Tras los considerables éxitos consecutivos de Black Panther y Vengadores: Infinity War, el taquillazo de esta Deadpool 2 debería hacer recapacitar a los que dicen que el cine de superhéroes está agotado. Porque la fórmula ni siquiera acusa desgaste, de hecho, parece que estamos en el momento más alto del subgénero, tanto en términos de taquilla como artísticos. También hay que reconocer que esta secuela es, en la práctica, una parodia de las películas de justicieros en mallas, que potencia los elementos de humor de la cinta original. En todo caso, estamos ante una secuela perfecta que solo pierde el elemento sorpresa con respecto a su predecesora. Deadpool 2 es divertida, espectacular y sobre todo ingeniosa. Una fiesta.
Como buena segunda parte, se repiten los mejores golpes de la primera, convirtiéndolos en running gags y catchphrases. Regresan también los personajes ya conocidos: Vanessa (Morena Baccarin), Weasel (T.J. Miller), el taxista Dopinder (Karan Soni), Blind Al (Leslie Uggams) y los X-Men Coloso (Stefan Kapicic) y Negasonic (Brianna Hildebrand). A ellos hay que sumar nuevos personajes, como Cable -un solvente Josh Brolin al que el protagonista no duda en llamar "Thanos"- y Domino, a la que da vida la encantadora Zazie Beetz. Pero el personaje más importante de todos es un chaval que sirve de McGuffin para la trama y que viene representar el paso a la madurez de Deadpool (Ryan Reynolds) -esto entre comillas, ya que el antihéroe se sigue comportando como un adolescente-. El personaje en cuestión es Russel, encarnado por Julian Dennison, que recrea un rol idéntico al de su personaje -Ricky- en Hunt for the Wilderpeople (2016), cinta que no debéis dejar de ver, dirigida por Taika Waititi justo antes de Thor: Ragnarok.
Deadpool 2 vuelve a combinar humor gamberro -que no transgresor- y violencia extrema, pero cartoon, con las habituales rupturas de la cuarta pared. El personaje de Deadpool/Wade Wilson es el Bugs Bunny de los superhéroes. Su auténtico superpoder -más que el factor curativo- es ser un personaje consciente de que vive en una ficción, ya sea un cómic o un film. Es importante decir que los fans de El caballero oscuro (Christopher Nolan, 2008) probablemente no comulgaran con esta propuesta. Me atrevo a decir, además, que estamos ante una película 'de guión' -firmado de nuevo por Rhet Reese y Paul Wernick- brillante en su ritmo de chistes, gags y guiños constantes, aunque su argumento sea conscientemente débil. Pero es que esa "debilidad" se utiliza siempre a favor de la broma y de una forma autoconsciente y autocrítica, que no evita hacer coñas con los 'agujeros de guión' que tanto le gusta buscar a los que van de cinéfilos. Tan de guión es esta cinta que no se nota el cambio del director: ya no es Tim Miller, sino David Leitch -Atómica (2017)- al que seguramente debemos los chistes sobre John Wick (2014). El nuevo realizador aplica los mismos planos secuencia ralentizados como marca de estilo -habituales en el cine de acción actual post-Matrix- que su antecesor tras la cámara, por lo que la sustitución no se nota. Pero se puede decir sin duda que el cerebro detrás de esto es Ryan Reynolds, que aquí se quita definitivamente la espinita del fracaso de Green Lantern (Martin Campbell, 2011) de la forma más contundente posible.
Pero hablemos de cómics. En los años 90, un dibujante nefasto -y peor guionista- Rob Liefield revolucionó los tebeos Marvel -junto a otros autores como Jim Lee y Todd McFarlane- dándole un meneo -a peor- a sus personajes más populares de entonces, los X-Men -aquí la Patrulla X-. Liefeld creó, con enorme éxito comercial -y junto al guionista Fabian Nicieza- a Deadpool -un plagio del Deathstroke, Slade Wilson, de DC- a Cable -como mezclar a Terminator y a John Connor en uno- y a un grupo llamado X-Force, formado por antihéroes con músculos imposibles, armados a lo bruto y con los dientes siempre apretados. Todos personajes estereotipados, unidimensionales y derivados de otros o directamente plagiados. Un buen ejemplo puede ser Shattestar -del que esta película se ríe cruelmente- o la ya mencionada Domino, que aquí sin embargo se convierte en un personaje francamente genial (aunque sin recorrido). Por suerte, más tarde, Deadpool pasó a las manos del guionista Joe Kelly, quien le convirtió en el divertido bocazas que conocemos, capaz de romper esa cuarta pared -ya lo había hecho antes Howard el Pato y la She-Hulk de John Byrne- y de jugar a la metaficción con un humor que se ríe de absolutamente todo. Esta película hace exactamente eso y además de los chistes escatológicos en la línea de Ted (Seth Macfarlane, 2012), Deadpool 2 está abarrotada de guiños a Marvel, de pullas a DC, y de comentarios ácidos sobre la franquicia mutante de Fox, de cuya historia se aprovecha reciclando a un villano sorpresa -eso sí, reimaginado-. Lo que me lleva al mejor momento -para mí- de la película: la formación de la mencionada X-Force -a cuyos cómics se hace un guiño cuando la ceniza convierte en gris el traje de Deadpool- secuencia en la que no puedo dejar de ver aquella simpática peliculilla de finales de los noventa, la paródica Mistery Men (Kinka Usher, 1999). Sobre todo por chiste muy similar sobre el hombre invisible -allí Invisible Boy, aquí Vanisher- que lleva a un cameo tan fugaz como sorprendente.
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