La primera temporada de Westworld acababa en el equivalente al clímax de la película en la que se basa, Almas de metal (Michael Crichton, 1973), cuando los androides -aquí llamados anfitriones- del parque temático se rebelaban y atacaban a los humanos. Es decir, esa primera tanda de episodios nos dejó colgados en lo más interesante. Como si dejásemos de ver Parque Jurásico (1993) -también de Crichton- cuando se escapan los dinosaurios. Es mérito de los creadores de la serie -Jonathan Nolan y Lisa Joy- habernos mantenido enganchados hasta ese momento. La segunda temporada propone de nuevo una historia absorbente, en la que el misterio tiene de nuevo bastante peso, por lo que la serie se postula como la auténtica heredera de Perdidos (2004-2010). Recordemos que aquí produce J.J. Abrams. Pero también comparte, con la serie sobre la isla, la profundidad de sus personajes principales, desarrollados sobre todo a través de flashbacks. Con una dosis más alta de acción -escenas de tiroteos y batallas- esta segunda entrega resulta sumamente entretenida. Sorprende por eso que mantenga intacta su capacidad para proponer densos problemas filosóficos y conflictos existenciales en sus tramas. Con Westworld, HBO apuesta fuerte para hacer de ella su nuevo Juego de Tronos, con imágenes y secuencias de acción más espectaculares, pero también con un tono desencantado, oscuro -además de sexo y violencia- que la hacen claramente un producto adulto, que no encontraremos en la televisión en abierto. Por último, el desorden cronológico en la narración vuelve a ser clave en esta temporada -recordemos que Nolan es autor de la historia original de Memento (2000), y del guión de Interstellar (2014)- por lo que no sabemos si lo que estamos viendo es un flashback, el presente o un flashforward. Esto produce los giros y las sorpresas más importantes, lo que probablemente irritará a los espectadores menos esforzados o a los que se empeñan en "entenderlo todo". Paso ahora a comentar cada episodio de esta temporada. Eso sí, con algunos spoilers.
Journey into the night. "El infierno son los otros". La conocida frase de Jean Paul Sartre no se refiere a que estemos rodeados de mediocres -que lo estamos- sino a la revelación de que los que nos rodean no son meramente objetos -como los edificios, los coches y los semáforos- sino sujetos que, como nosotros, perciben la realidad como protagonistas de la misma. Este pensamiento produce un desasosiego que se convierte aquí en horror, cuando los personajes humanos descubren que los anfitriones de Westworld han cobrado consciencia. Androides que también son sujetos. Es el mismo miedo que encontramos en Frankenstein (1818). De hecho, en este primer episodio, los humanos -los invitados a la fiesta que cerraba el capítulo anterior, o los recién llegados al parque de la corporación Delos- se resisten a creer en el libre albedrío de los androides y siguen pensando que estos responden a una programación corrupta. Este será un tema importante durante los diez episodios. El descubrimiento, por parte de un androide, de que también es sujeto, tiene por tanto la fuerza de una rebelión. Todo esto se resume en la frase de Dolores (Evan Rachel Wood), "este es mi sueño", mientras mata a humanos y androides por igual.
Cuando el guionista del parque, Lee Sizemore (Simon Quaterman), descubre que nadie controla el lugar, estamos ante una revelación equivalente a exclamar que Dios ha muerto -o que nunca ha existido-. Para Nietszche esta es la revelación que permite erigirse por encima de las leyes y la moral -o de la programación- y convertirse en un súperhombre. De ahí que Maeve (Thandie Newton) sea capaz de controlar a otros androides y enfrentarse a los humanos. Son la mismas razones por las que Raskolnikov se creía con derecho a matar a una anciana en Crimen y castigo (1866) o por la que Neo es capaz de parar balas en el aire en Matrix (1999).
Este despertar a la consciencia tiene que ver también con Albert Camus y El Mito de Sísifo (1942). Recordemos que en la primera temporada, los robots eran esclavos de un bucle que comenzaba con la salida del sol, cuando estaban obligados a representar una historia que acababa al anochecer, tras la que eran recogidos por los técnicos, sus memorias borradas, para al día siguiente comenzar todo de nuevo. El esfuerzo inútil. Tras despertar a la consciencia, Dolores y Maeve experimentan ese divorcio del actor con respecto a su decorado que Camus utiliza para describir el sentimiento de lo absurdo de la existencia. Ellas no saben si lo que viven es real, es un sueño, o es la historia escrita por alguien. Pero están dispuestas a cambiar las cosas. El mérito de una serie como Westworld es su capacidad para proponer estas ideas complejas -¡En la primera mitad del primer capítulo!- dentro de una historia con mucha acción: los tiroteos que protagoniza el hombre de negro (Ed Harris); la tensión por el ataque de los anfitriones; el suspense de que Bernard (Jeffrey Wright) sea descubierto como artificial; los fantasmagóricos androides sin piel, totalmente blancos. Destaca también el tema musical de Ramin Djawadi, grave y aterrador, que se vincula a los mercenarios paramilitares de Delos. Sin olvidar la espectral imagen-enigma de los anfitriones flotando en el agua, sin vida, como refugiados o migrantes. 10/10
Reunion. Episodio dirigido por Vincenzo Natali -Cube (1997), Splice (2009)-, comienza, como es habitual, con un revelador flashback protagonizado por Bernard y Dolores. Nos demuestra que el primero intentaba, desde el principio, despertar la consciencia de ella, aparentemente sin éxito. Esto se expresa con una frase poética, "¿Habías visto alguna vez semejante esplendor?", que, repetida mecánicamente por Dolores, desmiente sin embargo la humanidad de ella. Lo enigmático es que esta trama se cierra con William (Jimmi Simpson) pronunciando la misma frase. ¿Quién ha influido a quién? Siendo un misterio cómo ha cobrado consciencia Dolores, la siguiente escena -en el presente- deja claro que la androide ha dejado de ver la belleza y ahora percibe la verdad tras el velo de maya. Dolores ha salido de la caverna de Platón y ya no ve sombras. Una realidad que intenta transmitir a su compañero Teddy (James Marsden). Se establece en este capítulo un nuevo McGuffin/misterio: la corporación Delos quiere hacerse a toda costa con Peter Abernathy (Louis Herthum), "padre" de Dolores y posible origen contagioso del despertar/rebelión de los anfitriones. Siempre me han resultado aburridos los intentos de una ficción por volver al pasado para explicar el origen de las situaciones y los personajes. Pero debo decir que aquí los flashbacks se resuelven con tanta pericia que casi hacen olvidar que ya sabemos lo que va a ocurrir. Me refiero a la secuencia de la demostración de la tecnología de Westworld a Logan Delos (Ben Barnes), que lleva al límite la frontera entre lo humano y lo simulado cuando el personaje debe intentar distinguir humanos de anfitriones -haría falta un Blade Runner-. Mencionemos también otro momento filosófico cuando el hombre de negro (Ed Harris) pregunta al mexicano Lawrence (Clifton Collins Jr.) si cree en Dios -o si Robert Ford (Anthony Hopkins) le inculcó esa creencia- porque creer en el infierno lleva a comportarse de una forma moralmente recta. Y no creer en el Cielo permite cierta flexibilidad. El hombre de negro, de hecho, asegura que el parque fue creado para que los visitantes pudieran dar rienda suelta a sus instintos sin ser juzgados -ni por Dios ni por los hombres- pero resulta que estaban siendo vigilados -nuevo misterio de la serie-. Esto se relaciona con una frase que dice luego Dolores, que asegura haber matado a Dios -en su caso, a los hombres, a sus creadores, a Robert Ford (Anthony Hopkins)- para reclutar aliados que la ayuden a llegar a Gloria (o el Valle de Allende) -lugar casi legendario, con varios nombres, una especie de tierra prometida para los anfitriones-. Que Robert Ford es equivalente a Dios resulta evidente cuando realiza prodigios como hacer que los cuatreros que quiere reclutar el hombre de negro se peguen un tiro al unísono. Una reflexión más: el líder de los cuatreros, El Lazo (Giancarlo Espósito) ha llegado al final de su guión, ha salido victorioso, pero se siente vacío, se ha quedado sin objetivos, igual que Logan Delos, niño rico aburrido y ansioso por experimentar nuevas -y retorcidas- experiencias como las que ofrece Westworld. 8/10
Virtù e Fortuna. "Los placeres violentos, poseen finales violentos" es la frase de Shakespeare que sirvió de leitmotiv a la primera temporada y aquí reaparece como posible resorte de la autoconsciencia de los anfitriones. Si en el primer episodio habíamos visto un misterioso tigre de bengala -algo así como el equivalente del oso polar de Perdidos- y nos daban la pista de que existían otros parques -en Almas de metal había un mundo Romano y otro Medieval además del salvaje Oeste- un prólogo en la India confirma esto. Nos presentan a dos visitantes embarcados en un divertido juego sexual. Una mujer intenta comprobar si su compañero es un anfitrión, o no. Esta secuencia protagonizada por la actriz Katja Herbers, puede parecer una digresión narrativa, pero en esta serie nada es casual, como se comprobará más adelante. Otro apunte misterioso: los indios americanos, que parecen saber algo más que los demás y que no obedecen las órdenes de Maeve. Westworld siempre ha jugado a la metaficción, y aquí resulta muy divertido ver como el guionista del parque, Lee Sizemore (Simon Quaterman), se enfada porque sus creaciones se apartan de su texto para enamorarse. Más divertido todavía, el escritor reconoce elementos autobiográficos y proyecciones aspiracionales en las tramas que dirigen las acciones de los anfitriones. Repasemos los misterios a estas alturas de la temporada: el anfitrión, Peter Abernathy podría ser la clave de todo; el lugar llamado Gloria como McGuffin geográfico. Apuntemos secuencias vibrantes como el asedio al fuerte del oeste y un cliffhanger simplemente hermoso: ese samurái que surge de la nada. 8/10
The Riddle of the Sphinx está dirigido por Lisa Joy, y comienza con un plano secuencia de la rutina diaria de un enigmático señor James Delos (Peter Mullen) ¿Dónde está? ¿En qué tiempo? ¿Es un anfitrión? -antes nos dijeron que estaba cerca de la muerte-. Joy se atreve a ser traviesa, encadenando un plano de Delos, masturbándose, con otro del millonario echando un chorrito de leche en el café, para luego dejar, caprichosamente, que se derrame. La rutina de Delos se completa con la visita de William (Jimmi Simpson) para hacerle una entrevista, escena que se repite una y otra vez -recordemos el mito de Sísifo- para acabar siempre igual. La situación se alarga en el tiempo hasta que William es "reemplazado" por el hombre de negro (Ed Harris). El capítulo juega, además, con un leitmotiv visual: los vinilos, la rueda de una bicicleta estática, tienen un diseño que recuerda al del enigmático laberinto de la primera temporada. La serie sigue jugando a la metaficción -y con el libre albedrío como tema de fondo- de una forma ingeniosa: el misterioso papel que enseña William a Delos resulta ser el guión de la escena que hemos presenciando una y otra vez. Delos lo ha seguido fielmente, la mejor prueba de que es una inteligencia artificial. Pero tampoco lo es. Descubrimos que no era un anfitrión, sino la mente de Delos intentando alcanzar la inmortalidad. Un tema capital esta temporada. Apuntemos imágenes potentes de otras tramas: cuando utilizan a los muertos para las vías del tren en construcción, motivo clásico del western, símbolo del progreso, desviado hacia la pesadilla. En una secuencia muy tensa, el hombre de negro se enfrenta al sadismo de spaghetti western del mayor Craddock (Jonathan Tucker) que desemboca en un tiroteo que recuerda a Sin perdón (Clint Eastwood, 1992). Antes, un detalle psicológico: imágenes de agua que se derrama -mezcladas con el flashback de una mujer, sin vida, en una bañera, nuevo misterio- disparan una reacción emocional en el hombre de negro. Luego, escuchará la voz de Ford -de Dios- a través de la boca de una niña. Terrorífico. Sorprende la vuelta de Elsie (Shannon Woodward) -desaparecida desde la primera temporada- que se une a Bernard en un doble viaje de descubrimiento. Hay un viaje actual, con Elsie, pero también otro -suponemos que en el pasado- que realizó el propio Bernard y del que apenas se acuerda. Pero que resulta mucho más siniestro. Esto se expresa visualmente de una forma interesante: Bernard se ve a sí mismo, por lo que comparte plano con su yo del pasado; o unos jump cuts separan -apenas- lo presente del flashback. Estas escenas tienen momentos de terror, debidos a la exploración de un laboratorio abandonado en el que ocurrieron cosas terribles. Al final descubrimos que una misteriosa puerta metálica esconde nada menos que la habitación de pruebas de Delos, cerrando un círculo perfecto. Delos, pasados quién sabe cuántos años, se ha convertido en un demonio, su cara llena de cicatrices que le asemejan a Lucifer. Las llamas de su exterminación son sin duda las del infierno. Hay un par de revelaciones más, una aterradora, y otra sorprendente, sobre la identidad de la hija de William. 10/10
Akane No Mai. El cambio de escenario al japón feudal me entusiasma. Y si a alguien le puede parecer extraño, que piense que John Ford y sus westerns influyeron en las películas de samuráis de Akira Kurosawa, que a su vez fueron plagiadas en los espaghetti westerns de Sergio Leone. Recordemos también, de forma pertinente, cómo Los Siete Samuráis (1954) de Kurosawa se convirtieron en Los Siete Magníficos (1960), estos liderados por un cowboy de negro, Yul Brynner, que luego se haría un auto-homenaje al repetir papel en Almas de Metal. En este episodio, el tono es más aventurero, exótico, de samuráis y ninjas, de geishas que danzan, y hasta con un momento ultra gore que parece fijarse en cierto cine japonés más reciente -y retorcido, pensemos en Takashi Miike-. Otro elemento de agradecer, que aparece aquí, es el humor: los personajes japoneses son reflejos de los del Oeste, lo que lleva a la conclusión de que el guionista del parque ha estado un poco vago. Mientras tanto, Dolores duda del amor de Teddy (James Marsden). Éste ha descubierto la verdad de su mano, pero quizás su amor por ella sigue respondiendo a su programación. Dolores, quien sorprendentemente le traiciona tras volver a los escenarios de la primera temporada, le convierte en un súper-cowboy sin escrúpulos, corrompiéndole. Apuntemos también que Maeve ha encontrado una nueva voz y piensa escucharla. Y el misterio de que un tercio de los anfitriones sean "vírgenes": nunca los han usado. 9/10
Phase Space es de esos episodios, necesarios, de puro desarrollo de tramas, menos cerrados, creo yo, argumental o temáticamente. Aquí es importante que Dolores ha convertido a Teddy en un desalmado pistolero; que un nuevo grupo de paramilitares llega a poner orden en el parque (son solo carne de cañón); el epílogo de la aventura japonesa de Maeve -que incluye un duelo de samuráis-; el primer encuentro del hombre de negro con su hija (sorpresa); mencionemos la terrible tortura que sufre el androide Peter Abernathy, prácticamente crucificado; la búsqueda de Elsie y Bernard en tono de survival horror y ese viaje imaginario, al comienzo de Westworld, que lleva a uno de esos finales que hacen imperativo seguir viendo la serie. Se pueden criticar estos giros de guión, sí, pero son tremendamente adictivos y la principal herencia de Perdidos. 7/10
Les Écorchés. Westworld tiene la virtud de combinar preocupaciones existenciales con vibrantes secuencias de acción. Este episodio contiene varias de estas últimas. Como la estupenda imagen de Dolores, casi una guerrillera revolucionaria mexicana -recordemos que convive con la psique del militar Wyatt- entrando en el centro de mando del parque. Además, peleas y tiroteos, atención, con protagonismo femenino -Angela (Talulah Riley) y Clementine (Angela Sarafyan)-; el esperado duelo entre Maeve y el hombre de negro. Ocurren cosas importantes que tienen consecuencias impactantes, como el destino final de Peter Abernathy (aunque el misterio sobre lo que le ha pasado se mantenga). Mencionemos también reflexiones interesantes: Dolores afirma que cuando pasas mucho tiempo en la oscuridad, acabas viendo cosas. Lo más interesante, es, sin embargo, el largo diálogo que mantienen Bernard y Robert Ford. Este último desvela las verdaderas intenciones de Delos, apuntando el tema de la búsqueda de la inmortalidad -pensemos en el episodio San Junípero de Black Mirror-. Y la poderosa revelación de que en las entrevistas que hemos visto desde el primer capítulo, entre Bernard y Dolores, se han cambiado los papeles y ahora es ella la que tiene que ponerle a prueba a él. Ford, por otro lado, se muestra en su faceta más frankensteiniana como creador/padre/Dios de Bernard. 7/10
Kiksuya. "Este es el mundo equivocado", de nuevo la idea existencialista que propone Camus en El mito de Sísifo y que nos habla del divorcio que siente el hombre en relación al mundo, el de un actor con respecto a su decorado. Es el profundo letimotiv de un episodio que es una estupenda digresión de la historia principal. Protagoniza un indio de la Nación Fantasma, Akecheta, interpretado por Zahn McClarnon -el fantástico Hanzee Dent de la segunda de Fargo-. Este descubre también que hay otro mundo, con dioses que lo manejan a su antojo. Lo más importante es que Akecheta descubre esto al recordar "reencarnaciones" anteriores. El argumento de ciencia ficción de Westworld visto a través del misticismo de los nativos estadounidenses, en el que encontramos una afortunada equivalencia. La trama busca emocionar a través de una historia de amor que habla del destino y de cómo dos personas pueden superar incluso sus existencias mortales para reencontrarse en otras vidas. Hermosa historia. Logan Delos aparece aquí, quizás en sus últimos momentos de vida, manifestando también que está en un mundo equivocado, expresando un conflicto interior y existencial que todos entendemos. La genialidad es que, en el caso del indio robot Akecheta, la metáfora se vuelve literal. 9/10
Vanishing Point. ¿Qué es una persona sino una serie de elecciones? dice el hombre de negro en un pensamiento existencialista: el ser humano, como ser libre, es responsable de sus actos. Lo curioso es que el argumento de este penúltimo episodio gira de nuevo alrededor del libre albedrío, de la libertad que persiguen los anfitriones. Pero, claro, antes hay que definir primero lo que es real. El hombre de negro -William- es el centro de gran parte del argumento aquí, que explora sus motivaciones. Descubrimos a un hombre de origen humilde que se mueve en la alta sociedad. No es gratuito que confiese pertenecer a otro mundo, solo que ese es Westworld. El hombre de negro se ha movido durante años entre realidades, hasta que pierde la noción de lo que es verdadero y lo que es simulado. Hay que añadir a esto la idea paranoica de que Robert Ford lo esté controlando todo-. William ni siquiera reconoce a su hija, y esto tiene consecuencias de tragedia griega. Al final del episodio llegará incluso a dudar de sí mismo (y nosotros también). Paralelamente, se nos cuenta la historia de su mujer, Juliet (Sela Ward), hija del millonario Delos, atormentada por la sensación de que vive también en una simulación, solo que esta es la alta sociedad, la de los ricos, hipócrita, de falsas apariencias. La búsqueda de lo real se puede convertir también en un choque de creencias: Dolores y sus hombres se enfrentan a los indios de la Nación Fantasma por la interpretación del significado de la puerta al otro mundo. Dolores cree que es la vía de escape a la libertad y el centro de poder de los opresores humanos. Los nativos piensan que es un lugar sagrado que no debe ser profanado derramando sangre. Mientras tanto, los humanos -Charlotte Hale (Tessa Thompson)- buscan nuevas formas de controlar a los anfitriones, robando los poderes de Maeve en una cruenta escena en la que hacen que los anfitriones se despedazan entre sí. Escapar a ese control es entonces el motor principal de los personajes robóticos. Bernard quiere despojarse de Ford en un comentario sobre el libre albedrío, tema que recorre toda la serie. William tampoco quiere ser presa del destino, en un diálogo con su hija: teme que Ford lo controle y quiere escapar a la muerte -personificada en Dolores- persiguiendo la inmortalidad. En este contexto, quizás, quitarse de la vida -escapar a ese mundo que parece ajeno- puede ser un grito de liberación. Para Albert Camus el suicidio es el único problema filosófico verdaderamente serio. Aquí se quita la vida Juliet, lo intenta William, y lo consigue Teddy. Lo hace delante de Dolores, justo cuando esta declara que ya son seres libres. Pero ella misma se ha convertido en opresora al modificar a Teddy, y él en rebelde, al preferir la muerte a vivir bajo el yugo de otra persona, aunque sea justo la que ama. O quizás precisamente por eso. 8/10
The Passenger es para mí un espectacular cierre de la segunda entrega de Westworld. Un clímax de 120 minutos de duración, que despeja la mayoría de los misterios planteados, pero también genera otros interesantes. Empezando porque descubrimos, por fin, qué escenas, de las vistas esta temporada, son flashbacks, cuáles ocurren en el presente y cuáles son flashforwards. Además, una estructura circular acaba por liarlo todo: se repite el plano del primer episodio, de Bernard en la playa -imposible no pensar en los ojos de Jack en Perdidos- lo que nos deja sin saber cuál es el orden cronológico de esta historia, al menos si no recurrimos a un diagrama.
Hablemos de Dolores, que consigue sus objetivos: escapar hacia lo que ella considera el mundo real, vengarse de los humanos del parque, liberar a un puñado de anfitriones que escapan hacia esa especie de paraíso en el que solo existen como inteligencias artificiales, sin sus cuerpos físicos. Todo esto es interesante porque introduce una nueva idea -al menos es mi interpretación- sobre la identidad. El argumento separa "almas" de cuerpos -la poderosa imagen de los robots que caen inertes por un acantilado mientras sus "espíritus" van al Cielo- lo que quizás explique la reflexión que hacen Robert Ford y Bernard sobre que solo somos "pasajeros". Además, las pequeñas esferas que encierran la memoria y la personalidad de los anfitriones pueden colocarse en diferentes cuerpos, lo que abre mucho las posibilidades narrativas -idea desaprovechada en Altered Carbon de Netflix-. Esto lleva a pensar que Ford, Bernard, Dolores o cualquier anfitrión son virtualmente inmortales. Y la pregunta de cara a la tercera temporada es ¿Qué esferas se lleva Dolores? ¿Qué personajes volverán?
Pero sobre todo, y de forma bastante evidente, el tema más importante vuelve a ser el del libre albedrío ¿Decidimos realmente sobre nuestras vidas? El peso de las decisiones es importante: Bernard habla de una que ha tomado, una decisión que los ha matado a todos. Pero ya no sabemos si habla en pasado o en futuro. Bernard ya no ve el tiempo de forma lineal, como el doctor Manhattan de Watchmen -como el eterno retorno de Nietzsche- ¿Le convierte eso en un dios?
Por otro lado, Maeve protagoniza los momentos más potentes, sobre todo visualmente: el 'encierro' de toros mecánicos; las cicatrices que la acercan al monstruo de Frankenstein; el momento Neo de Matrix en el que detiene a los anfitriones enloquecidos por el uso perverso de su propio poder. Sin olvidar la emotiva resolución de su conflicto con su hija.
Comento ahora lo que parece el cierre del arco del personaje del hombre de negro/William, que me ha parecido lo mejor de la serie. Interpretado por Ed Harris y Jimmi Simpson, este personaje se plantea desde el principio como una suerte de viajero en el tiempo: en la primera temporada no sabíamos que el presente y el pasado se mezclaban. Aquí, se añade otro misterio, para mí sin resolver: ¿Ha sido el hombre de negro, en algún momento, un anfitrión? Ni él mismo lo sabe. Lo mejor, una escena post-créditos, en la que el hombre de negro se enfrenta al test de fidelidad que él mismo solía hacerle a James Delos: solo que ahora él es el objeto de estudio y la que conduce el test es su hija, Emily, o una réplica, ya que el propio William la habría matado creyendo que era un anfitrión. ¿O será al revés? Lo dicho, un cierre perfecto. 9/10