En la magnífica Toy Story 3, Lee Unkrich proponía una reflexión sobre la muerte: esta es para los juguetes la madurez del niño que los posee, siendo la caja del mercadillo una especie de purgatorio y la guardería infantil algo muy parecido al infierno. Tras jubilar a Rayo McQueen en Cars 3, Pixar retoma el tema del paso del tiempo y la trascendencia del alma en Coco, una auténtica maravilla animada, que se atreve con el tema supuestamente menos infantil. Lo que no significa que los más pequeños no tengan, desde muy temprano, una poderosa curiosidad al respecto. Lo que sorprende de esta nueva cinta de Unkrich es que se prescinda de subterfugios: los protagonistas son seres humanos, no coches, ni juguetes. También es curioso que Coco apele a México, no solo como afortunada referencia estética -el colorido del Día de los muertos es apabullante- ni para tomar prestada una imaginería muy rica que aporta un tono de fábula, sino para servirse de la forma de entender la muerte en la cultura mexicana. El vínculo, muy vivo, que siguen teniendo con sus parientes fallecidos. Una tradición perdida, seguramente, en otros países occidentales donde el día de todos los Santos es aprovechado antes para disfrazarnos que para visitar las tumbas de los ancestros. El film se sirve de esta tradición para establecer la lógica del argumento -por otro lado, muy parecido al de la mencionada Toy Story 3- en el que un niño, Miguel, debe encontrar su identidad -quiere ser un artista musical- y para ello debe descubrir sus orígenes, lo que significa un viaje a la tierra de las muertos. El planteamiento de la historia, el diseño de los personajes, los toques de humor, brillan como de costumbre en una producción Pixar. El apartado técnico vuelve a ser espectacular, con una animación increíble que ensaya con movimientos de cámara del cine de imagen real -véase la fiesta en la que se cuela Miguel a codazos, con una cámara "al hombro" persiguiéndole- sin renunciar a las posibilidades del medio -el hermoso prólogo animado en 2D sobre las guirnaldas de papel-. Pero es en el viaje al más allá cuando Coco se gana el corazón de los que, como yo, hemos crecido con el cine mexicano. Hay referencias preciosas a las películas de charros cantantes -como Pedro Infante o Jorge Negrete- a las mujeres fuertes como María Félix, pero también pequeños guiños al subgénero de los luchadores e incluso un cameo del grandísimo Cantinflas. Eso sin contar a la divertida Frida Kahlo convertida en una especie de Lady Gaga. El desenlace del film, instalado en el melodrama, es coherente también con la larga tradición mexicana de seriales, radionovelas y telenovelas, pero aún así resulta verdaderamente emocionante. Porque Coco eleva el listón de la animación para todos los públicos al buscar emociones humanas profundas.
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