La metáfora de la película de la directora Ildikó Enyedi parece clara: nuestra sociedad es un matadero en el que somos vacas fría y mecánicamente sacrificadas. Para sobrevivir, es necesario estar mínimamente anestesiado. Tener un brazo -y una mano- insensibles, haber renunciado a las relaciones sentimentales. Como Endre (Géza Morcsányi). Este, no por casualidad, advierte a un nuevo trabajador de la cárnica que dirige, Sanyi (Ervin Nagy), de que su impulsividad, su exceso de energía, acabará por pasarle factura. La clave de la película bien podría estar en si Endre tiene razón, o no, en su diagnóstico obre Sanyi. Por otro lado, tenemos a Mária (Alexandra Borbély). Ella, para sobrevivir se vale de una condición innata -síndrome de Asperger, quizás- que le impide involucrarse con nada, ni con nadie. Justamente por eso, Mária es muy eficiente en su profesión, es perfecta para trabajar en un matadero, aunque eso signifique ser rara para los demás. Estos dos seres solitarios se encontrarán, por casualidad y de la forma más mágica posible. Nominada a mejor película extranjera en los Oscar por Hungría, ganadora del Oso de Oro en el pasado Festival de Berlín, esta película se desarrolla lentamente y necesita tiempo para que todos los elementos que la conforman vayan encajando y cobren sentido. Pero vale la pena esperar. En cuerpo y alma nos dice que el refugio de todos nosotros son los sueños. En ellos podemos dejar de ser vacas destinadas al matadero. Podemos ser ciervos en libertad que se acarician con sus hocicos.
THE RITUAL -EL FIN DEL PATRIARCADO
Luke -Rafe Spall fue elegido mejor actor en el festival de Sitges 2017- y sus amigos atraviesan una temprana crisis de los cuarenta cuando un episodio de crimen urbano pone en duda su hombría. Esto convierte unas vacaciones de placer -que podrían haber sido las de los protagonistas de Hostel (2005)- y que eran un vano intento de recuperar las sensaciones de su juventud, en un viaje mucho más personal para honrar la memoria de un amigo. The Ritual no ofrece absolutamente nada nuevo, es otra vez la historia de un grupo de urbanitas enfrentados a la naturaleza -nos podemos remontar hasta el Deliverance-Defensa (1972) de Jon Boorman- y por tanto, a sus propios instintos salvajes, perdidos tras miles de años de civilización. Este grupo de amigos -fondones, sedentarios y adictos al tabaco- se internarán en un bosque donde encontrarán extraños símbolos -como los de El proyecto de la bruja de Blair (1999)- y señales de un inquietante culto pagano -como en The Wicker Man (1973)-. El pastiche -también hay elementos de Depredador (1987)- funciona y resulta entretenido, aunque el dibujo de los personajes no es precisamente memorable y el final, más o menos predecible. Lo mejor de The Ritual es cuando lo onírico invade lo real: los árboles del bosque en el que se extravían los protagonistas se transforman en las estanterías del pequeño supermercado donde ocurre el crimen del prólogo. Como diciendo que debajo del barniz de civilización que es el asfalto de nuestras ciudades, permanece todavía oculta la crueldad seca de la naturaleza. Coherente con esta idea es el diseño -bastante original e inquietante- de la amenaza que deben enfrentar los protagonistas. Quizás el mensaje esencial de este pequeño film de género debemos buscarlo en la ausencia -casi total- de figuras femeninas: las parejas de los personajes casados sirven únicamente como ataduras de las que estos cuatro colegas intentan escapar.
BLACK PANTHER- EL PRÍNCIPE DE WAKANDA
En los años 60 y 70 la editorial Marvel Comics mantenía un diálogo muy interesante con la contracultura de Estados Unidos. Peter Parker tenía problemas para pagar el alquiler y estaba muy lejos de la perfección de Superman o de tener los recursos de Batman; Steve Rogers se enfrentó al mismísimo presidente de su país es una historia post-Watergate y antes de todo esto, el primer superhéroe de raza negra aparecía un tebeo de Los Cuatro Fantásticos, el mismo año de la fundación del partido Pantera Negra (1966). Hoy, Marvel Studios prolonga su universo en expansión con la primera superproducción sobre un superhéroe negro -en televisión ya han aterrizado Luke Cage y Black Lighting- que, como Wonder Woman si hablamos de mujeres, puede convertirse en todo un éxito. Y aunque probablemente estamos ante el intento comercial de Disney de explotar un mercado demográfico, lo que no se puede negar es que Black Panther llena un vacío -el de referentes, símbolos y héroes para los afroamericanos- como lo ha hecho recientemente la guerrera amazona de DC. Esta nueva entrega del Universo Marvel Cinemático profundiza en el origen del héroe presentado previamente en Capitán América: Civil War (2016). Lo hace de una forma tan convencional como eficiente: estamos ante el consabido relato inciático que sigue al pie de la letra el viaje del héroe que configuró el mitógrafo Joseph Campbel -válido para Star Wars (1977), Matrix (1999) o Avatar (2009)-. El protagonista, T'Challa -convincente Chadwick Boseman- hereda el trono de su padre y debe enfrentarse a una serie de pruebas hasta vencer a un enemigo final y convertirse, por derecho propio, en el rey de la fabulosa Wakanda, reino africano maravilloso salido de la imaginación desbocada de Jack Kirby y equivalente africano a la nórdica Asgard de Thor. Todo esto está bien ejecutado, en la línea de las producciones Marvel y con un reparto de conocidos actores afroamericanos: Lupita Nyong'o de 12 años de esclavitud (2013); Danai Gurira de The Walking Dead; Daniel Kaluuya de Déjame salir (2017); o veteranos como Angela Bassett -American Horror Story-; Forest Whitaker -Rogue One (2016)- y como representantes de las raza blanca, Martin Freeman -Sherlock- y Andy Serkis -La guerra del planeta de los simios (2017)-. Pero el nombre verdaderamente importante aquí es el del director y guionista Ryan Coogler quien, sin apartarse un milímetro de los requerimientos del estudio, inyecta en el proyecto todo la ideología posible sobre el problema racial en Estados Unidos. Los conflictos bélicos y el colonialismo que mantienen a África en el subdesarrollo o la marginación de los afroamericanos en barrios sin futuro como los suburbios de Los Angeles. Wakanda se convierte en la raíz mitológica africana perfecta -fantástica la imagen del árbol de los espíritus de la pantera, robada de Cat People (Paul Schrader, 1982)-. Que este film hable de racismo y de poder negro no puede ser menos pertinente con Donald Trump en la Casa Blanca. Que eleve a las mujeres a la categoría de las mejores guerreras de la película, tampoco. El guión lanza otro dardo al millonario republicano cuando plantea el conflicto del aislacionismo wakandiano y se permite decir que cuando hay crisis, los idiotas crean barreras, los sabios generan puentes. Coogler consigue balancear estos elementos en su relato, mientras su héroe se enfrenta a los pecados de su padre -tema querido para Marvel, véase la trilogía sobre Iron Man-, protagoniza rencillas familiares por el poder monárquico casi shakesperianas y convierte a su villano en el reverso oscuro del héroe -otro asunto recurrente en esta franquicia-. Para ello, Ryan Coogler ficha a Michael B. Jordan -a quien ya dirigió en la estupenda Creed (2015) y que llegó a ser la antorcha humana en la fallida Cuatro fantásticos (2015)- para convertirle en el villano más interesante de la Marvel cinematográfica, uno que podría haber sido el héroe en otra película, algo así como el Malcolm X para el Martin Luther King que es T'Challa.
THE CLOVERFIELD PARADOX -QUE VUELVA LA SERIE B
The Cloverfield Paradox es la tercera entrega de la franquicia más desconcertante -y estimulante- del cine comercial. Estrenada directamente en Netflix, por sorpresa, su productor, J.J Abrams -Perdidos, Fringe- aplica en esta saga su famoso paradigma de la caja misteriosa: no sabemos realmente de qué va Cloverfield y sus misterios siguen sin explicarse del todo. Tampoco sabemos cómo será cada nueva entrega -que encima se ruedan en secreto- la primera, Monstruoso (2008), era un kaiju-eiga desde una perspectiva found footage -Godzilla grabado con cámara doméstica-; la segunda, Calle Cloverfield 10, un paranoico ejercicio de tensión en el reducido espacio de un búnker apocalíptico; y esta, Paradox se inscribe en el subgénero de tripulaciones atrapadas en naves espaciales -como Event Horizon o la reciente Life-. Esto es Alien sin bicho y la incógnita de lo que ocurre en la estación espacial Cloverfield es lo que nos mantiene interesados. El argumento sorprende con giros sci-fi verdaderamente extraños, aunque el film se resiente por unos personajes sin demasiada garra. Y eso que el casting está formado por muy buenos actores como Gugu Mbatha-Raw -Belle (2013)- David Oyelowo -Selma (2014)- Daniel Brühl, John Ortiz, Chris O´Dowd, Zhang Ziyi y Elizabeth Debicki, ninguno bien aprovechado. Si en Monstruoso desconocíamos el origen de las criaturas y en Calle Cloverfield 10 lo que ocurría fuera del búnker, aquí vamos descubriendo poco a poco las consecuencias de un misterioso experimento para salvar al mundo, e intuimos su relación con el resto de films. Si bien es cierto que esta tercera película no sorprende ni tiene la calidad de sus antecesoras -se echa de menos la personalidad de Matt Reeves o Dan Trachtenberg- Paradox es una digna película de género que reincide, como sus predecesoras, en usar el fin del mundo como marco para un conflicto humano, una pérdida sentimental que imposibilita la felicidad de sus protagonistas.
LA FORMA DEL AGUA -LA MUJER Y EL MONSTRUO
La forma del agua es la suma del cine de Guillermo del Toro y la mayor expresión de su pasión por el séptimo arte. El mexicano ha creado un maravilloso homenaje a las películas con la tierna historia de Elisa, una limpiadora muda cuya vida cambia al descubrir a una extraña criatura anfibia. Del Toro sitúa el pequeño apartamento de Elisa sobre una vieja sala de cine, que se ha quedado sin espectadores y que es el escenario de uno de los momentos más hermosos del film. Además, el vecino y amigo de la protagonista, Giles, mira constantemente viejos films en su televisor. Films cuyas bandas sonoras se acaban mezclando con los diálogos de unos personajes tan humanos como solitarios. Pero el mayor homenaje al cine que hace el mexicano es su monstruo, sacado directamente de Creature from the Black Lagoon (1954) obra maestra de la mejor serie B, dirigida por el maestro Jack Arnold, una soberbia aventura en la primitiva selva amazónica que no es más que una versión acuática de King Kong (1933) y por tanto, una actualización de La Bella y la Bestia. Todo eso está en La forma del agua, que, como toda la obra de Guillermo del Toro, es una reivindicación de los diferentes, al Otro. La figura del monstruo ha sido siempre, para el director de La cumbre escarlata (2015), una metáfora, equivalente aquí a las minorías, al homosexual, al afroamericano, al discapacitado, al comunista. La historia, de tono crepuscular, se sitúa en los Estados Unidos de los años 60, los de la carrera espacial -sí- pero también los de la caza de brujas. Un ambiente intolerante muy parecido al triste presente de Donald Trump. Siempre asociamos al mexicano con el cine de terror, pero sus criaturas fantásticas son seres incomprendidos, que causan pena antes que pavor. El verdadero monstruo es, por tanto, el hombre blanco, anglosajón, machista y racista que trabaja para el Gobierno, cuya podredumbre Del Toro hace explícita, cuya fe en el futuro, en el destino manifiesto, se materializa en una magnífica imagen-idea: un lujoso Cadillac de formas aerodinámicas, pero abollado.
Mezclando todos estos temas, Guillermo del Toro firma su obra más hermosa y redonda, candidata a la mejor película en los Oscar. Sería una justa ganadora. Opta también al premio al mejor director, y es que el trabajo tras la cámara del mexicano es quizás el mejor de su carrera, que no es poco. El guión, escrito junto a Vanessa Taylor, está perfectamente equilibrado, aunque hay que entender que lo que vemos es un cuento de hadas que no pretende ser realista. De hecho, los momentos más bellos de La forma del agua son, precisamente, los que se abandonan a una fantasía arrebatada. Sin embargo, Del Toro sitúa su historia en un contexto social y político real. Añade, además, sorprendentes momentos sexuales: y perdonen ustedes el espoiler, pero es que en pocos meses he visto escenas de sexo con anfibios en dos films, este y La piel fría (2017). La verosimilitud de la historia se apoya por tanto en actores soberbios, también nominados por la Academia de Hollywood. Sally Hawkins tiene el encanto de una princesa Disney y la gracia de una estrella del cine mudo. Richard Jenkins es pura humanidad y Octavia Spencer conecta la fantasía con la realidad, desde su personaje sacado directamente de su papel en Figuras ocultas (2016). No están nominados -pero podrían estarlo- un Michael Shannon que es el auténtico monstruo de la función y un Doug Jones que ya fue un hombre pez -Abe Sapien- en Hellboy (2004). La forma del agua está nominada también por su diseño de producción y su vestuario, absolutamente espectaculares, un verdadero goce estético; por su fotografía, perfecta para su tono onírico; por la bonita música de Alexandre Desplat -que recuerda al mejor Danny Elfman-; y también en las categorías de edición, sonido y edición de sonido. Son 13 nominaciones, todas justísimas, y aún así me parece increíble que no haya sido reconocida la labor de los maquilladores: la criatura es una obra de arte.
Guillermo del Toro ha conseguido labrarse una carrera, siempre dentro el género fantástico, que mezcla el encargo -Blade 2 (2002)- con lo personal -El espinazo del Diablo (2001)-. Creo que La forma del agua borra esa frontera y resume todo el cine del autor nacido en Guadalajara. Aquí están la obsesión por el tiempo de Cronos (1993), así como un villano marcado por una manía -la nariz de aquel Ron Perlman, los caramelos de este Michael Shannon-; los ritmos que creaba el niño de Mimic (1997) con unas cucharas, se reflejan en el claqué de Shirley Temple que repite Elisa; y la criatura anfibia de Hellboy ya era un homenaje (de Mike Mignola) a la del clásico de la Universal. Por último, una vez más, el verdadero terror no proviene de lo monstruoso, sino de lo humano: como la Guerra Civil española o el fascismo de El laberinto del Fauno (2006), como aquí el odio que engendra la 'supremacía blanca'.
THE END OF THE F***ING WORLD -SMELLS LIKE TEEN SPIRIT
En Psicosis (1960) el sádico de Alfred Hitchcock hizo que Norman Bates (Anthony Perkins) matase a su protagonista (Janet Leigh). La intención no era solo sorprender -como matar a Drew Barrymore en Scream (1996)- sino algo mucho peor: dejarnos sin un punto de vista narrativo con el que identificarnos como espectadores, obligándonos a ponernos en la piel del psicópata Bates. Hoy, la ficción, sobre todo la catódica está llena de personajes con los que cuesta sentirse a gusto: el violento Tony Soprano, el alcohólico machista Don Draper, el desalmado Walter White o el asesino en serie Dexter. The End Of The F***ing World demuestra que los guionistas actuales ven complicado que nos identifiquemos no ya con un tío majo, sino con una persona normal. James (Alex Lawther) es un joven psicópata de pulsiones asesinas y Alyssa (Jessica Barden) tiene un comportamiento absolutamente antisocial y perturbado que rompe continuamente con la normas establecidas. Resulta tan imposible identificarse con estos dos, como inevitable es cogerles cariño. Ambos están hartos de un mundo desolador, poblado de personajes extremos: padres imbéciles o incompetentes, padrastros que dan repelús, compañeros de instituto enganchados al móvil, por no hablar de los pederastas y los torturadores en serie que se cruzaran en el camino de nuestros (anti)héroes. Producida por la británica Channel 4, la serie está basada en un cómic de Charles S. Forsman y se nota: parece prima hermana de las ficciones desencantadas de Daniel Clowes -Ghost World, Wilson- o Adrian Tomine -Rubia de verano-. Sus 25 minutos por capítulo, multiplicados por 8, bien podrían haberse convertido en un estupendo largometraje de cine indie, con el que comparte sus constantes. Ahí están los protagonistas adolescentes inadaptados, la descripción de un entorno social deprimente -pongamos por ejemplo Ya no me siento a gusto en este mundo, también en Netflix- y un uso destacado y recurrente de una playlist fantástica -con temas pop y canciones originales de Graham Coxon de Blur- para establecer el tono. Estas constantes, nada originales, no impiden que esta serie adaptada por Charlie Covell resulte fresca. El argumento engancha porque la fuga de estos dos chicos se convierte en una huida hacia adelante para escapar de todo: de los padres, del instituto, de la ley y de lo establecido. No hay un plan, no sabemos dónde acabarán y la historia se convierte en una road movie demencial en la que cada capítulo es una parada de estos Micky y Mallory Knox púberes. Y lo más curioso: aunque estamos ante una de las ficciones más amargas y desesperanzadas, nos sentimos entusiasmados tras cada visionado. ¿Cómo no identificarnos con Alyssa y James, cuando coincidimos con ellos en que el mundo está mal y no tiene remedio? ¿Lo mejor? The End Of The F***ing World nunca pacta, no se rinde, no hace concesiones.
THE FLORIDA PROJECT- TRAGIC KINGDOM
Creo que uno puede definirse como persona según considere que los protagonistas de The Florida Project son responsables o víctimas de su precaria situación. La película de Sean Baker -Tangerine (2015)- nos introduce en una comunidad desfavorecida en la que sus habitantes sobreviven con trabajos basura o con las pocas ayudas sociales que se pueden percibir en EE.UU. Marginados que viven en el umbral de la pobreza, bajas colaterales del capitalismo, representado en Disney World. Nunca vemos directamente el famoso parque temático, pero su sombra es pesada: los moteles de mala muerte en los que viven los protagonistas tienen la aspiración de alojar a los visitantes del parque; los comercios -decorados de forma tan hortera como fantasiosa (una enorme naranja, un cono de helado gigante)- subsisten con las migajas de los turistas que pasan por allí; las calles desoladas por las que transitan los personajes han sido bautizadas con nombres emblemáticos de la factoría del ratón. Este escenario de edificios coloridos, en medio de la naturaleza exuberante de Florida, contrasta con la dura realidad social que se nos muestra. El motel Futureland, decorado con motivos scifi retro, pero claramente venido a menos, parece decirnos precisamente que sus habitantes no tienen futuro. Los protagonistas principales de la cinta son niños, pequeños, mal vestidos con camisetas promocionales y chanclas, que corren por la calle sin supervisión de ningún adulto, acostumbrados a desafiar cualquier autoridad, alimentados de comida basura por lo barata que es. Los niños de The Florida Project comen gofres, como la Rosetta de los hermanos Dardenne (1999). Todo esto resulta deprimente, sí, pero la mirada de Sean Baker no juzga. Todo lo contrario, estamos ante una obra vitalista, incluso alegre, cuando persigue juguetona a esos niños (casi) abandonados, Moneee, Scooty, Dicky, Jancey. Entre los adultos que, en teoría, deben educarles, destaca Halley -magnífica Bria Vinaite-. Sabemos que es una mala madre y no por sus tatuajes, piercings, ropa sexy, o porque fume porros, robe,y tenga afición a los selfis y al hip hop. Halley es irresponsable y casi tan inmadura como su hija pequeña, a la que trata como a una amiga. El director Sean Baker mezcla rostros frescos con caras conocidas como Caleb Landry Jones, Macon Blair y un estupendo Willem Dafoe, justamente nominado al Oscar como actor secundario. Todos estos personajes viven en The Florida Project su propia burbuja, de consumismo low cost, en un verano que lamentablemente sabemos que tendrá su fin. La película es dura sin ser trágica, se atraganta a pesar de su ligereza. Utiliza la silueta del castillo de la Bella Durmiente de Disney como símbolo de la mentira capitalista, pero también de la inocencia infantil: en uno de los planos finales, esta película conecta con el mensaje de Verano 1993. Maravillosa coincidencia.
SIN AMOR -EL FIN DE LOS TIEMPOS
Sin amor es una de las radiografías más desoladoras que he visto del ser humano. El director ruso Andrey Zvyagintsev -Leviatán (2014)- nos cuenta cómo una pareja que se está separando debe afrontar la desaparición de su hijo, Alyosha. La búsqueda del muchacho, narrada de forma metódica, descrita pormenorizadamente en su frío procedimiento, resulta una de las experiencias más angustiosas que recuerdo. Zvyagintsev y su coguionista, Oleg Negin, deben haberse documentado de forma exigente para narrar esto con una verosimilitud pasmosa, que produce un desasosiego tremendo. Sobre todo porque la mirada sobre los padres protagonistas es inculpatoria. El director describe el comportamiento de estos con el fin de convertirlos en representantes de lo peor de nosotros mismos: egoístas, inmaduros, narcisistas, consumistas. Viven a un móvil pegados, preocupados del qué dirán, temen perder su trabajo/status, y buscan la felicidad en lo que no tienen -en otras parejas, en otros hijos-. No asumen responsabilidades, ni tienen la más mínima autocrítica: son incapaces de verse a sí mismos. No sé si este retrato amargo se refiere específicamente a Rusia, pero sus paisajes gélidos y los mensajes apocalípticos de sus informativos -el fin del mundo en 2012, la guerra en Ucrania más tarde- son el escenario perfecto para un retrato desencantado de la sociedad. Del desapego y la falta de humanidad que demuestran la mayoría de los personajes de Sin amor, solo se salvan los voluntarios del grupo de búsqueda de niños desaparecidos. Pero su mecánica efectividad -debido a la urgencia de su misión- no proporciona tampoco el más mínimo consuelo. El matrimonio protagonista, Zhenya y Boris, está formado por dos solitarios -a pesar de esas redes sociales que consultan constantemente- que buscan amor ignorando el verdadero vínculo afectivo que ya tienen -el único real en esta vida- el de ese hijo que vive como indica el título de este film nominado a la mejor película extranjera en los Oscar. Las lágrimas de Alyosha, al descubrirse no querido, son de las más amargas. Personaje principal a pesar de su ausencia, que poco a poco se va haciendo insoportable, la historia de este niño desaparecido, aunque ficción, es una buena razón para abrazar un poco más a nuestros hijos. Por todos los niños sin amor.
EL HILO INVISIBLE -ALTA COSTURA
El hilo invisible es una película sencillamente perfecta. Puede no gustarte, puedes encontrarla lenta o incluso aburrida, pero Paul Thomas Anderson vuelve a demostrar que es uno de los mejores directores -del mundo- en activo, con su nueva obra -maestra-. Reynolds Woodcock -interesante apellido- interpretado por el siempre grande Daniel Day Lewis, es un afamado diseñador cuya vida cambia cuando conoce a Alma (Vicky Krieps), una simple camarera que desequilibra su mecánica rutina existencial. Poco más ocurre en una historia minimalista con la que el director de The Master (2012) crea un universo en miniatura dentro de la casa/taller de Woodcock -inspirado en Balenciaga-. Reynolds vive para su oficio, para su arte, que vive con pasión religiosa. Vive solitario, aunque rodeado de mujeres, con una madre ausente muy presente y la actitud de un tirano infantil. Todas le obedecen, menos Alma, torpe, ruidosa, espontánea y rebelde. Hay un tercer personaje en discordia, una hermana Hitchcockiana, Cyril, encarnada por Lesley Manville, nominada al Oscar igual que Lewis. El hilo invisible está hecha de pequeños detalles antes que de grandes escenas dramáticas. Es tan sutil como elegante. No esperéis exabruptos. La interpretación de Daniel Day Lewis es milimétrica y la cámara de Anderson siempre está ahí para captar sus significativos gestos hacia Alma. Es un film basado en el juego de sostener la mirada, sin parpadear, que viene a ser una metáfora de las tensiones de la pareja, concebida como una lucha -algo sádica, algo masoquista- de poderes, en el que uno debe debilitar al otro para acabar imponiéndose. La rutina de Woodcock, sus gustos, sus manías, sus fobias, marcan la progresión hermética del argumento. Estamos ante una película de desayunos. La planificación de Paul Thomas Anderson para contar todo esto es simplemente perfecta, mueve la cámara lo justo para mostrarnos, por ejemplo, como suben y bajan las escalares esas señoras costureras que trabajan en el taller de Woodcock, absolutamente maravillosas, absolutamente verdaderas (el vestuario, que supuestamente cosen, está nominado a un Oscar). La belleza de las imágenes que crea Anderson se complementa con la habitual música distanciadora que utiliza el director desde Pozos de Ambición (2007), que incluye además un hermoso tema principal de su compositor habitual, Jonny Greenwood -Radiohead- nominado también por la Academia de Hollywood. Fría como un témpano, pero hermosa como el amanecer, con humor de cine clásico y muy romántica, El hilo invisible sería justa ganadora del Oscar a la mejor película, y su director merecedor de su primera estatuilla.
LA GUÍA DE LOS GOYA 2018
Cada año, cuando llegan los Goya, escucho aquello de "pues no he visto ninguna". Una pena porque el cine español tiene calidad, es interesante, y cada vez resulta más saludablemente variado, como demuestran las nominadas a mejor película este año. Tras esta reivindicación, aquí va una guía -subjetiva- de los premios Goya, lamentando, disculpadme, no haber podido ver todos los títulos en competición.
MEJOR PELÍCULA
Para mí, la película más valiosa este año es Verano 1993, por su mirada honesta, personal, emocionante, sobre la infancia, sobre la pérdida de la inocencia por los golpes de la vida. Ante esta honestidad abrumadora resulta complicado comparar las dos cintas con más nominaciones. Handia y La Librería son filmes hermosos, pero algo fríos. A la historia del gigante vasco le falta garra y la obra de Coixet sobre el poder liberador de la literatura me parece encorsetada. Curiosamente, el protagonista de El autor se convierte en un esclavo de la creación literaria, en una obra imperfecta pero estimulante y oscura a pesar de su sentido del humor. Por último, felizmente ha sido nominado un film de terror, Verónica, película que encuentro valiosa en su aproximación costumbrista a sus protagonistas infantiles, pero desequilibrada cuando se ocupa de meternos miedo.
MEJOR DIRECTOR
En este apartado repiten los títulos nominados a mejor película, eliminando, creo que injustamente, a Carla Simón, por ser Verano 1993 su ópera prima. Paco Plaza es sin duda el mejor director "puro" y su trabajo tras la cámara en Verónica es espectacular, pero Manuel Martín Cuenca consigue imágenes preciosas en El autor, desde un planteamiento menos pirotécnico: esas sombras de los vecinos -casi chinescas- que espía el protagonista a través del patio interior. Hay que entender la nominación de Isabel Coixet, cuya planificación es sencilla y funcional pero esencial, como autora y creadora de un universo personal reconocible. Creo que ella debería ser la favorita por La librería.
MEJOR DIRECTOR NOVEL
Sería una sorpresa mayúscula que Carla Simón no ganase como directora novel por Verano 1993. Los 'Javis' de La Llamada destacan por la dirección de actores, pero pierden fuelle en la planificación de los números musicales. En No sé decir adiós, Lino Ventura demuestra una mirada interesante y sensible en el retrato de dos hermanas enfrentadas a la muerte de su padre, y a sus propias insatisfacciones. Por último Sergio G. Sánchez está nominado por El secreto de Marrowbone, ambiciosa producción dirigida al mercado internacional. Me llama la atención que no aparezca aquí Eduardo Casanova por la arriesgada Pieles.
MEJOR GUIÓN ORIGINAL
Creo que el guión de Abracadabra tiene problemas de tono, mientras que el de Verónica se esfuerza por integrar dos mundos muy diferentes, siendo su fuerte el estupendo retrato costumbrista de la España de los 90. Handia narra de forma melancólica el fin de una época, en la que su gigante protagonista deja de ser fabuloso. Ya he hablado de Verano 1993 y de su estupenda recreación del universo infantil, pero creo que en ella el guión, el texto, solo es un punto de partida. Sin embargo creo que será la ganadora en este apartado.
MEJOR GUIÓN ADAPTADO
El guión de La librería me resulta demasiado literario y el de La Llamada excesivamente teatral. Lo primero es probablemente intencionado, por lo que Coixet es favorita, de nuevo. En el caso del musical de Ambrossi y Calvo, creo que no se despegan lo suficiente de las tablas de su propia obra. Personalmente me han gustado más las otras dos adaptaciones: en El autor, Alejandro Hernández y Manuel Martín Cuenca fabrican un relato verdaderamente cinematográfico -que no esconde su base literaria- partiendo de la novela de Javier Cercas. Por último, el guión de Incierta gloria, basada en la novela de Joan Sales, tiene personajes interesantes, mucho subtexto y una mirada equilibrada y fresca sobre un tema tan sobado como la Guerra Civil. Recomendable.
MEJOR ACTOR PROTAGONISTA
Este tiene que ser este el año de Javier Gutiérez por El autor -también excepcional en la serie Vergüenza-. Será su segundo Goya tras La isla mínima (2014). En Abracadabra, Antonio de la Torre tiene un personaje complejo y variable, aunque sea por los bandazos que da debido a que está poseído. Andrés Gertrúdix tiene el difícil papel de interpretar la desintegración de una pareja, de una persona, de una vida en Morir de Fernando Franco. A Javier Bardem haciendo de Pablo Escobar no lo podremos ver en Loving Pablo hasta el 9 de marzo.
MEJOR ACTRIZ PROTAGONISTA
Descartemos de entrada a la estupenda Emily Mortimer de La librería: es británica. Tampoco veo ganadora a Maribel Verdú, aunque es lo mejor de la desigual Abracadabra. La favorita debe ser entonces Nathalie Poza, que en No sé decir adiós, consigue una intensa interpretación de una mujer incómoda con su existencia, a la que la muerte de su padre (Juan Diego) lleva hasta el límite. Ocurre con Penélope Cruz lo mismo que con Bardem.
MEJOR ACTOR SECUNDARIO
Bill Nighby está soberbio en su papel y hace con sus parlamentos verdaderas maravillas en La Librería. David Verdaguer resulta asombroso por su naturalidad en Verano 1993, pero tiene el handicap de un personaje que aparece de fondo para los protagonistas infantiles. Antonio de la Torre también está nominado aquí, por su papel de profesor de literatura en El autor. Quizás está mejor en este que en Abracadabra. En la misma película, José Mota tiene un personaje algo cargante.
MEJOR ACTRIZ SECUNDARIA
Si algo tiene a su favor La Llamada son unas actrices en estado de gracia: Anna Castillo y Belén Cuesta serían justas ganadoras. Pero es que Adelfa Calvo está soberbia en un rol que mezcla con facilidad tragedia y comedia -y hasta canta por Isabel Pantoja- en El autor. Por si fuera poco, Lola Dueñas, en No sé decir adiós, hace algo que admiro muchísimo en un actor: fingir ser un mal actor.
ACTOR REVELACIÓN
Mi favorito aquí es Santiago Alverú, por Selfie, como el pijo desubicado, tan odioso como entrañable. El gigante de Handia, Eneko Sagardoy consigue darle humanidad a su personaje, en una interpretación sorprendente. Eloi Costa es de los pocos personajes de Pieles que no se oculta tras el látex, el guión de Casanova le obliga a desnudarse literalmente para el papel. Pol Monen interpreta a un Romeo-Rebelde-sin-causa en la irregular Amar. Recuerda en físico y gestos a un joven Javier Bardem.
ACTRIZ REVELACIÓN
Compiten aquí la joven Sandra Escacena, creo que clara favorita, por Verónica: adolescente normal, scream queen y poseída, todo en una. A Bruna Cusí le pasa lo mismo que a Verdaguer: en Verano 1993 los niños son más importantes. La mexicana Adriana Paz compone con éxito un personaje sutil en El autor, que juega con el misterio del extranjero. Atención a Itziar Castro, que pesa más de 100 kilos: su nominación es una celebración de la diversidad y un homenaje al mensaje de Pieles.
OTRAS CATEGORÍAS
El sonido me parece clave en El autor: las grabaciones de sus vecinos que escucha el protagonista. Que El bar solo esté nominada al mejor sonido hace pensar en la necesidad de crear un apartado a la mejor película musical o comedia -como en los Globos de Oro- (otra que ha sido ignorada es Perfectos desconocidos, también de Álex de la Iglesia). No veo más que a Pieles ganando en el apartado de maquillaje por su homenaje al látex. En cuanto a la película europea compiten pesos pesados como The Square, Toni Erdmann y Lady Macbeth. Apuesto por la alemana. El desconocimiento nos lleva a pensar que la mejor película animada será la taquillera Tadeo Jones 2. También resulta difícil no pensar en Muchos hijos, un mono y un castillo como el mejor documental: ha gustado a todo el mundo. Y no he podido ver más que una de las candidatas a mejor película iberoamericana, pero Una mujer fantástica me parece una de los mejores filmes estrenados el año pasado.
MOST BEAUTIFUL ISLAND- LA PESADILLA DE ELLIS
Most Beautiful Island mezcla la crónica realista de una problemática social -la inmigración- con un ejercicio de cine de género cercano al terror. Luciana es una española que vive en Nueva York, donde subsiste a duras penas haciendo pequeños trabajos. Esto la obliga a sufrir humillaciones, primero a pequeña escala, pero que luego van alcanzando dimensiones fantásticas y metafóricas en un clímax de thriller. La protagonista sufrirá en sus carnes la marginación de los desfavorecidos, pero también el maltrato al género femenino que afortunadamente se denuncia cada vez más. Y ante todo esto, Luciana se rebela. Seremos testigos de la falta de solidaridad entre iguales, de la crueldad de los privilegiados, de la violencia machista, de la cosificación de la belleza femenina. Pero esta película es sobre todo el espejo de su autora, la actriz, guionista, productora y directora, Ana Asensio. La madrileña se entrega totalmente en su primer largometraje y ese es el principal valor de esta obra. Asensio utiliza su persona como la materia prima de su film para contar una historia que debe tener mucho de catarsis personal. Asensio se muestra desnuda, sin maquillaje, no se apoya en otros actores, sino que lleva todo el peso de la trama. Su mirada triste -pero resuelta- guía la cámara y es encomiable la valentía con la que se somete a las escenas más difíciles. Como directora, Asensio se sirve de una cámara nerviosa que aporta un tono de inmediatez documental -pensemos en el Cassevettes de Sombras (1959)- para mostrarnos un retrato hostil de las calles neoyorquinas. Pero también sabe generar tensión, intriga y suspense: cuando Luciana se mete en una trampa mortal que expresa lo poco que vale una vida. Hay aquí elementos que hacen pensar en Hitchcock, en el Kubrick de Eyes Wide Shut (1999), incluso en una inteligente inversión de los términos de Hostel (Eli Roth, 2005). Ganadora del gran premio del jurado en el festival SXSW de Austin, Most Beautiful Island es una ópera prima con cosas por pulir, pero cuyas carencias suple Asensio con una entrega absoluta. Una voz femenina, interesante y a tener en cuenta.
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