Cold War es una de las mejores películas que he podido ver este año. Nominada a la Palma de oro en Cannes, el nuevo film del polaco Pawel Pawlikowski -tras el éxito de Ida (2013), que ganó un Oscar a la mejor cinta extranjera- tiene todos los elementos de una gran obra. Entra por los ojos, con una magnífica fotografía en blanco y negro -firmada por Lukasz Zal-, y el formato cuadrado le da un empaque de cine clásico. Una estética retro que choca con su moderna estrategia narrativa: Cold War está montada a fuerza de cortes bruscos, que cercenan el planteamiento y el desenlace de las escenas, dejando desnudo el nudo dramático de cada momento y catapultando hacia adelante la historia. Pawlikowski cuenta mucho, toda una vida, en poco tiempo. En el vagón principal de este tren desbocado, dos personajes. Primero, Wiktor (Tomasz Kot) un músico con el aspecto de un héroe existencialista de cine negro. Habla poco y fuma mucho. Pero sobre todo, hay que hablar de Zula, una mujer fatal, interpretada por Joanna Kulig, de físico magnético, que experimenta cambios fisionómicos increíbles durante la película y que compone una interpretación inabarcable: la conocemos como una misteriosa muchacha de pueblo, pero luego la veremos como una sex symbol de la Nouvelle Vague y hasta como una gran señora en decadencia, casi como una nueva Gena Rowlands. Resulta difícil dejar de mirar a Kulig en cada plano. Su personaje es conflictivo, es el misterio y el drama de la historia y bien puede representar a toda las mujeres que se pueden amar en una vida. Con estos elementos, Pawlikowski fabrica una historia río, ambientada en Europa justo tras la Segunda Guerra Mundial, cuando el comunismo comenzaba a ahogar a sus pueblos. Hay momentos vibrantes y hermosos -las actuaciones musicales, el tema sobrecogedor que sirve de leitmotiv y que muta de canción popular a balada de jazz-; momentos sublimes -el paseo nocturno por el Sena-, arrebatados -Zula dejándose llevar por los primeros compases del rock & roll-. La historia se cierra con un final sorprendente, calmado, íntimo y místico. Cold War habla del amor imposible y de la imposibilidad del amor. También de la valentía necesaria para vivir esa gran historia romántica que todos llevamos dentro y que pocos hacen realidad. Pero sobre todo reivindica la búsqueda de la felicidad individual, por encima de los vaivenes políticos de los tiempos que nos hayan tocado vivir.
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