El director estadounidense Robert Eggers se embarca en su bautismo de fuego cinematográfico con El hombre del norte, tercera película tras las prometedoras La bruja (2015) y El faro (2019), en la que se atreve a buscar un público más amplio con un presupuesto importante. En su primera película, Eggers se ocupó del extremismo religioso y la paranoia social represora desde un realismo naturalista, pero sin renunciar al fantástico; en la segunda hacía un esquinado homenaje al cine mudo, al expresionismo, a través del recital interpretativo de sus protagonistas -Willem Dafoe y Robert Pattinson-; ahora, Eggers se propone sentar las bases definitivas de su estilo como autor utilizando como vehículo lo que se conoce como una película 'de vikingos', esa pequeña parcela del cine de aventuras. Partiendo de mitos nórdicos, pasados por referencias como Shakespeare, Los vikingos (1958) de Richard Fleischer, Conan el Bárbaro (1982) y sobre todo su propio cine, Eggers construye un relato lineal de venganza que avanza casi sin descansos para el desarrollo dramático. Eggers crea un mundo primitivo y brutal: apenas hay momentos de humanidad, reservados solo para las relaciones entre padres e hijos o para el amor. En ese mundo predominan el esfuerzo, las penurias, el trabajo inhumano de los esclavos, el enfrentamiento violento. Pero al mismo tiempo, descubriremos un mundo paralelo de lo espiritual, expresado en clave de cine de terror, en el que viven brujas, magos y adivinos que hacen presagios y encomiendan misiones para encontrar armas mágicas que conllevan enfrentamientos con gigantes polvorientos. Eggers, sin embargo, usa el lenguaje del cine para dejar que el espectador decida si lo sobrenatural es 'real' -si es que eso significa algo- o si lo que vemos son sueños o incluso alucinaciones provocadas por la ingesta de hongos. Eggers se apoya en la fuerza y el poderío físico de su protagonista, un enorme -literalmente- Alexander Skarsgard -un auténtico vikingo sueco-; en la mirada enigmática de Anya Taylor-Joy -con la que repite tras La bruja- y sobre todo en una soberbia Nicole Kidman, dando vida a una versión salvaje de Lady Macbeth y a una 'madre terrible', que la actriz consigue construir de forma contundente en muy pocas escenas -no me resisto a mencionar que esta película supone el reencuentro entre Kidman y Skarsgard, que fueron marido y mujer en la serie Big Little Lies, cuando aquí son madre e hijo-. El hombre del norte es seguramente uno de los blockbusters más atípicos que hayamos visto, una película visualmente espléndida -cuya fotografía en color parece el blanco y negro coloreado del cine mudo- y también ruidosa, hiperviolenta, de estallidos de furia irracional que parece querer expresar una concepción del mundo en la que la vida era una pura lucha, y en la que los hombres -y mujeres- son meros títeres del destino.
EL HOMBRE DEL NORTE -APOCALIPSIS VIKINGO
El director estadounidense Robert Eggers se embarca en su bautismo de fuego cinematográfico con El hombre del norte, tercera película tras las prometedoras La bruja (2015) y El faro (2019), en la que se atreve a buscar un público más amplio con un presupuesto importante. En su primera película, Eggers se ocupó del extremismo religioso y la paranoia social represora desde un realismo naturalista, pero sin renunciar al fantástico; en la segunda hacía un esquinado homenaje al cine mudo, al expresionismo, a través del recital interpretativo de sus protagonistas -Willem Dafoe y Robert Pattinson-; ahora, Eggers se propone sentar las bases definitivas de su estilo como autor utilizando como vehículo lo que se conoce como una película 'de vikingos', esa pequeña parcela del cine de aventuras. Partiendo de mitos nórdicos, pasados por referencias como Shakespeare, Los vikingos (1958) de Richard Fleischer, Conan el Bárbaro (1982) y sobre todo su propio cine, Eggers construye un relato lineal de venganza que avanza casi sin descansos para el desarrollo dramático. Eggers crea un mundo primitivo y brutal: apenas hay momentos de humanidad, reservados solo para las relaciones entre padres e hijos o para el amor. En ese mundo predominan el esfuerzo, las penurias, el trabajo inhumano de los esclavos, el enfrentamiento violento. Pero al mismo tiempo, descubriremos un mundo paralelo de lo espiritual, expresado en clave de cine de terror, en el que viven brujas, magos y adivinos que hacen presagios y encomiendan misiones para encontrar armas mágicas que conllevan enfrentamientos con gigantes polvorientos. Eggers, sin embargo, usa el lenguaje del cine para dejar que el espectador decida si lo sobrenatural es 'real' -si es que eso significa algo- o si lo que vemos son sueños o incluso alucinaciones provocadas por la ingesta de hongos. Eggers se apoya en la fuerza y el poderío físico de su protagonista, un enorme -literalmente- Alexander Skarsgard -un auténtico vikingo sueco-; en la mirada enigmática de Anya Taylor-Joy -con la que repite tras La bruja- y sobre todo en una soberbia Nicole Kidman, dando vida a una versión salvaje de Lady Macbeth y a una 'madre terrible', que la actriz consigue construir de forma contundente en muy pocas escenas -no me resisto a mencionar que esta película supone el reencuentro entre Kidman y Skarsgard, que fueron marido y mujer en la serie Big Little Lies, cuando aquí son madre e hijo-. El hombre del norte es seguramente uno de los blockbusters más atípicos que hayamos visto, una película visualmente espléndida -cuya fotografía en color parece el blanco y negro coloreado del cine mudo- y también ruidosa, hiperviolenta, de estallidos de furia irracional que parece querer expresar una concepción del mundo en la que la vida era una pura lucha, y en la que los hombres -y mujeres- son meros títeres del destino.
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