Perdonen ustedes el spoiler, espero que sea menor, pero hay un momento en la tercera temporada de Ozark en el que Marty Byrde (Jason Bateman) es interrogado por un peligroso narcotraficante. "¿Qué quieres?" es la pregunta que hace el criminal, incesantemente hasta que Marty acaba contestando: "Quiero que me des las gracias". Creo que son este tipo de conceptos los que consiguen que esta serie creada por Bill Dubuque y Mark Williams para Netflix conecte con el espectador. ¿Quién de nosotros no siente que merece un mayor reconocimiento? ¿Quién no espera unas palabras positivas de su jefe tras echar algunas horas de más en su trabajo? Como Marty, lo usual es que tengamos que enfrentar nuestros oficios en condiciones que distan de ser las ideales, pero nuestros superiores, por regla general, solo verán nuestros errores, sin tener en cuenta que ellos mismos nos han puesto en circunstancias complicadas. Se espera que Marty resuelva todos los problemas -aunque sean acciones delictivas- bajo una presión tremenda y él, encima, consigue sortear todos los obstáculos. ¿Alguien se lo agradece? No. Uno de los placeres sádicos de Ozark es ver cómo los guionistas siembran de trampas aparentemente irresolubles el camino de esos personajes que, al mismo tiempo, nos hacen querer. Uno de los mensajes más pesimistas de esta ficción, más oscura de lo que parece, es que todos estos esfuerzos no tendrán ninguna recompensa.
Lo que diferencia a Ozark de Breaking Bad, argumentalmente, es que la familia de Marty conoce su doble vida y participa de sus actividades criminales, incluidos los hijos: esta debe ser la única serie en la que los adolescentes no son insoportables. Mientras que Walter White (Bryan Cranston) corría constantemente el peligro de ser descubierto por sus parientes. Un efecto secundario de esa situación es que acabábamos sintiendo rechazo por Skyler (Anna Gunn), la mujer de Walter, que se acababa convirtiendo en un obstáculo más a la consecución de sus planes, que, paradójicamente, acabábamos deseando ver cumplidos a pesar de su criminalidad. En la tercera temporada de la estupenda serie que nos ocupa, crece el papel de la mujer de Marty, Wendy Byrde -una Laura Linney de premio-, que tras ponerle los cuernos y embarcarse en la empresa ilegal de Marty para blanquear dinero, comienza a tener sus propias iniciativas. Esto lo hace con la ayuda de uno de los personajes más complejos y atractivos de esta ficción, otra mujer, no por casualidad, la temible Helen Pierce (-estupenda Janet McTeer-. Así, Wendy, rompe el 'techo de cristal' y se erige en un personaje a la altura de Marty, quien claramente se siente amenazado por la independencia y la iniciativa de su mujer, por lo que comenzará a actuar a sus espaldas para desactivar sus iniciativas. Es interesante como en esta temporada, Ozark habla del matrimonio, amplificando los conflictos de cualquier pareja con el recurso de la ficción de los peligrosos narcos que dirigen y deciden el destino de nuestros protagonistas. Atención a los jueces de la pareja que establece el argumento: por un lado, la terapeuta Sue Shelby (MaryLouise Burke), divertido personaje que esconde un secreto y por otro, el peligroso criminal Omar Navarro (Félix Solís), que acaba convirtiéndose en un perverso vigilante del matrimonio de Marty y Wendy.
La sensación más acuciada en esta tercera temporada de Ozark es la amenaza. Los personajes de la familia Byrde viven en un peligro constante. Los narcos para los que trabajan, los carteles rivales, la despiadada abogada Helen Pierce, el acoso de los agentes del FBI, la mafia de Kansas City y el impredecible niñato de Frank Cosgrove Jr. (Joseph Sikora). Pero los peligros acechan también desde dentro de la propia familia, sobre todo en el (nuevo) personaje más interesante de esta entrega, Ben Davis -Tom Pelphrey merece un Emmy-, un conflictivo pero noble personaje, en busca de la felicidad, que introduce el tema de las enfermedades mentales y cuya presencia nos mantiene en tensión a la espera de un brote violento. La sabiduría de los que creadores de esta serie no está en sorprendernos: sabemos lo que va a ocurrir, ya que se nos anuncia en varios momentos de lo que es capaz Ben. El acierto es elegir el momento en el que ocurre lo que tiene que pasar. Hay en esta ficción una sensación de destino ineludible que convierte la serie era una tragedia anunciada. El otro mérito es haber sabido convertir a Ben en un personaje estimable con cuyo sufrimiento nos identificamos, aunque comprendamos el problema que representa para los que le rodean. La tercera entrega de Ozark va de menos a más, pero acaba confirmándose como una gran serie.
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