Mientras los críticos de cine de la vieja escuela duermen la siesta en sus butacas, los millenials graban con sus móviles el crawl de la última de Star Wars para poder decir "yo estuve ahí". La saga creada por George Lucas en 1977 es probablemente el último gran evento cinematográfico. Un acto comunitario que se resiste al pirateo, a Netflix y al vídeo bajo demanda. La gente sigue haciendo colas en las salas para ver La guerra de las galaxias. Algunos incluso van disfrazados. Pero, sobre todo, la space opera de Lucas ha conseguido saltar por el hiperespacio generacional. Todo el sentido de la nueva trilogía de Disney es, precisamente, pasar el testigo de lo antiguo -Han Solo, Luke y Leia- a una nueva generación de héroes -Poe Dameron, Finn y sobre todo Rey- y también de fans. La operación obedece, sin duda, al afán de hacer dinero. Pero no nos equivoquemos: Star Wars se apoya en mitos que siempre estarán presentes en las historias que consumimos, se llamen como se llamen: tienen mil máscaras. Su renovación es, por tanto, natural y por eso una nueva generación de cineastas, que creció con aquellas películas, se encarga ahora de proponer nuevos episodios de una historia interminable. Si J.J. Abrams hizo un meticuloso esfuerzo para reproducir la magia y las constantes de la trilogía original; aquí Rian Johnson -Looper (2012)- se atreve a despegarse de la textura de la trilogía clásica para aportar sabores distintos. Abrams es el alumno aplicado, Johnson es un pelín rebelde. Y eso es bueno. El director imprime decididamente su mirada a Star Wars y eso resulta estimulante. Hay que decir que visualmente es el episodio más potente de todos, muy lejos del clasicismo impuesto por un Lucas enamorado del western y de Kurosawa. Johnson es un estupendo creador de imágenes, algunas realmente hermosas y de puro sci-fi. Por otro lado, el humor de la película es absolutamente contemporáneo, postmoderno y en ocasiones, roza la parodia. Pero Los últimos Jedi triunfa desarrollando unos personajes que ya han sido presentados previamente, transformándolos y preparándolos para un futuro conflicto final. En la película hay sorpresas mayúsculas y momentos realmente emocionantes para los recién llegados, pero también para los veteranos, que acabarán más que satisfechos. A pesar del mencionado humor sarcástico, hay en este Episodio VIII una emoción honesta, genuina y multiplicada por lo que echaremos de menos a Carrie Fisher. Si El despertar de la Fuerza era un clon de Una nueva esperanza, esto es probablemente El imperio contraataca con algunos instantes robados de El retorno del Jedi. Pero se mantiene fresca, sorprendente y sobre todo, nos devuelve el misterio del qué pasará, ausente en las precuelas. Solo hay que lamentar que Benicio del Toro no funcione y esos zorros de hielo salidos de Pokémon. Pero Rian Jhonson es lo más interesante que podía pasarle a Star Wars: normal que le hayan encargado su propia trilogía.
STAR WARS: EPISODIO VIII -LOS ÚLTIMOS JEDI - LA FUERZA CONTRAATACA
Mientras los críticos de cine de la vieja escuela duermen la siesta en sus butacas, los millenials graban con sus móviles el crawl de la última de Star Wars para poder decir "yo estuve ahí". La saga creada por George Lucas en 1977 es probablemente el último gran evento cinematográfico. Un acto comunitario que se resiste al pirateo, a Netflix y al vídeo bajo demanda. La gente sigue haciendo colas en las salas para ver La guerra de las galaxias. Algunos incluso van disfrazados. Pero, sobre todo, la space opera de Lucas ha conseguido saltar por el hiperespacio generacional. Todo el sentido de la nueva trilogía de Disney es, precisamente, pasar el testigo de lo antiguo -Han Solo, Luke y Leia- a una nueva generación de héroes -Poe Dameron, Finn y sobre todo Rey- y también de fans. La operación obedece, sin duda, al afán de hacer dinero. Pero no nos equivoquemos: Star Wars se apoya en mitos que siempre estarán presentes en las historias que consumimos, se llamen como se llamen: tienen mil máscaras. Su renovación es, por tanto, natural y por eso una nueva generación de cineastas, que creció con aquellas películas, se encarga ahora de proponer nuevos episodios de una historia interminable. Si J.J. Abrams hizo un meticuloso esfuerzo para reproducir la magia y las constantes de la trilogía original; aquí Rian Johnson -Looper (2012)- se atreve a despegarse de la textura de la trilogía clásica para aportar sabores distintos. Abrams es el alumno aplicado, Johnson es un pelín rebelde. Y eso es bueno. El director imprime decididamente su mirada a Star Wars y eso resulta estimulante. Hay que decir que visualmente es el episodio más potente de todos, muy lejos del clasicismo impuesto por un Lucas enamorado del western y de Kurosawa. Johnson es un estupendo creador de imágenes, algunas realmente hermosas y de puro sci-fi. Por otro lado, el humor de la película es absolutamente contemporáneo, postmoderno y en ocasiones, roza la parodia. Pero Los últimos Jedi triunfa desarrollando unos personajes que ya han sido presentados previamente, transformándolos y preparándolos para un futuro conflicto final. En la película hay sorpresas mayúsculas y momentos realmente emocionantes para los recién llegados, pero también para los veteranos, que acabarán más que satisfechos. A pesar del mencionado humor sarcástico, hay en este Episodio VIII una emoción honesta, genuina y multiplicada por lo que echaremos de menos a Carrie Fisher. Si El despertar de la Fuerza era un clon de Una nueva esperanza, esto es probablemente El imperio contraataca con algunos instantes robados de El retorno del Jedi. Pero se mantiene fresca, sorprendente y sobre todo, nos devuelve el misterio del qué pasará, ausente en las precuelas. Solo hay que lamentar que Benicio del Toro no funcione y esos zorros de hielo salidos de Pokémon. Pero Rian Jhonson es lo más interesante que podía pasarle a Star Wars: normal que le hayan encargado su propia trilogía.
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