¿Por qué hacer un remake de Suspiria? La película de Dario Argento, de 1977, pertenece a un subgénero del terror en desuso, el giallo, y es quizás la obra cumbre de un autor muy personal. Creo que en ella, además, el italiano sublima el género que había cultivado con éxito. El asesino misterioso del giallo, que mata a hermosas mujeres de las formas más retorcidas, se deconstruye en Suspiria: unas manos salen de la nada, independientes de un cuerpo o de una identidad, para acuchillar a sus víctimas. Argento reduce el guion al mínimo, creando secuencias inconexas, desnudando dramáticamente la historia y a los personajes, que, en realidad, le estorban. Suspiria es una experiencia y racionalizarla solo disminuye su impacto: sus primeros diez minutos son increíblemente potentes, en los que Argento despliega su talento para el encuadre, para el montaje, para lo estético -con esos decorados de formas geométricas-, para crear atmósferas fantastique -la lluvia, el viento que parecen tener un origen sobrenatural- todo apoyado por la hipnótica banda sonora firmada por él mismo y por la banda Goblin.
Luca Guadagnino emprende entonces este remake a contracorriente: debe lidiar con la comparación con un clásico, y con las expectativas creadas tras el éxito de Call me by your name (2018), su anterior film. Creo que debo decir que no consigue la fuerza de esos 10 primeros minutos de la película de Argento: su film es más reposado. Pero también hay que aceptar que afrontar el análisis de esta reimaginación es harto difícil. Lo ideal sería encararla sin haber conocido a la otra Suspiria. El peso de la original es excesivo y creo que la gran baza de Guadagnino es que sabe que el de Argento es un clásico poco conocido. Creo que lo que hace el director italiano es una Suspiria que es el negativo de la original. Los elementos que en aquella estaban en un segundo plano, cobran aquí protagonismo y viceversa. Así, los mínimos elementos del giallo de la original desaparecen completamente, para que la historia de brujería, que antes estaba de fondo, dé un paso adelante. No es un spoiler: Guadagnino no esconde sus cartas en ningún momento. La deslumbrante estética, de colores vivos, motivos geométricos y formas arquitectónicas, aquí se quedan en el decorado. Guadagnino es un director de sensaciones, de tacto, de olores, de carne, lo que no le va nada mal a una historia de brujería. La música de Goblin, absolutamente icónica -en la línea del El Exorcista (1973) y de la posterior La Noche de Halloween (1978)- es ahora una estupenda banda sonora de Thom Yorke -Radiohead- con su leitmotiv, sí, pero más ambiental y atmosférica. Todo esto hace de la nueva película un animal diferente. Lo que me parece peor, es que Guadagnino se ve en la necesidad de rellenar de carne lo que en Argento era puro músculo. Tiene que darle una mínima coherencia a la historia, una mínima profundidad a sus personajes, para que esto sea digerible para los nuevos espectadores a los que todo les parece inverosímil. El problema es que no consigue mejorar mucho el material de Argento y sí ralentizar y alargar el relato. La película utiliza como tronco central el desarrollo de una coreografía, decisión, como poco, sorprendente, y seguramente estética. Hay que señalar, además, el añadido de un contexto histórico: la historia se desarrolla en Berlín, en 1977. Esto quiere generar un juego de espejos entre lo que ocurre en la academia de danza, que sirve de escenario al film y hechos históricos relacionados con grupos revolucionarios de extrema izquierda. Seguramente, lo que busca Guadagnino -creo que sin éxito- es potenciar una interpretación política del horror. Donde sí triunfa Suspiria es en asumir la interpretación feminista de la brujería. En la película todos los personajes importantes son mujeres -¡Incluso el protagonista masculino!-. Es aquí donde no hay color, en el carisma de las estrellas que vemos en la pantalla. Dakota Jonhson no tiene un gran rol, pero aporta un atractivo magnético a su papel; destaquemos sobre todo a la enigmática Tilda Swinton, y a una testimonial Chloe Grace-Moretz; además de un completo aquelarre de mujeres muy diferentes entre sí. Hay que añadir una sorprendente historia de amor, que tiene que ver con el pasado más oscuro de Europa, que no es precisamente el de las brujas. Por último, la nueva Suspiria convierte el baile, apenas apuntado en la película de Argento, en un tema principal: la danza como medio para alcanzar el trance, para entrar en contacto con el mundo de los espíritus. Todos estos elementos llevan a un final excesivo, intenso, que aporta lo que quizás buscamos los que sí hemos visto la original: imágenes chocantes y una atmósfera de puro terror.
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