Lo tenía complicado Damien Chazelle tras el éxito de Whiplash (2014) y La La Land (2017), estupendas cintas, muy relacionadas con el mundo de la música y que obtuvieron varias nominaciones para los codiciados premios Oscar. De hecho, el éxito de La La Land ha sido tal que se puede hablar de una nutrida legión de haters -muchos de ellos deseosos de reafirmarse yendo siempre a la contra- que deben estar a la espera de certificar que Chazelle no merecía tantos halagos. Creo que First Man confirma que sí los merece. Porque a pesar de que el musical protagonizado por Emma Stone y Ryan Gosling tiene fama de cursi, junto a Whiplash forma un díptico sobre el lado amargo de los sueños. Ambas películas son, también, historias de amor frustradas. Aunque de primeras pueda parecer que un proyecto como First Man, basado en la vida del astronauta Neil Armstrong (Ryan Gosling), no guarda relación alguna con las obras previas que he mencionado, enseguida explicaré por qué creo que estamos ante una extensión coherente de las preocupaciones de Chazelle. Eso a pesar de que esta cinta se viste con las formas de un biopic de Hollywood con aspiraciones de cara a los premios de la Academia. Empecemos diciendo que estamos ante una película soberbia, bella, y técnicamente apabullante. Las imágenes que fabrica Chazelle son hermosas, a pesar de apartarse de la grandiosidad que una historia así parece requerir. Hablemos también de unos efectos de sonido inmersivos, y un montaje sumamente efectivo que imprime una tensión tremenda a cada una de las incursiones del protagonista fuera de la atmósfera terrestre. Por no mencionar un diseño de producción minucioso que nos transporta a la época -los años sesenta- y que se detiene en cada tornillo de los vehículos aeronáuticos que pilota Armstrong. Todo esto no debe sorprendernos en una película de presupuesto medio/alto, producida nada menos que por Steven Spielberg.
Lo interesante del film es cómo Chazelle se aparta de lo que otros han hecho con los viajes espaciales. Nada que ver esto con la épica de Elegidos para la gloria (1983) ni las emociones al límite de Apollo 13 (1995). Tampoco hay aquí la pirotecnia visual de Gravity (2013) -aunque sí algo de su tono intimista, que busca la contraposición a la inmensidad del espacio-. La mayor influencia de First Man no puede ser otra que 2001: Odisea del espacio (1968). Abramos un paréntesis para recordar esas teorías conspiranóicas que dicen que Stanley Kubrick creó las imágenes de la -supuestamente falsa- llegada del hombre a la Luna. La influencia de 2001 es notable, no solo en las obvias imágenes de los cascos de los astronautas con reflejos lumínicos; ni en el mencionado uso del sonido, o de la música -compuesta por Justin Hurwitz- de aliento clásico. Como aquella, First Man busca ser una experiencia, sobre todo en las escenas de vuelo, en las que el vértigo juega un papel importante, pero además, apela a un sentido existencial del viaje espacial, que supera a la gran aventura física que sin duda es. Y como la obra maestra de Kubrick, la cinta de Chazelle es fría. A pesar del detallista y humanista guión de Josh Singer - ganador de un Oscar por Spotlight (2015), autor también del texto de Los archivos del Pentágono (2017)- (basado en el libro de James R. Hansen), Chazelle despoja de toda épica un hecho histórico que es, esencialmente, épico: se fija en los toscos tornillos de los aparatos, en una mosca que se cuela en la cabina, en un técnico de la NASA que pide una navaja suiza. El director evita todo lo que puede los planos generales y nos obliga a ver lo mismo que los astronautas: a través de pequeñas ventanas de visibilidad casi nula. En First Man la carrera espacial no es la gran aventura del hombre, sino que se convierte en algo muy similar a una guerra, con varias muertes en el camino y la misma cantidad de viudas y huérfanos. No hay más heroísmo que el de los hechos reales. El patriotismo de semejante gesta histórica se mantiene bajo mínimos. El actor elegido para encarnar esto es el parco Gosling, perfecto para esconder los sentimientos de Armstrong, que son la clave de la historia que Chazelle quiere contarnos.
Si el joven protagonista de Whiplash renunciaba al amor por su obsesión por la batería y el músico de La La Land se sacrificaba para que la mujer de su vida se convirtiese en una estrella, en First Man, se nos muestra el sueño más enorme -y más difícil de lograr- que haya tenido nunca el hombre. Y Chazelle nos dice que, para conseguirlo, Armstrong también se separó de su mujer -estupenda Claire Foy, como ancla emocional del film- y de sus hijos. No lo hizo físicamente, pero sí en espíritu. Una separación dolorosa y paradójica, porque, en el fondo, esa misma familia es la que impulsa al astronauta a cruzar la última frontera. El momento en el que el film muestra cuál es la motivación última del astronauta para conseguir semejante hazaña, es hermoso, emocionante, íntimo y humano. Su regreso a casa, lo es todavía más. Si antes he comparado la carrera por llegar a la Luna con un conflicto bélico, una especie de caballo de Troya de la guerra fría; la vuelta del héroe es la de Ulises a los brazos de Penélope.
Lo interesante del film es cómo Chazelle se aparta de lo que otros han hecho con los viajes espaciales. Nada que ver esto con la épica de Elegidos para la gloria (1983) ni las emociones al límite de Apollo 13 (1995). Tampoco hay aquí la pirotecnia visual de Gravity (2013) -aunque sí algo de su tono intimista, que busca la contraposición a la inmensidad del espacio-. La mayor influencia de First Man no puede ser otra que 2001: Odisea del espacio (1968). Abramos un paréntesis para recordar esas teorías conspiranóicas que dicen que Stanley Kubrick creó las imágenes de la -supuestamente falsa- llegada del hombre a la Luna. La influencia de 2001 es notable, no solo en las obvias imágenes de los cascos de los astronautas con reflejos lumínicos; ni en el mencionado uso del sonido, o de la música -compuesta por Justin Hurwitz- de aliento clásico. Como aquella, First Man busca ser una experiencia, sobre todo en las escenas de vuelo, en las que el vértigo juega un papel importante, pero además, apela a un sentido existencial del viaje espacial, que supera a la gran aventura física que sin duda es. Y como la obra maestra de Kubrick, la cinta de Chazelle es fría. A pesar del detallista y humanista guión de Josh Singer - ganador de un Oscar por Spotlight (2015), autor también del texto de Los archivos del Pentágono (2017)- (basado en el libro de James R. Hansen), Chazelle despoja de toda épica un hecho histórico que es, esencialmente, épico: se fija en los toscos tornillos de los aparatos, en una mosca que se cuela en la cabina, en un técnico de la NASA que pide una navaja suiza. El director evita todo lo que puede los planos generales y nos obliga a ver lo mismo que los astronautas: a través de pequeñas ventanas de visibilidad casi nula. En First Man la carrera espacial no es la gran aventura del hombre, sino que se convierte en algo muy similar a una guerra, con varias muertes en el camino y la misma cantidad de viudas y huérfanos. No hay más heroísmo que el de los hechos reales. El patriotismo de semejante gesta histórica se mantiene bajo mínimos. El actor elegido para encarnar esto es el parco Gosling, perfecto para esconder los sentimientos de Armstrong, que son la clave de la historia que Chazelle quiere contarnos.
Si el joven protagonista de Whiplash renunciaba al amor por su obsesión por la batería y el músico de La La Land se sacrificaba para que la mujer de su vida se convirtiese en una estrella, en First Man, se nos muestra el sueño más enorme -y más difícil de lograr- que haya tenido nunca el hombre. Y Chazelle nos dice que, para conseguirlo, Armstrong también se separó de su mujer -estupenda Claire Foy, como ancla emocional del film- y de sus hijos. No lo hizo físicamente, pero sí en espíritu. Una separación dolorosa y paradójica, porque, en el fondo, esa misma familia es la que impulsa al astronauta a cruzar la última frontera. El momento en el que el film muestra cuál es la motivación última del astronauta para conseguir semejante hazaña, es hermoso, emocionante, íntimo y humano. Su regreso a casa, lo es todavía más. Si antes he comparado la carrera por llegar a la Luna con un conflicto bélico, una especie de caballo de Troya de la guerra fría; la vuelta del héroe es la de Ulises a los brazos de Penélope.
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