LA CLÁSICA HISTORIA DE TERROR -CULTURA DE LA VIOLENCIA


El título de A Classic Horror Story o La clásica historia de terror -disponible en Netflix- deja muy claras sus intenciones: asistimos a una película de terror que recopila las claves del género contemporáneo, digamos, desde La matanza de Texas (1974) hasta El proyecto de la Bruja de Blair (1999). Esta película italiana, codirigida por Roberto De Feo -La maldición de Lake Manor (2019)- y Paolo Strippoli, tiene el inicio de cientos de películas ya vistas: un grupo de personas -en este caso, desconocidos entre sí- emprende un viaje por carretera que acabará siendo un descenso a los infiernos: asesinatos, sectas y leyendas macabras. El grupo protagonista se enfrentará a algo tan antiguo como la caza del hombre por el hombre: podemos remontarnos a El malvado Zaroff (1932). Todo esto actualizado, claro, a nuestra época: uno de los personajes, Fabrizio (Francesco Russo) es un 'influencer' que graba todo lo que hacen para sus redes sociales. Hay también un comentario sobre el turismo, que puede remitir a Hostel (2005), y que permite la introducción de dos personajes estadounidenses -Mark (Will Merrick) y Sofia (Yuliia Sobol)- porque, hay que admitirlo, de ese país proviene gran parte de la tradición del género terrorífico. Por último, tenemos a nuestra final girl, la estupenda Matild Lutz -hemos hablado de Revenge (2017) en Indienauta- es una protagonista con sus propios conflictos existenciales, relacionados, pertinentemente, con la vida y la muerte. Con estos elementos, lo que nos cuentan es, superficialmente, una eficaz historia de terror, con tensión, sustos, sorpresas y algo de gore. Con inquietantes elementos de folk horror, la película mantiene en el misterio el secreto de su argumento, para luego revelarse como una reflexión autoconsciente sobre el género -pensemos también en la superior Cabin in the Woods (2011)- y sobre la violencia en nuestra sociedad, que permanece oculta, aunque sea real, y cuya presencia en el cine de género afean esos que prefieren permanecer ajenos al mundo real, esos turistas depredadores que saturan las playas.

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