La primera temporada de Iron Fist pasa por ser la peor de las series Marvel de Netflix, que en orden de calidad serían Jessica Jones, Daredevil, The Punisher, The Defenders, Luke Cage y la que nos ocupa. En mi opinión, la primera entrega sobre las aventuras de Danny Rand (Finn Jones) no estaba tan mal. Fallaba, quizás, al proponer un drama casi shakesperiano que enfrentaba a los herederos de un reino -la corporación Rand- como lo son Ward (Tom Pelphrey) y Joy Meachum (Jessica Stropup) con el protagonista. Digo esto porque, quizás, un personaje como Puño de Hierro, nacido en la Marvel de los setenta al calor de la fiebre por el kung fu y Bruce Lee, requería un tono más ligero, con más acción. Resumiendo, más peleas y menos drama. Por suerte, esta segunda temporada es una sorpresa al mejorar, considerablemente, en estos aspectos. Para mí, las razones de esta mejoría están en una trama más centrada y directa, el haberle dado más importancia a las peleas -hay más y creo que son mejores-, y la eliminación de las subtramas y escenas de relleno, que suelen lastrar, en general estas series de Netflix.
Así, ahora Danny Rand se enfrenta al que fue su hermano en la fantástica ciudad de K´un-Lun, Davos (Sacha Dhawan) -Serpiente de Acero- que se erige como el villano principal. Davos es un personaje con matices, relativamente interesante, que se beneficia de una interpretación visceral de Dhawan. Sin abusar de los flashbacks se nos cuenta la infancia de Danny y Davos, rivales para obtener el poder del puño de hierro. El mejor momento es el duelo definitivo entre ambos, ocurrido en el pasado, en el que vemos a los dos personajes ataviados con la máscara que el personaje utiliza en los cómics. Davos es el reverso oscuro que tiene todo superhéroe y eso funciona casi siempre. El argumento agrega además un segundo antagonista, un divertido personaje encarnado por Alice Eve, de doble personalidad, Mary/Walker, que quizás no hace justicia a la María Tifoidea de los cómics, pero que tampoco sobra. Las dos tramas de estos villanos se inscriben en el escenario de una guerra entre triadas en el Chinatown neoyorquino. Una propuesta manida, ya vista, pero funcional y efectiva para suministrar peones para ser aporreados por Iron Fist. Esta guerra de bandas tiene un mínimo contenido social, con una leve crítica del capitalismo voraz que permite tiburones y parásitos. Los peor parados, un grupo de jóvenes rapaces que se buscan la vida a través de pequeños delitos, contrapuestos a las familias desfavorecidas que ayuda Coleen Wing (Jessica Henwick) como voluntaria. Ella es la verdadera estrella de esta segunda temporada: un secreto familiar de su pasado irá ganando importancia, y un giro argumental, sorprendente, divertido e interesante, convertirá a Coleen en la auténtica protagonista. Un poco como la Avispa (Evangeline Lilly) en Ant-Man y la Avispa (2018). Mencionemos también la importante presencia de Misty Knight (Simone Missick), salida directamente de la segunda temporada de Luke Cage. Aquí su brazo biónico tiene mucho más sentido, pero sigo teniendo la sensación de que este personaje puede molar mucho más. Luego están los hermanos Meachum, Ward y Joy, que siguen presentes. La subtrama de la primera es sin duda lo más endeble de todo: no se justifica demasiado su alianza con Davos, ni queda demasiado claro que sus objetivos requieran el enfrentamiento con Danny Rand. La sed de venganza de Joy carece de fuerza. Lo que nos cuentan de Ward está mejor construido, pero creo que su lucha para superar sus adicciones no encaja demasiado bien en el universo fantástico y de artes marciales de la serie. Eso sí, la adicción de Ward permite un interesante paralelismo con la necesidad de Danny Rand y Davos de portar el inmenso poder del puño de hierro. Los superhéroes como adictos, una idea que merecía la pena explorar. Resumiendo, la segunda temporada de Iron Fist es mejor que la primera, más divertida, va más al grano y tiene un final muy loco que parece prometer que, por fin, estos héroes de Netflix se van a dejar llevar por la diversión.
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