TIEMPO -EL PODER DE UNA IDEA


Si algo ha caracterizado la obra de M. Night Shyamalan es su capacidad para fabricar inquietantes thrillers con aspiraciones comerciales que reflejan los miedos contemporáneos. Tiempo -Old, en el original- cumple con todo esto, pero además es probablemente, junto a la estupenda El incidente (2008), su obra más abstracta, más cerebral. Shyamalan crea una (falsa) realidad Hitchcockiana en un entorno de lo más cotidiano: un hotel vacacional al que acuden familias para disfrutar de la playa. Un escenario frío y distanciado que nos aterroriza, no sabemos muy bien por qué, y que el director conjuga con momentos distendidos en la playa, casi como el Spielberg de Tiburón (1975), en un prólogo prodigioso. Luego está el estimulante planteamiento de la historia: una playa en la que todos envejecen varios años en unas pocas horas. Una premisa a mitad de camino entre un episodio de La dimensión desconocida y Perdidos que Shyamalan aprovecha al máximo, generando con sus personajes momentos de terror existencial que calan hondo. La poderosa idea de partida sirve para plantear todo tipo de cuestiones metafísicas sobre la vida, el tiempo, el temor a envejecer y a las enfermedades, a la decadencia física. Y quizás una cuestión central ¿Vale la pena dedicar nuestro tiempo a perseguir sueños, el éxito, o cualquier otro requisito que se nos ocurra para ser felices, o es mejor disfrutar lo mejor que se pueda con lo que tenemos? Shyamalan imprime en su relato un tono desasosegante, que parece no dejar escapatoria a sus personajes y trufa el argumento con sustos constantes e imágenes de puro terror, un poco en la misma línea de la reciente y divertida La visita (2015). La única pega que puedo ponerle a Tiempo es la sensación de que esa idea tan poderosa se queda corta, de ahí que Shyamalan necesite un prólogo -estupendo- y un epílogo para completar el metraje. Los últimos minutos del film, creo yo, pecan de ser demasiado explicativos: personalmente prefiero que se dejen las cosas en el misterio, abiertas a la interpretación. Además, Shyamalan se introduce a sí mismo dentro de la historia, en un cameo que tiene mucho de metaficción y que casi rompe la cuarta pared. Y retomando lo dicho al principio, el autor incide en uno de los mayores miedos actuales, el del bien de muchos a costa de la vida de unos pocos, un dardo directo contra las farmacéuticas que demuestra una gran valentía. Interpretaciones aparte -con las que podéis estar de acuerdo, o no- Tiempo es para mí una de las películas más interesantes del año.

HALSTON -LIBERTAD Y TALENTO


Inspirándose en la vida del famoso diseñador de moda estadounidense, la miniserie Halston, le sirve a Ryan Murphy -Pose, Hollywood- para abordar los temas habituales de sus ficciones: la doble vida del colectivo LGTBI y la discriminación que han sufrido históricamente (y la que siguen soportando); el lado oscuro de los famosos y del sueño americano. Si habéis visto las series de Murphy sabréis que le gusta el escándalo: sus personajes -reales o no- suelen pasar con facilidad del lujo y la fama a los sórdidos ambientes de la prostitución y las drogas. Aquí, Murphy produce y escribe la serie ideada por el autor teatral Sharr White, que protagoniza un soberbio Ewan McGregor. Halston es un talentoso diseñador, tan borde y soberbio gracias a su talento, como inseguro y sensible por una infancia complicada. Halston tiene todo tipo de elementos sensacionalistas: abundante ingesta de drogas; amantes chaperos venezolanos; un paseo por el mítico Studio 54 como símbolo de una época de desenfreno -y de libertad- que acabó con la aparición del SIDA; el lado oscuro de los famosos -la estupenda Krysta Rodríguez da vida a Liza Minelli-; y además, Murphy siempre incluye escenas de sexo gay -bastante explícitas- con la sana intención de normalizar -y seguramente, de provocar y escandalizar a más de uno-. Pero sobre todo, la historia del ascenso a la fama, el auge y la caída de Halston, es una reflexión sobre el capitalismo, retratado en su cara más voraz e insaciable, una idea que se personaliza en el matizado personaje del empresario David Mahoney, excelente Bill Pullman, capaz de explotar el talento sin ningún tipo de moral. Halston nos dice que por muy conservadora que sea una multinacional de cara al público, si huele dinero no pondrá reparos en pagar cantidades de dinero inmorales a un drogadicto. Halston es un ejemplo de rebeldía -autodestructiva, sí- aunque se haya 'vendido' al sistema y aunque haya podido vivir toda su vida sin ningún tipo de apuro económico, tras vender, incluso, su propio nombre. Un ser humano convertido en marca que buscará escapar de su propio imperio en una serie de lujoso diseño de producción y vestuario, estupendamente dirigida por Daniel Minahan en todos sus capítulos, con buenas interpretaciones, como la ya destacada de McGregor. Está nominada a 5 premios Emmy.

LA CLÁSICA HISTORIA DE TERROR -CULTURA DE LA VIOLENCIA


El título de A Classic Horror Story o La clásica historia de terror -disponible en Netflix- deja muy claras sus intenciones: asistimos a una película de terror que recopila las claves del género contemporáneo, digamos, desde La matanza de Texas (1974) hasta El proyecto de la Bruja de Blair (1999). Esta película italiana, codirigida por Roberto De Feo -La maldición de Lake Manor (2019)- y Paolo Strippoli, tiene el inicio de cientos de películas ya vistas: un grupo de personas -en este caso, desconocidos entre sí- emprende un viaje por carretera que acabará siendo un descenso a los infiernos: asesinatos, sectas y leyendas macabras. El grupo protagonista se enfrentará a algo tan antiguo como la caza del hombre por el hombre: podemos remontarnos a El malvado Zaroff (1932). Todo esto actualizado, claro, a nuestra época: uno de los personajes, Fabrizio (Francesco Russo) es un 'influencer' que graba todo lo que hacen para sus redes sociales. Hay también un comentario sobre el turismo, que puede remitir a Hostel (2005), y que permite la introducción de dos personajes estadounidenses -Mark (Will Merrick) y Sofia (Yuliia Sobol)- porque, hay que admitirlo, de ese país proviene gran parte de la tradición del género terrorífico. Por último, tenemos a nuestra final girl, la estupenda Matild Lutz -hemos hablado de Revenge (2017) en Indienauta- es una protagonista con sus propios conflictos existenciales, relacionados, pertinentemente, con la vida y la muerte. Con estos elementos, lo que nos cuentan es, superficialmente, una eficaz historia de terror, con tensión, sustos, sorpresas y algo de gore. Con inquietantes elementos de folk horror, la película mantiene en el misterio el secreto de su argumento, para luego revelarse como una reflexión autoconsciente sobre el género -pensemos también en la superior Cabin in the Woods (2011)- y sobre la violencia en nuestra sociedad, que permanece oculta, aunque sea real, y cuya presencia en el cine de género afean esos que prefieren permanecer ajenos al mundo real, esos turistas depredadores que saturan las playas.

MASTERS DEL UNIVERSO: REVELACIÓN -APRENDER A CRECER


Seguramente muchos de los que ahora tengan más de 40 años habrán jugado con las famosas figuras de los Masters del Universo, forzudos muñecos cuya estética remitía a la fantasía heroica -creo que en principio Mattel pretendía conseguir los derechos de Conan el Bárbaro- que tuvieron un éxito descomunal en los años 80. Una popularidad catapultada por una serie de animación, que seguramente todos recuerdan, en el que el bien y el mal se enfrentaban encarnados en el héroe He-Man y el malvado Skeletor, que luchaban alrededor del famoso castillo Grayskull. Inmersos como estamos en una recuperación nostálgica de las cosas que nos hicieron felices de niños, Netflix ha producido una secuela de aquella serie animada -que a mí, por cierto, nunca me gustó de niño- pero haciendo hincapié en los juguetes -al parecer, por temas de derechos-. Para ello han contado nada menos que con el gurú del frikismo noventero -también director de cine- como es el simpático Kevin Smith. Un tipo inteligente y sobre todo, entusiasta, al que quizás le falte verdadera inspiración para sorprender. En esta Masters del Universo: Revelación, Smith demuestra su sabiduría friki y saber hacer: juega de forma excelente en tres niveles narrativos. Primero, le da una necesaria vuelta de tuerca a las expectativas del fan -ojo spoilers- retomando los elementos clásicos de Masters del Universo en una suerte de futuro, cambiando dinámicas y diseños de los personajes y sobre todo, convirtiendo en protagonista a Teela, que aporta, lógicamente, una perspectiva diferente y seguramente más interesante. La jugada es similar a la de Star Wars y Rey, para mí, el personaje más perdurable de la fallida nueva trilogía galáctica. Con esta aproximación -que creo satisface las necesidades de llevar la franquicia a una nueva generación- Smith nos dice, básicamente: chavales, los tiempos han cambiado (para bien). Si esta maniobra era de por sí arriesgada, el movimiento argumental que la provoca no lo es menos -cuidado, spoiler- eliminar de la historia a He-Man y a Skeletor, al menos en estos primeros episodios. Un golpe de efecto -nunca olvidaré cómo Smith mató a Misterio en los cómics de Daredevil- que busca sobre todo llamar la atención. En un segundo nivel narrativo, Smith juega también a lo que -presumo- quería ver el fan: a He-Man y a Skeletor enfrentados como lo hacían en los 80. Esto lo consigue a través de flashbacks, que sirven como contrapunto -nostálgico y distanciado- de la nueva realidad en Eternia, tras la pérdida de la magia. Smith, además, va trufando la narración de personajes secundarios, a cual más recóndito, haciendo seguramente las delicias del coleccionista de las figuras -que, por cierto, me gustaban mucho más que la serie animada-. Por último, Smith, inevitablemente, introduce un humor postmoderno y referencial -son sus señas de estilo- en el que se ríe de los elementos más inocentes de la serie original -los diálogos están repletos de juegos de palabras tontorrones- o de los diseños absurdos de las figuras más locas -Stinkor, el villano que apesta-. El verdadero mérito de Kevin Smith es haber conseguido integrar todo esto en una historia coherente, sorprendente, interesante y que tiene, además, corazón y auténtica devoción por la franquicia. La animación es estupenda y el reparto de voces es el sueño húmedo de cualquier friki: empezando por Mark Hamill -Luke Sywalker, claro, pero también la voz del Joker en la serie animada de Batman- como Skeletor; Sarah Michelle Gellar -Buffy Cazavampiros- es Teela; y también están Lena Headey y Liam Cunningham de Juego de Tronos; además de Henry Rollins -Black Flag-, el estupendo Stephen Root, Alicia Silverstone, Justin Long, y Alan Oppenheimer, quien diera voz a Skeletor -y alguno más- en la serie original, por no hablar del colega de Smith, Jason Mewes. Con estos elementos, Masters del Universo: Revelación es una serie estupenda, que se puede ver con los hijos -sobre todo si has jugado con ellos con las nuevas figuras de Origins- y que deja con ganas de más.

FEAR STREET -LA EVOLUCIÓN DEL SLASHER


Cuando Halloween (1978) de John Carpenter inauguró el subgénero del slasher -en el que un psicópata asesina brutalmente a jóvenes- estableció sin querer una serie 'reglas' tácitas que le valieron a estas películas el ser criticadas por reaccionarias. El que la protagonista Laurie Strode (Jamie Lee Curtis) fuera la única superviviente de la historia -la primera Final Girl- y también la única que no bebía alcohol, que no mantenía relaciones sexuales ni consumía drogas -al contrario que sus 'alocados' amigos, que sí acababan asesinados- parecía enviar un mensaje moralista, que Carpenter desmentiría con el tiempo. La incontable cantidad de secuelas, copias y explotaciones de Halloween llenaron las pantallas de jóvenes pasándoselo -demasiado- bien para luego perecer bajo el cuchillo/machete/motosierra del psychokiller de turno. A este incómodo componente moral del slasher se le da un interesante giro en la estupenda trilogía de Fear Street estrenada en Netflix, que adapta los libros del popular R.L. Stine y que comento con spoilers. Las tres películas hacen un divertido repaso de la historia del subgénero de los asesinos en serie utilizando modelos muy claros: en el primer episodio, 1994, se fijan obviamente en la saga de Scream (1996) de Wes Craven y Kevin Williamson, que precisamente era una mirada autoconsciente y postmoderna de la tradición del género. En ese tono comienza Fear Street, en la que la protagonista es Deena (Kiana Madeira), una adolescente, lesbiana, que sufre el acoso de un misterioso asesino disfrazado como la muerte -Skull Mask, un claro remedo del Ghostface que aterrorizó a Neve Campbell-. En el primer largometraje de la trilogía, asistimos a una divertida película de terror con numerosos guiños, a lo que hay que sumar un buen retrato de los protagonistas adolescentes -interpretados por actores carismáticos como Fred Hechinger- y una dosis aceptable de sustos y gore. Destaquemos a la maravillosa Maya Hawke remedando a Drew Barrymore y por extensión, también, a Janet Leigh: porque Psicosis (1960) de Alfred Hitchcock es la madre, más bien la abuela, del slasher. Lo interesante de Fear Street es que los personajes que consumen drogas -y hasta trafican con ellas- o practican sexo no son descerebrados, sino seres humanos normales que nos caen bien. De hecho, la protagonista, al ser lesbiana, es una adolescente marginada, que sufre acoso. Todo esto se suma a un 'subtexto' -más bien evidente- que enfrenta a dos pueblos vecinos, el de los privilegiados, Sunnyvale, y el de los marginados, Shadyside. El segundo episodio de la trilogía retrocede a 1978, para fijarse en las películas de Viernes 13 (1980) -que aprovechaban el éxito de Halloween- presentándonos a un grupo de chavales en un campamento de verano asesinados por un psicópata con un saco en la cabeza -que recuerda al Jason Voorhees de Viernes 13 Parte 2 (1981)-. Pero lejos del body count de aquellas películas, en las que los personajes no nos importaban, aquí asistimos a la historia de Ziggy Berman (Sadie Sink), otra marginada -interpretada en el presente por la maravillosa Gillian Jacobs- que es un homenaje a Stephen King -otra influencia importante- y sobre todo a David Bowie -fantástica la transición de la versión de Nirvana de The Man Who Sold The World a la original de Bowie que nos lleva de los 90 a los 70- y que vuelve a invertir las 'reglas' del género: la virgen no será aquí la Final Girl, los drogatas que follan tienen sentimientos y nos dan pena, los adolescentes que mueren asesinados son verdaderos adolescentes -poco más que niños- lo que hace que sus muertes sean incómodas y nada festivas. Pero creo que donde verdaderamente se ven las intenciones de esta trilogía -estupendamente adaptada por Kyle Killen y Phil Graziadei, y dirigida por Leigh Janiak- es en el otro subgénero que toca: el de la brujería. La bruja ha sido utilizada en el cine como metáfora de la persecución del diferente o y sobre todo de la mujer discriminada. En el episodio 1666, la orientación sexual de Deena la coloca en el punto de mira de un pueblo cuyos vecinos son intolerantes, temerosos de Dios y están llenos de odio. En una jugada interesante, aunque no precisamente original -pensemos en las intenciones, por poner solo un ejemplo, de La bruja (2015) de Robert Eggers- la bruja que parecía estar detrás de la maldición del pueblo y que poseía al fantástico y terrorífico grupo de asesinos, es en realidad una víctima del conservadurismo y la intolerancia, representados nada menos que en las fuerzas del orden, el sheriff Nick Goode (Ashley Zukerman) -invirtiendo, en otra metáfora obvia, el sentido de su apellido, pronunciado en inglés como 'good'-. Todos estos elementos hacen que, detrás de un estupendo divertimento que brilla por su dinamismo, su estética pop y su simpático repertorio de temas musicales, haya una mínima reflexión sobre el género y sobre los prejuicios de nuestra sociedad.

LA MUJER QUE ESCAPÓ -MINIMALISMO


El director coreano Hong Sang-soo -en Indienauta hemos reseñado Ahora sí, antes no (2015) y La cámara de Claire (2017)- depura al máximo su estilo sencillo, pero preciso, en La mujer que escapó, una propuesta de historia mínima, resuelta con una pasmosa economía de planos. Protagoniza su actriz fetiche -y pareja del director- Kim Min-hee, como Gam-hee, una mujer casada que visita, sucesivamente, a tres amigas. Con cada una de ellas mantendrá una conversación en un escenario diferente, tan cotidiano como las respectivas viviendas de cada una, o la sala de cine en la que trabaja la tercera. Lo primero que hay que decir es que hay que olvidar la palabra conflicto en estas tres historias, ya que cada una se desarrolla simplemente como una conversación entre amigas o conocidas, una puesta al día de vivencias, parejas, trabajos y de sus situaciones económicas y vitales. Son conversaciones plácidas, sin el menor atisbo de tensión dramática. Algo parecido a un conflicto aparece, sin embargo, de forma sorprendente, de manera externa y encarnada en tres personajes masculinos que se antojan intrusos en esta obra de marcado carácter femenino: un vecino que pide que no se alimente a un gato callejero, un amante despechado, y ese antipático director de cine que aparece en varias obras de Hong Sang-soo y que claramente le representa, aunque no de forma precisamente favorable. Todo en La mujer que escapó se cuenta a través del diálogo, aunque también, a través de lo que podemos inferir sobre lo no dicho. Y es que el director surcoreano deja al espectador completamente libre para interpretar -o no- las tres historias -prácticamente independientes- que está viendo. ¿Son sucesivas? ¿Ocurren todas durante el mismo día? ¿O que Gam-hee repita siempre que es la primera vez que se separa de su marido en 5 años indica que estamos ante historias alternativas, a la manera de Ahora sí, antes no? No sabría decirlo, pero lo cierto es que el propio Hong Sang-soo parece autocuestionarse ante el espectador: ¿Se puede ser sincero repitiendo siempre el mismo discurso? Como autor, el director siempre vuelve a los mismos temas, pero aquí, lleva su estilo al límite: como ya he dicho, no hay la más mínima progresión dramática y además, la puesta en escena economiza en planos hasta el estatismo. Cada conversación se desarrolla en un único plano, que apenas corregirá el director con un zoom o un pequeño movimiento de cámara. Y cómo colofón de cada una de las tres historias, el único tema musical de la película se repite en tres ocasiones -siempre el mismo-. Al final, quizás de forma significativa, aunque Hong Sang-soo nos muestra trozos de realidad cotidiana, su último plano se interna dentro de una pantalla de cine. Una película dentro de una película.

LOKI -LA NARRACIÓN INFINITA


Tras la original Bruja Escarlata y Visión, Marvel Studios vuelve a sorprender con la serie de Loki, un producto bastante diferente de lo que se podía esperar de la casa de los superhéroes. Michael Waldron -Rick y Morty- ha concebido -y escrito- una serie de ciencia ficción con grandes dosis de comedia. Una historia estimulante, muy interesante, que solo cojea por las acostumbradas servidumbres de Marvel. El diseño de producción es brillante y yo destacaría la realización de Kate Herron, con bastante experiencia televisiva, y la música Natalie Holt, que dotan a esta miniserie de una personalidad realmente peculiar. En las líneas que siguen paso a comentar, muy brevemente, cada entrega de Loki, eso sí, con spoilers que creo que son inevitables. En el primer episodio, Glorious Purpose, Loki es detenido por la Agencia de Variación Temporal, algo así como la versión de SHIELD que se dedica a vigilar que los viajeros temporales no se salgan de madre: recordemos Vengadores: Endgame (2019), película en la que esta serie de Disney Plus tiene su origen directo. Esto da pie a que Loki protagonice a un argumento que recuerda nada menos que a El proceso de Franz Kafka, o más bien, a una película tan cercana a ese espíritu como Brazil (1985) de Terry Gilliam. Loki (Tom Hiddleston) es un personaje rebelde y tramposo que tendrá que someterse a la burocracia y a las infinitas reglas de dicha agencia. Tendrá su principal aliado en Mobius (Owen Wilson), un veterano agente que decidirá utilizar a Loki para cazar una peligrosa variante -así se llama a los viajeros que ponen en peligro la línea temporal- que, desde el principio, se nos dice que es el propio Loki. Con esta premisa, el primer capítulo resulta divertido, inteligente e ingenioso, aunque quizás le falte acción y sobre todo, peca de explicativo y repetitivo. En las siguientes entregas, Loki se desarrolla de una forma muy variada. Hay elementos de buddy movie en The Variant, que explota la relación -cómica- entre Loki y Mobius; en Lamentis descubrimos la identidad de la variante -ojo spoiler- una interesante versión femenina del hermanastro de Thor, Sylvie (Sophia Di Martino), que cambia completamente la dinámica de la historia y propone la tensión sexual no resuelta más extraña que haya visto; The Nexus Event revela varios misterios, tiene guiños a El mago de Oz y nos hace creer que Loki ha muerto en un cliffhanger irresistible; Journey into Mistery es un homenaje a la primera cabecera en la que se publicaron las aventuras de Thor -y de Loki- en los años sesenta y nos presenta una especie de limbo temporal en el que caben las versiones descartadas de las líneas temporales abortadas: el videojuego Polybius que nunca fue; el USS Eldrige del famoso experimento Philadelphia, que habría viajado en el tiempo; por no hablar de un Loki niño, un Loki afroamericano, un Loki presidente, ¡un Thor rana! y un Loki con el traje original del personaje en los mencionados cómics, interpretado nada menos que por el estupendo Richard E. Grant. Posiblemente el mejor episodio de la temporada. El último capítulo, For All Time. Always, es un sorprendente final, prácticamente un episodio embotellado, que tras un prólogo que recuerda a 2001: Una odisea en el espacio (1968) transcurre casi enteramente en un solo escenario y a través de una conversación entre Loki, Sylvie y el misterioso enemigo detrás de la AVT, cuyo nombre no es revelado explícitamente, pero que -este sí es un spoiler- claramente es Kang, el conquistador del siglo XXX, interpretado de forma sorprendente por Jonathan Majors. No hay un gran enfrentamiento espectacular, sino una decisión moral cuya repercusión apenas podemos intuir, pero que seguramente es el punto de partida de la siguiente fase del Universo Cinemático de Marvel. Loki incluso prescinde de la famosa escena postcréditos que en cada película anticipa la siguiente, pero nos deja una revelación incluso más atractiva: que habrá una segunda temporada. Yo quiero verla.

VIUDA NEGRA -EPÍLOGO Y NUEVO COMIENZO


Marvel Studios vuelve, por fin, a los cines con una película que era una doble deuda con los espectadores. La aventura en solitario de Viuda Negra era una promesa largamente esperada por los fans, que demandaban una película sobre una superheroína -llegaría primero Capitana Marvel (2019)- y luego, una vez completado el film, su estreno se ha ido retrasando, ya sabéis, por culpa de la pandemia. Estos dos factores condicionan, seguramente, la recepción de la película. Por un lado, ya hemos visto la mencionada Capitana Marvel, por no hablar de dos entregas de Wonder Woman: Viuda Negra ha perdido la oportunidad de ser la primera. Por otro lado, la ausencia de productos Marvel en las salas hará que esta sea recibida con la avidez de un primer partido de liga, después del verano, aunque sea un duelo entre equipos modestos. Lo cierto es que Viuda Negra cumple sobradamente con la calidad media de un producto Marvel: fantástico diseño de producción, escenas de acción trepidantes con estupendos efectos especiales, un elenco de estrellas -y de buenos y carismáticos actores- y un guión sólido. La película sigue la línea del cine de espías -como Capitán América: El soldado de invierno (2014)- con peleas espectaculares en escenarios más o menos realistas, alejados de la space opera del díptico sobre Thanos o de la fantasía de Thor. No se esconde la herencia de James Bond y veremos secuencias de acción que recordaremos de otros títulos similares: persecuciones por las calles, carreras por los tejados, y la espectacular pelea en el aire que presenta la set piece final. El origen del personaje en los cómics aparece reflejado en la película, pero curiosamente nos suena más por películas o series como Nikita (1990) o Alias (2001). El guión firmado por Eric Pearson siguiendo una historia de Jac Schaeffer y Ned Benson establece como conflicto principal la infancia robada, el entorno familiar perdido, compuesto por los personajes encarnados por David Harbour, Rachel Weisz, Florence Pugh y, por supuesto, Scarlett Johansson. Esta 'familia' disfuncional marca la parte emocional de la película, y es su principal debilidad: aunque los personajes resultan cercanos -sobre todo gracias a unos estupendos actores- el retrato humano cojea, los conflictos entre ellos no están desarrollados. Les quita espacio la trama principal, el conflicto interno de Natasha Romanoff, la culpa que siente por lo que tuvo que hacer cuando funcionaba como espía enemiga. Una trama similar a la del Soldado de Invierno, por cierto. Los elementos relacionados con la organización que busca destruir a la heroína -con un villano muy incómodo interpretado por Ray Winstone y otro misterioso, Taskmaster- apenas están apuntados y podrían haber sido muy interesantes, si el argumento hubiese elegido ese camino. Así, aunque es de agradecer la voluntad de la directora Cate Shortland, que imprime un sello distintivo en la película, su esfuerzo, quizás, se queda corto. Estamos ante una película Marvel, con momentos, eso sí, de cierta personalidad: el estupendo prólogo -atención a la actriz que hace de Nastaha de niña, Ever Anderson, hija de una mítica heroína de acción como es Milla Jovovich-, los títulos de crédito con una estupenda versión del Smells Like Teen Spirit de Nirvana interpretada por Malia J; las comidas 'familiares' que desvelan las verdaderas relaciones entre los personajes. Viuda Negra es una película estimable, aunque olvidable, cuyo gran problema, además, es cómo ha sido utilizado el personaje en las películas. Si el Capitán América, Hulk, Thor y Iron Man contaron primero con sus respectivas películas, en las que se establecían sus principales características, para luego verles reunidos en Los Vengadores (2012), con la Viuda Negra se intenta la operación inversa, que simplemente no encaja en la continuidad. El personaje siempre se había definido exclusivamente por su relación con otros (hombres): con Tony Stark, con Steve Rogers, con Bruce Banner/Hulk y sobre todo, con Ojo de Halcón, así que este intento de dotar a Nastasha de una identidad propia, volviendo al pasado -creo que la película ocurre justo después de Capitán América: Civil War (2016)- llega demasiado tarde. Pero como siempre, cada película de Marvel Studios es el teaser de una próxima entrega, en este caso -ojo spoiler- de una serie de televisión, estrategia muy interesante en este colosal universo transmedia.

LA MUJER DEL ESPÍA -EL FIN DEL MUNDO


La crítica cinematográfica suele describir el cine del director japonés Kiyoshi Kurosawa -
Pulse (2001)- como apocalíptico, etiqueta que creo que se puede aplicar también a La mujer del espía. El escenario de la historia es Japón en los instantes previos a la Segunda Guerra Mundial. Los protagonistas, Satoko (Yû Aoi) y Yusaku Fukuhara (Issey Takahashi), son un matrimonio que vive al 'estilo occidental', algo que no gusta al régimen fascista cuya sombra se hace cada vez más alargada, acorralando a los personajes. Satoko es la mujer de un exitoso empresario, sobre el que recae la sospecha de la traición y del espionaje por parte del militar Yasuharu Tsumori (Masahiro Higashide), oscuro personaje unido a la pareja por un pasado común. Viejas rencillas salen a relucir y se convierten en terribles venganzas cuando un nuevo régimen llega al poder. Satoko, personaje complejo, sufrirá primero la duda, casi Hitchcockiana, sobre la verdadera lealtad de su marido, pero luego tomará decisiones que pueden resultar contradictoras para el espectador. Kurosawa fabrica un drama con intriga que se va gestando muy lentamente, en el que sus intenciones como autor no estarán claras hasta un final contundente, que me ha hecho pensar que estaba ante una gran película. El director habla del poder -y de cómo aplasta al individuo- pero sobre todo nos muestra que el amor, el patriotismo, o incluso un intachable sentido de la justicia, no sirven de nada ante un destino inevitable, en un final que hace pensar en una frase de Cure (1997): “Señor Hanaoka, llorar no servirá de nada”. El tono apocalíptico del que he hablado al principio es patente en una historia enmarcada en el final de una época, de un Japón abocado a la locura de una guerra que todos sabemos cómo acabó. Sin alardes, Kurosawa nos lleva de la mano hasta un desenlace tremendo. A destacar el juego que hace con la ficción: esa película dentro del film que anticipa lo que va a ocurrir en la historia, o ese siniestro metraje encontrado de los crímenes del gobierno japonés que demuestran que Kurosawa sigue teniendo un excelente pulso para el terror.

LA GUERRA DEL MAÑANA -EL CINE ACTUAL


La guerra del mañana
es en mi opinión un perfecto ejemplo del cine comercial actual. Una superproducción de ciencia ficción -olvidad el concepto de telefilm- pensada para la pantalla grande, que se estrena en una plataforma doméstica, como Amazon Prime Video, por culpa de la pandemia. Un plano de la película hace evidente que fue diseñada para las salas de cine: cuando todavía no hemos visto a los enemigos de los protagonistas, estos se reflejan en las gafas de uno de los personajes para ofrecer un pequeño atisbo de cómo son, se supone que apenas debemos intuirlos pero en mi televisor de 55 pulgadas directamente no se ve nada. El otro rasgo de esta película dirigida por Chris McKay -Batman: La Lego película (2017)- es que no se sabe cuál es su público objetivo. El film se presenta como una cinta para mayores de 16 años y su premisa, desde luego, parece sombría: en el futuro se está librando una guerra, perdida de antemano, que obliga a reclutar soldados en el presente. La forma en la que la historia presenta el destino, la muerte y un futuro apocalíptico inevitable, parece material adecuado para una obra densa y madura. No es así. La guerra del mañana es entretenimiento apto para toda la familia, a pesar de ciertos excesos de violencia y sangre. El propio casting nos da una buena muestra de ello: protagoniza el divertido Chris Pratt, al que conocemos de exitosas franquicias para todos los públicos como Guardianes de la Galaxia y Jurassic World. La película tiene mucho humor y acaba eligiendo como conflicto principal la relación entre el personaje interpretado por Pratt y su hija, en una trama tierna y de buenos sentimientos. Como tantas otras, he visionado La guerra del mañana pensando que mi hijo de 7 años podría haber visto sin mayores problemas este entretenimiento para 'adultos'. Mucha acción, grandes efectos especiales, un diseño de criaturas muy chulo, aunque reiterativo, y un buen reparto -Yvonne Strahovski, J.K. Simmons, Betty Gilpin- completan el conjunto, que se deja ver con agrado si no pedimos demasiado. A pesar de su premisa más o menos original, La Guerra del mañana es un pastiche de referencias de películas de culto: Alien (1979), La cosa (1982), Aliens (1986), Terminator (1984), Independence Day (1996), Starship Troopers (1997), Contact (1997) y hasta Monstruoso (2008) o Al filo del mañana (2014). Una mezcla ganadora, sin duda, todo eso nos gusta, pero que, irremediablemente, nos parece ya vista. O quizás, esto está pensado para los quinceañeros que no conocen ninguna de esas referencias. La película tiene además una lectura -no sé si intencionada- que refleja lo que hemos vivido en la pandemia: un acontecimiento planetario que lo cambia todo, que afecta a la humanidad entera y que oscurece el futuro. Por si fuera poco -ojo spoiler- la solución aparece en forma de vacuna -incluso hay un diálogo irónico sobre que ningún gobierno quiere invertir en investigación-. Pero sobre todo, La guerra del mañana plantea una preocupación muy presente en la ficción audiovisual estadounidense de los últimos años: ¿Qué mundo le dejaremos a nuestros hijos?

EN UN BARRIO DE NUEVA YORK -RAÍCES


Lin-Manuel Miranda -Hamilton (2020)- adapta su propio musical -con la ayuda al guión de 
Quiara Alegría Hudes- En un barrio de Nueva York -In the Heights en el original- un vibrante musical, de aliento clásico pero con tics modernos, estupendamente dirigido por John M. Chu -Step Up 2 (2006)-. La historia se centra en tres jóvenes, de origen dominicano, que viven en el barrio de Washington Heigths en Nueva York. Cada uno tiene diferentes sueños: el del protagonista Usnavi (Anthony Ramos) explícitamente bautizado como 'sueñito', es montar un chiringuito en su isla natal; el de Vanessa (Melissa Barrera) es convertirse en diseñadora de moda y el de Nina Rosario (Leslie Grace), casi una hermana para Usnavi, es por el contrario un sueño, roto, el de estudiar en la Universidad, en realidad, el sueño de su padre, Kevin (Jimmy Smits). Estos anhelos de cada personaje, un lugar común del cine estadounidense y sobre todo, del género musical, son solo un Mcguffin que impulsa la trama. En realidad, En un barrio de Nueva York habla de raíces. Los personajes son inmigrantes de segunda generación, de países caribeños como República Dominicana, Puerto Rico y Cuba, que se han afincado en el mencionado barrio. Pero todos miran con nostalgia hacia sus orígenes -caso de Usnavi, que recuerda su infancia con su padre fallecido- o intentan escapar de ellos, como Vanessa; o quieren volver a su zona de confort, como Nina Rosario. La historia es rica en referencias a la herencia latina de los personajes, a su idiosincrasia y costumbres, representadas en el importante personaje de la abuela Claudia (Olga Merediz), auténtico corazón del film. El conflicto coyuntural es la gentrificación que eleva el precio de la vida en el barrio y obliga a sus vecinos a una nueva migración, alejándolos de lo que se había convertido en un segundo hogar. Este conflicto, el de irse o quedarse, es el que realmente divide a los personajes, que deberán encontrar, cada uno, el sentido de su vida. En un barrio de Nueva York es un musical luminoso y energético, pero con la mirada puesta en los conflictos sociales de los inmigrantes residentes en Estados Unidos, personificados en Sony (Gregory Diaz IV), un joven que se siente estadounidense, pero cuyo futuro es incierto. Con esta temática de fondo, Lin-Manuel Miranda compone temas con bases latinas que funcionan estupendamente en pantalla: son ritmos muy bailables que permiten coreografías espectaculares. La dirección de John M. Chu está a la altura y la película tiene varios momentos memorables: la secuencia inicial que sirve de prólogo a la vida en el barrio y presenta a los personajes; el estupendo número de la fiesta en la piscina, con guiños a Esther Williams; la odisea de la abuela en el metro, con simbología trascendental; el baile de las banderas y la romántica danza entre Nina Rosario y Benny (Corey Hawkins), en vertical, sobre la fachada del edificio.