El vicio del poder es la historia del mal. En inglés, 'vice' significa 'vicio', pero también significa aquí 'vice president', en referencia a Dick Cheney, quien fuera el segundo de George W. Bush -hasta hace poco el peor presidente imaginable para Estados Unidos- al que seguramente manejó a su antojo, como propone la tesis de este film. La película viene a ser una confirmación de nuestros miedos más reduccionistas sobre los republicanos de aquella administración, que provocó un par de guerras en Oriente Medio: que son una panda de incompetentes, ambiciosos, corruptos, sedientos de poder. Gente mala de verdad. La historia es presentada utilizando hechos supuestamente verídicos, con la densidad de un documental -desde el principio dejan claro el esfuerzo que han hecho por verificar sus datos-, en la misma línea que la anterior película de Adam McKay, La gran apuesta (2015). El tono es de comedia, satírica: después de todo, McKay también es autor de la inmensa El reportero (2004). Y lo que hace McKay, partiendo del realismo, es elevar a Cheney al nivel de un villano de cuento de hadas. Un tipo silencioso, oscuro, que ni siquiera necesita un corazón para vivir. Para sostener este discurso, esta producción tiene un reparto excepcional hasta en los papeles más breves. Protagoniza Christian Bale, en su nivel acostumbrado -ganó un Globo de Oro que dedicó a Satán- y le acompaña una Amy Adams fantástica en esta versión de Lady Macbeth que es Lynne Cheney. Luego, fantásticos actores como Steve Carrell, Sam Rockwell, Jesse Plemons, sin olvidar a Alison Pill y Lily Rabe. Pero también se asoman Naomi Watts, Eddie Marsan, Shea Whigham, Bill Camp, Tyler Perry o Alfred Molina en lo que son prácticamente cameos. Con estos actores es difícil no disfrutar de un relato ágil, que abarca toda la vida de Cheney. Cuando la historia requiere penetrar en los complicados vericuetos de la política, el ingenioso guión de McKay nos presenta conceptos difíciles de una forma visual y divertida: los parlamentos de Shakespeare para completar una parte desconocida de la historia, los anzuelos de pesca, los grupos de sondeo de marketing, el menú de Alfred Molina. Eso además de fantásticas ideas de puesta en escena como relacionar el pie nervioso de Bush Jr., controlando el teleprompter para comunicar al pueblo americano la ofensiva en Irak, con el de un padre iraquí aterrado durante un bombardeo. El vicio del poder no solo nos dice que esta gente es mala, sino que nos critica -a todos, incluso a Hollywood- por estar más interesados en el nuevo Iphone que en el programa electoral de nuestros políticos. El momento del film que resume la maldad de estos personajes: la risa de Steve Carrell -Donald Rumsfeld- cuando Cheney le pregunta "¿En qué creemos?"
EL VICIO DEL PODER -LA HISTORIA DEL MAL
El vicio del poder es la historia del mal. En inglés, 'vice' significa 'vicio', pero también significa aquí 'vice president', en referencia a Dick Cheney, quien fuera el segundo de George W. Bush -hasta hace poco el peor presidente imaginable para Estados Unidos- al que seguramente manejó a su antojo, como propone la tesis de este film. La película viene a ser una confirmación de nuestros miedos más reduccionistas sobre los republicanos de aquella administración, que provocó un par de guerras en Oriente Medio: que son una panda de incompetentes, ambiciosos, corruptos, sedientos de poder. Gente mala de verdad. La historia es presentada utilizando hechos supuestamente verídicos, con la densidad de un documental -desde el principio dejan claro el esfuerzo que han hecho por verificar sus datos-, en la misma línea que la anterior película de Adam McKay, La gran apuesta (2015). El tono es de comedia, satírica: después de todo, McKay también es autor de la inmensa El reportero (2004). Y lo que hace McKay, partiendo del realismo, es elevar a Cheney al nivel de un villano de cuento de hadas. Un tipo silencioso, oscuro, que ni siquiera necesita un corazón para vivir. Para sostener este discurso, esta producción tiene un reparto excepcional hasta en los papeles más breves. Protagoniza Christian Bale, en su nivel acostumbrado -ganó un Globo de Oro que dedicó a Satán- y le acompaña una Amy Adams fantástica en esta versión de Lady Macbeth que es Lynne Cheney. Luego, fantásticos actores como Steve Carrell, Sam Rockwell, Jesse Plemons, sin olvidar a Alison Pill y Lily Rabe. Pero también se asoman Naomi Watts, Eddie Marsan, Shea Whigham, Bill Camp, Tyler Perry o Alfred Molina en lo que son prácticamente cameos. Con estos actores es difícil no disfrutar de un relato ágil, que abarca toda la vida de Cheney. Cuando la historia requiere penetrar en los complicados vericuetos de la política, el ingenioso guión de McKay nos presenta conceptos difíciles de una forma visual y divertida: los parlamentos de Shakespeare para completar una parte desconocida de la historia, los anzuelos de pesca, los grupos de sondeo de marketing, el menú de Alfred Molina. Eso además de fantásticas ideas de puesta en escena como relacionar el pie nervioso de Bush Jr., controlando el teleprompter para comunicar al pueblo americano la ofensiva en Irak, con el de un padre iraquí aterrado durante un bombardeo. El vicio del poder no solo nos dice que esta gente es mala, sino que nos critica -a todos, incluso a Hollywood- por estar más interesados en el nuevo Iphone que en el programa electoral de nuestros políticos. El momento del film que resume la maldad de estos personajes: la risa de Steve Carrell -Donald Rumsfeld- cuando Cheney le pregunta "¿En qué creemos?"
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario