentarios.
MEJORES PELÍCULAS 2017
1. Dunquerke de Christopher Nolan
No es una película perfecta, pero resulta complicado no rendirse ante la ambición de Nolan y sobre todo a su pericia técnica, su esfuerzo por recrear físicamente un episodio épico pero anticlimático de la Segunda Guerra Mundial. Dunquerke es una experiencia cinematográfica total.
2. Una mujer fantástica de Sebastián Lelio
3. Crudo de Julia Ducornau
4. A Ghost Story de David Lowery
5. Baby Driver de Edgar Wright
6. La guerra del planeta de los simios de Matt Reeves
7. It de Andy Muschietti
8. Verano 1993 de Carla Simón
9. Coco de Lee Unkrich y Adrián Molina
MEJORES SERIES 2017
1. The Deuce de David Simon y George Pelecanos
La nueva serie del creador de The Wire es simplemente magistral, con unos personajes fantásticos, con detalles tan realistas como apasionantes sobre el terrible mundo de la prostitución y de fondo, la habitual crítica del capitalismo de Simon.
2. Mindhunter de Joe Penhall
3. Twin Peaks de David Lynch y Mark Frost
4. The Handmaid´s Tale de Bruce Miller
5. Fargo (tercera temporada) de Noah Hawley
6. The Leftovers (tercera temporada) de Tom Perrotta y Damon Lindelof
7. Master of None (segunda temporada) de Aziz Ansari y Alang Yang
8. Girls (sexta temporada) de Lena Dunham
9. Legion de Noah Hawley
10. Better Call Saul (tercera temporada) de Vince Gilligan y Peter Gould
STAR WARS: EPISODIO VIII -LOS ÚLTIMOS JEDI - LA FUERZA CONTRAATACA
Mientras los críticos de cine de la vieja escuela duermen la siesta en sus butacas, los millenials graban con sus móviles el crawl de la última de Star Wars para poder decir "yo estuve ahí". La saga creada por George Lucas en 1977 es probablemente el último gran evento cinematográfico. Un acto comunitario que se resiste al pirateo, a Netflix y al vídeo bajo demanda. La gente sigue haciendo colas en las salas para ver La guerra de las galaxias. Algunos incluso van disfrazados. Pero, sobre todo, la space opera de Lucas ha conseguido saltar por el hiperespacio generacional. Todo el sentido de la nueva trilogía de Disney es, precisamente, pasar el testigo de lo antiguo -Han Solo, Luke y Leia- a una nueva generación de héroes -Poe Dameron, Finn y sobre todo Rey- y también de fans. La operación obedece, sin duda, al afán de hacer dinero. Pero no nos equivoquemos: Star Wars se apoya en mitos que siempre estarán presentes en las historias que consumimos, se llamen como se llamen: tienen mil máscaras. Su renovación es, por tanto, natural y por eso una nueva generación de cineastas, que creció con aquellas películas, se encarga ahora de proponer nuevos episodios de una historia interminable. Si J.J. Abrams hizo un meticuloso esfuerzo para reproducir la magia y las constantes de la trilogía original; aquí Rian Johnson -Looper (2012)- se atreve a despegarse de la textura de la trilogía clásica para aportar sabores distintos. Abrams es el alumno aplicado, Johnson es un pelín rebelde. Y eso es bueno. El director imprime decididamente su mirada a Star Wars y eso resulta estimulante. Hay que decir que visualmente es el episodio más potente de todos, muy lejos del clasicismo impuesto por un Lucas enamorado del western y de Kurosawa. Johnson es un estupendo creador de imágenes, algunas realmente hermosas y de puro sci-fi. Por otro lado, el humor de la película es absolutamente contemporáneo, postmoderno y en ocasiones, roza la parodia. Pero Los últimos Jedi triunfa desarrollando unos personajes que ya han sido presentados previamente, transformándolos y preparándolos para un futuro conflicto final. En la película hay sorpresas mayúsculas y momentos realmente emocionantes para los recién llegados, pero también para los veteranos, que acabarán más que satisfechos. A pesar del mencionado humor sarcástico, hay en este Episodio VIII una emoción honesta, genuina y multiplicada por lo que echaremos de menos a Carrie Fisher. Si El despertar de la Fuerza era un clon de Una nueva esperanza, esto es probablemente El imperio contraataca con algunos instantes robados de El retorno del Jedi. Pero se mantiene fresca, sorprendente y sobre todo, nos devuelve el misterio del qué pasará, ausente en las precuelas. Solo hay que lamentar que Benicio del Toro no funcione y esos zorros de hielo salidos de Pokémon. Pero Rian Jhonson es lo más interesante que podía pasarle a Star Wars: normal que le hayan encargado su propia trilogía.
AMERICAN HORROR STORY: CULT -LA POLÍTICA DEL MIEDO
Los creadores de American Horror Story han sacado provecho creativo de donde parecía imposible: de su frustración por la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca. La serie de Brad Falchuck y Ryan Murphy ha mostrado cierto agotamiento tras la estupenda y manierista Hotel y la enrevesada y autoconsciente Roanoke. La victoria del multimillonario ha servido de brillante excusa para Cult, una séptima temporada ingeniosa, retorcida y con un mensaje político contundente. La premisa tiene mala baba, usar un miedo tan actual como real: que tras ganar Trump el mundo se vaya a la mierda en plan The Handmaid´s Tale. Falchuck y Murphy exploran cómo el republicano ha sido aupado por el discurso del odio: machismo, racismo, homofobia, xenofobia. ¿Algo puede dar más miedo que los instintos más bajos del ser humano? La protagonista es Ally (Sarah Paulson), mujer, demócrata, progresista, lesbiana, que vive con terror la victoria de Trump, un hecho que desata sus fobias latentes más locas. Como suele ocurrir en esta serie, el planteamiento no es más que el principio y dramáticamente se supera casi enseguida. Por eso, el argumento cambia gradualmente el punto de vista, de la víctima al agresor, Kai Anderson, interpretado por Evan Peters que vuelve a encarnar los miedos de los estadounidenses -en Murder House era un adolescente pistolero en plan Columbine- y aquí se presenta como el malo de la función. Un lobo solitario introvertido que acaba siendo el líder de una secta de asesinos que se disfraza como siniestros payasos que salen de cacería nocturna, en lo que parece una precuela de La purga (2014). La coulrofobia que padece la protagonista vuelve a estar de moda, y es que Falchuck y Murphy, si algo saben hacer, es pulsar la tecla de la actualidad: el primer episodio, Election Night, coincidió con el esperado estreno de It (Andy Muschietti, 2017). Se recuperaba en él, además, al payaso asesino, Twisty (John Carroll Lynch) de Freak Show.
Tras el primer capítulo, el sucesivo descubrimiento de qué personajes forman parte de la secta, funciona como un whodunit: cada nuevo miembro es una sorpresa hasta que llegamos a la terrorífica conclusión de que la protagonista está completamente sola y que el que sea una paranoica no significa que no esté realmente en peligro. Si temporadas anteriores se han caracterizado por proponer líneas argumentales sin cesar, mezclando vampiros, brujos, fantasmas y asesinos en serie, leyendas urbanas y personajes reales, famosos y guiños al cine de terror, si antes AHS solía tener una estructura argumental en forma de árbol, con ramas que se extienden y se subdividen infinitamente, esta Cult sigue el esquema de una espiral que va girando sobre sí misma, sin desviarse de unos pocos temas principales, hasta llegar a su núcleo central. Así, la temporada se divide en dos partes. Primero, el desarrollo de la historia de Ally como víctima de todo tipo de miedos y del mini-Trump que es Kai Anderson. Si a finales de los años setenta el psycho killer del slasher se dedicaba a castigar a los jóvenes entregados a la revolución sexual, Murphy y Falchuck han sustituido a los descerebrados de campamento por una pareja de lesbianas que, en el fondo, siguen sintiendo miedo de que una sociedad represora y conservadora las castigue. La serie lanza dardos, mezcla los resortes del cine de género -escenas de slasher barato, gore, erotismo lésbico, niñeras asesinas- con los golpes bajos de la política de extrema derecha -el miedo a los extranjeros, al crimen, al empoderamiento femenino- sin ninguna vergüenza. Cada capítulo está repleto de referencias a la actualidad para crear cercanía: la presencia de las redes sociales en las vida de los personajes, el cambio climático, la práctica del pilates, el control de armas, Nicole Kidman y Big Little Lies, ataques terroristas, la referencia constante al hombre -blanco, heterosexual- humillado -Obama humilló a Trump en la cena de corresponsales del año 2011 en Washington-, la posverdad -las estadísticas sacadas de Facebook para atemorizar que usa Kai-. Todos elementos que aportan un tono muy reconocible que crea un efecto casi hiperreal. El mensaje de la historia es diáfano, y se pone en boca de la política Sally Kefler -personaje interpretado por Mare Winningham- atacando directamente a los populistas que se han servido de la política del miedo.
En la segunda parte de la temporada, Falchuck y Murphy proponen una historia alternativa y enloquecida de Estados Unidos, a través de sus sectas. En quizás el mejor episodio, un apasionante flashback nos lleva a finales de los años sesenta, proponiendo como protagonista a Valerie Solanas, la mujer que disparó contra Andy Warhol -interpretado por Evan Peters como si fuera también un líder sectario-. Solanas, es nada menos que Lena Dunham -Girls- feminista y combativa, pero desequilibrada. El episodio cuenta que Solanas creó una secta -a partir del manifiesto SCUM- responsable nada menos que de los asesinatos sin resolver del Zodiaco -véase Zodiac (David Fincher, 2007)- por los que no reciben castigo ninguno, a pesar de confesarlos, por ser mujeres. Este capítulo propone como respuesta al machismo reaccionario de Kai Anderson, un feminismo rabioso, aunque surgido también del odio y liderado por la desequilibrada Solanas. El mensaje derivado es muy actual, al proponer que la victoria de Trump tiene una contraparte positiva: ha puesto en pie de guerra a las feministas que luchan más que nunca por la igualdad. Una idea, como poco, interesante. Tras esto, el episodio Drink the Kool-Aid es clave para entender las intenciones de Murphy y Falchuk. En él, Evan Peters interpreta, atención, a los líderes de varias sectas destructivas reales: el David Koresh de los Davidianos, el Marshall Applewhite de Heaven´s Gate y el Jim Jones fundador del Templo del Pueblo. Los tres provocaron los suicidios masivos de sus seguidores. Por supuesto, no podía faltar el más chungo y famoso de todos, Charles Manson -fallecido recientemente- también interpretado por Peters, en un episodio que incluye una atrevida recreación de estética grindhouse de los terribles asesinatos de Sharon Tate y otras cuatro personas en Beverly Hills. Todo esto es francamente entretenido, pero la verdadera razón de ser de AHS: Cult es proponer un paralelismo entre las causas que llevan a un individuo a unirse a una secta destructiva, y la victoria electoral de Trump. La coprotagonista, Ivy (Allison Pill), confiesa que una insatisfacción y una desorientación vital le llevaron a dejarse guiar por un líder que le decía claramente lo que tenía que hacer. Obedecer órdenes simples -dejar de pensar- le hacía sentirse segura y completa en un mundo lleno de incertidumbres. ¿No es ese un proceso similar al de un electorado que, tras una crisis económica grave, altos índices de desempleo, desconfianza en las instituciones, se deja llevar por candidatos que repiten machaconamente ideas muy simples? Pensemos en el Brexit o en la mencionada victoria de Trump, guiadas siempre por lo emocional. Seguro que encontráis algún ejemplo más. ¿Somos los votantes parte de una secta que nos abduce y nos radicaliza? El mensaje final de esta entrega de AHS no es precisamente alentador. ¿Hace falta una secta para combatir a otra?
PERFECTOS DESCONOCIDOS- SECRETOS DE MATRIMONIOS
Habría que valorar en su justa medida que Álex de la Iglesia estrene en el mismo año dos películas como El bar y esta Perfectos desconocidos. Dos films tremendamente entretenidos, de una factura impecable, que hacen pensar que el director de El día de la bestia (1995) está en un estupendo momento artístico y profesional. Las dos películas tienen puntos en común: son comedias en la superficie, se desarrollan prácticamente en su totalidad en un espacio único -aquí el salón de una vivienda en la que cenan varias parejas de amigos de toda la vida- y en ambas salen a flote lo miserables que somos. Eso es el cine de Álex de la Iglesia, aunque esto sea el remake de un éxito italiano, Perfetti sconosciuti (2016). Y es que la idea de partida vale mucho la pena: ingeniosa y completamente de nuestro tiempo. Los protagonistas deben colocar sus teléfonos móviles -es decir, sus secretos- sobre la mesa, a la vista de todos. Si salir de El bar puede significar la muerte, aquí un sms comprometido bien puede ser el final de una vida, de una pareja, de una familia. Los diálogos escritos por el director y su guionista habitual Jorge Guerricaechevarría van del cliché de la guerra de sexos y de la "matrimoniada" a momentos verdaderamente inspirados, de mala leche, de conocimiento profundo del prójimo. Sobre todo cuando la historia nos ofrece otro tipo de conflictos humanos, alejados de las predecibles infidelidades. Momentos que se sostienen gracias al buen hacer de unos actores más que contrastados, pero que aquí, además, están muy bien. Sobresale Eduard Fernández, absolutamente magnífico en un personaje que aporta la humanidad y la emoción a una película en la que reina el sarcasmo. Le acompañan Belén Rueda, Pepón Nieto, Eduardo Noriega, Dafne Fernández, Juana Acosta y el siempre eficiente Ernesto Alterio. Todos están muy bien en una cinta que tiene cierto sabor teatral, pero en la que la cámara del director se luce -como siempre- consiguiendo una narración fluida y brillante. Álex de la Iglesia no esconde su amor por el cine y aquí hay momentos que recuerdan a Hitchcock, a Buñuel, a Almodóvar. Y es gracias al director que la película consigue dar un pequeño giro hacia lo fantástico -eclipse mediante- que me ha hecho recordar un peliculón reciente como Coherence (2013), aunque más bien habría que pensar en un clásico como La vida en un hilo (Edgar Neville, 1945). Y aunque hay cierta crítica a las nuevas tecnologías -móviles, chats, redes sociales, whatsapp- el mensaje es claro: por mucho que las satanicemos estas no son más que nuestro propio reflejo.
VERGÜENZA- CUANDO LA RISA DUELE
Vergüenza es hardcore. Una propuesta humorística radical que produce, a partes iguales, carcajadas nerviosas y una sensación de incomodidad casi insoportable. La serie producida por Movistar y creada por Juan Cavestany -Gente en sitios (2013)- y Álvaro Fernández Armero -Las ovejas no pierden el tren (2104)- es un nuevo ejemplo del llamado posthumor o lo que debe ser lo mismo, la comicidad de la vergüenza ajena, llevada a su extremo. El protagonista es un fotógrafo de la BBC -bodas, bautizos y comuniones- Jesús "Paquete" Gutiérrez, que un genio como Javier Gutiérrez compone como un auténtico imbécil. Jesús es moderadamente salido, machista, racista, prejuicioso, infantil y envidioso, lo peor del ser humano y encima bocazas. Es muy complicado sentir simpatía alguna por él. Jesús es una versión depurada del asqueroso David Brent (Ricky Gervais) de The Office; mucho menos entrañable que el Michael Scott (Steve Carell) de la versión estadounidense; menos inteligente que el Larry David de Curb Your Enthusiasm; con similares éxitos amorosos que Suart Pritchard (Stephen Merchant) de Hello Ladies; rácano, mentiroso y obsesivo como el grandísimo George Costanza (Jason Alexander) de Seinfeld. Solo un actor de la talla de Gutiérrez podía haber salido airoso de la interpretación de un personaje tan absolutamente desagradable. Justo por eso, para que esta serie funcione, era imprescindible una actriz de la talla de Malena Alterio dándole la réplica. Ella interpreta a la mujer de Jesús, Nuria. Comparte con su marido la capacidad innata para meterse en situaciones incómodas, pero con ella la vergüenza que sentimos no es ajena: sufrimos con Nuria sus meteduras de pata. A diferencia de Jesús, ella lo pasa mal, pide disculpas a todos, es humana y un personaje adorable. Con estos dos protagonistas principales, arropados por unos secundarios más que afortunados, Cavestany y Fernández Armero demuestran un ingenio sádico para crear situaciones de pesadilla social que nos harán chirriar los dientes: la aparición de unos calzoncillos cagados; el mirar fijo las tetas de la suegra; una discapacitada tratando de bajar unas escaleras; masturbarse con una foto de Mariló Montero en la revista Lecturas; hablar inglés en público sin tener ni idea; enamorarse unilateralmente de una novia tocona recién casada. A la pareja protagonista le pasan todas estas cosas, que en el fondo les van uniendo poco a poco. Un compartir situaciones bochornosas, que acaba haciendo entrañables a Jesús y a Nuria, sobre todo cuando cobran consciencia de que son unos auténticos perdedores. Vergüenza es una propuesta soberbia y necesaria en la comedia española. Esperamos impacientes la segunda temporada.
COCO -MUERTE A LA MEXICANA
En la magnífica Toy Story 3, Lee Unkrich proponía una reflexión sobre la muerte: esta es para los juguetes la madurez del niño que los posee, siendo la caja del mercadillo una especie de purgatorio y la guardería infantil algo muy parecido al infierno. Tras jubilar a Rayo McQueen en Cars 3, Pixar retoma el tema del paso del tiempo y la trascendencia del alma en Coco, una auténtica maravilla animada, que se atreve con el tema supuestamente menos infantil. Lo que no significa que los más pequeños no tengan, desde muy temprano, una poderosa curiosidad al respecto. Lo que sorprende de esta nueva cinta de Unkrich es que se prescinda de subterfugios: los protagonistas son seres humanos, no coches, ni juguetes. También es curioso que Coco apele a México, no solo como afortunada referencia estética -el colorido del Día de los muertos es apabullante- ni para tomar prestada una imaginería muy rica que aporta un tono de fábula, sino para servirse de la forma de entender la muerte en la cultura mexicana. El vínculo, muy vivo, que siguen teniendo con sus parientes fallecidos. Una tradición perdida, seguramente, en otros países occidentales donde el día de todos los Santos es aprovechado antes para disfrazarnos que para visitar las tumbas de los ancestros. El film se sirve de esta tradición para establecer la lógica del argumento -por otro lado, muy parecido al de la mencionada Toy Story 3- en el que un niño, Miguel, debe encontrar su identidad -quiere ser un artista musical- y para ello debe descubrir sus orígenes, lo que significa un viaje a la tierra de las muertos. El planteamiento de la historia, el diseño de los personajes, los toques de humor, brillan como de costumbre en una producción Pixar. El apartado técnico vuelve a ser espectacular, con una animación increíble que ensaya con movimientos de cámara del cine de imagen real -véase la fiesta en la que se cuela Miguel a codazos, con una cámara "al hombro" persiguiéndole- sin renunciar a las posibilidades del medio -el hermoso prólogo animado en 2D sobre las guirnaldas de papel-. Pero es en el viaje al más allá cuando Coco se gana el corazón de los que, como yo, hemos crecido con el cine mexicano. Hay referencias preciosas a las películas de charros cantantes -como Pedro Infante o Jorge Negrete- a las mujeres fuertes como María Félix, pero también pequeños guiños al subgénero de los luchadores e incluso un cameo del grandísimo Cantinflas. Eso sin contar a la divertida Frida Kahlo convertida en una especie de Lady Gaga. El desenlace del film, instalado en el melodrama, es coherente también con la larga tradición mexicana de seriales, radionovelas y telenovelas, pero aún así resulta verdaderamente emocionante. Porque Coco eleva el listón de la animación para todos los públicos al buscar emociones humanas profundas.
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