Israel, el chaval que perdió sus ganas de cantar tras la muerte de su padre en La leyenda del tiempo (2006) se convierte en un hombre -desesperado- en Entre dos aguas, una obra mayúscula y necesaria en la que Isaki Lacuesta borra las fronteras entre la ficción y la realidad. En ella los personajes se interpretan a sí mismos, empezando por los hermanos Gómez Romero -Isra y Francisco José-, que participando en esta película exploran las vidas que podrían haber tenido, las que seguramente han tenido muchos otros, en San Fernando, Cádiz. Ganadora de la Concha de Oro en el pasado festival de San Sebastián, la historia tiene de fondo la problemática del Campo de Gibraltar: una región abandonada, en la que el paro cercena cualquier posibilidad de futuro, y en la que la droga es una salida fácil, demasiado atractiva para ser rechazada. Lacuesta cuenta todo esto de forma tan veraz, que casi sentimos pudor al asomarnos a las vidas de sus personajes. Imposible no comprometerse con la lucha de Israel, expresidiario en paro con tres hijas pequeñas. Que este director consiga semejantes interpretaciones, de actores no profesionales, es una demostración asombrosa. Lacuesta exhibe, además, la paciencia de un documentalista para conseguir momentos irrepetibles delante de la cámara, que valen tanto como los efectos especiales de una gran superproducción. Un parto, saltos temerarios desde un puente, la marea que lame los portales de las casuchas en primera línea de playa: todas imágenes que se quedarán en la memoria. Aprovecha, además, el director catalán, el material de La leyenda del tiempo para insertar flashbacks de los protagonistas, en su adolescencia, que, junto al retorno a los mismos lugares de aquel film, 12 años después, le dan a la película una profundidad tremenda. Lo más sorprendente de Entre dos aguas es que, aunque retrata y denuncia una situación crítica, no es necesariamente una película de cine social. El conflicto de Israel me parece existencial, su entorno se empeña en decirle que el gran problema es el dinero, pero su desesperación tiene que ver con encontrarle un sentido a su vida. Ese, quizás, esté en la paternidad que le fue robada y que ahora debe ejercer. Dentro de su compromiso con la realidad, sin permitirse prácticamente ningún énfasis, Lacuesta fabrica momentos poéticos: el juego infantil de 'volar' delante de un ventilador; la idea de tatuarse en la espalda un drama entero que te ha marcado la vida.
ENTRE DOS AGUAS -SIN SALIDA
Israel, el chaval que perdió sus ganas de cantar tras la muerte de su padre en La leyenda del tiempo (2006) se convierte en un hombre -desesperado- en Entre dos aguas, una obra mayúscula y necesaria en la que Isaki Lacuesta borra las fronteras entre la ficción y la realidad. En ella los personajes se interpretan a sí mismos, empezando por los hermanos Gómez Romero -Isra y Francisco José-, que participando en esta película exploran las vidas que podrían haber tenido, las que seguramente han tenido muchos otros, en San Fernando, Cádiz. Ganadora de la Concha de Oro en el pasado festival de San Sebastián, la historia tiene de fondo la problemática del Campo de Gibraltar: una región abandonada, en la que el paro cercena cualquier posibilidad de futuro, y en la que la droga es una salida fácil, demasiado atractiva para ser rechazada. Lacuesta cuenta todo esto de forma tan veraz, que casi sentimos pudor al asomarnos a las vidas de sus personajes. Imposible no comprometerse con la lucha de Israel, expresidiario en paro con tres hijas pequeñas. Que este director consiga semejantes interpretaciones, de actores no profesionales, es una demostración asombrosa. Lacuesta exhibe, además, la paciencia de un documentalista para conseguir momentos irrepetibles delante de la cámara, que valen tanto como los efectos especiales de una gran superproducción. Un parto, saltos temerarios desde un puente, la marea que lame los portales de las casuchas en primera línea de playa: todas imágenes que se quedarán en la memoria. Aprovecha, además, el director catalán, el material de La leyenda del tiempo para insertar flashbacks de los protagonistas, en su adolescencia, que, junto al retorno a los mismos lugares de aquel film, 12 años después, le dan a la película una profundidad tremenda. Lo más sorprendente de Entre dos aguas es que, aunque retrata y denuncia una situación crítica, no es necesariamente una película de cine social. El conflicto de Israel me parece existencial, su entorno se empeña en decirle que el gran problema es el dinero, pero su desesperación tiene que ver con encontrarle un sentido a su vida. Ese, quizás, esté en la paternidad que le fue robada y que ahora debe ejercer. Dentro de su compromiso con la realidad, sin permitirse prácticamente ningún énfasis, Lacuesta fabrica momentos poéticos: el juego infantil de 'volar' delante de un ventilador; la idea de tatuarse en la espalda un drama entero que te ha marcado la vida.
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