Tras ganar el Oso de Oro en el festival de Berlín, se estrena la esperada Alcarrás, la segunda película de Carla Simón que confirma aquí una voz y una mirada que prometen ser importantes en el futuro del cine español. Tras la emocionante Verano 1993 (2017), la directora vuelve a partir de materiales autobiográficos para contar su historia, pero esta vez el relato pasa de una dimensión personal a una social. Alcarrás se centra, de nuevo, en una familia, pero esta vez la tragedia no es íntima -aunque también- sino colectiva: la crisis del campo. Los protagonistas se enfrentan al fin de su forma de vida porque cultivar melocotones, su sustento tradicional y ancestral, ha dejado de ser 'rentable' por causas que quedan fuera del espectro del film, pero que todos conocemos, esos mercados globales que hacen que sea más barato traer la fruta de Marruecos o China. Carla Simón cuenta todo esto, pero como trasfondo, porque su interés y su talento está en dar vida a unos personajes que, cuando acaba la película, sentiremos conocer y entender. La mirada de Simón es humanista: nos muestra a sus protagonistas, con sus defectos y sus errores, pero sin juzgarlos, acompañándolos silenciosamente en el trance de enfrentarse al final de su mundo. Alcarrás es una película sobre la capacidad de adaptación, que no es la misma para cada generación: primero están esos niños que tienen que cambiar constantemente su lugar de juego merced de las decisiones de los adultos; los jóvenes a los que vemos atrapados entre dos mundos y con un futuro incierto; los adultos que se debaten entre luchar o cambiar; y por último, los ancianos, incapaces de entender por qué lo que les ha servido toda la vida, ya no funciona: increíble el personaje del abuelo, anclado en unas relaciones de servidumbre con un terrateniente que ya no existe, pero capaz también de emocionarnos con una canción tradicional que sobrevivirá tras generaciones en boca de sus nietos. La película de Simón tiene rigor neorrealista y no cede al melodrama, se desarrolla como la vida misma: parece que no pasa nada, pero el conflicto de los protagonistas está siempre presente, como una sombra que no les deja ser felices del todo, pero que tampoco impide momentos de alegría fugaz, juegos en la piscina, vino y baile en la feria del pueblo. Lo más increíble de esta película es cómo todo parece vivo, como si ocurriera espontáneamente delante de la cámara, pero incluso el más naturalista de los tiempos muertos se revela admirablemente como un momento muy pensado para aportar significados y matices a la obra. Sus personajes parecen moverse y reaccionar libremente, pero con ellos Simón analiza no solo la vida rural, sino también los roles de género en la familia tradicional: ese patriarca que intenta cargarse con la responsabilidad de toda la familia sobre su dolorida espalda y que ve impotente cómo no puede conseguirlo sin la ayuda de su mujer, de sus hijos, de su familia. La relación de este padre con su hijo, que sigue sus pasos pero intenta crear un camino propio, que trata de buscar otras soluciones pero acaba repitiendo errores, es de las cosas más emocionantes de esta obra. Luego está el retrato de las mujeres del film, casi siempre en segundo plano por la cultura en la que viven, dejando hacer, pero fuertes, sabias y creativas -la imaginación de la niña en sus juegos infantiles- y sobre todo capaces de tomar cartas en el asunto y resolver las cosas cuando toca, sobre todo si está en peligro la unidad familiar. Alcarrás es una película rotunda, una gran obra que impulsa al cine español internacionalmente y que encima habla de nuestros problemas como país. Imprescindible.
ALCARRÁS -EL FUTURO DEL CINE ESPAÑOL
Tras ganar el Oso de Oro en el festival de Berlín, se estrena la esperada Alcarrás, la segunda película de Carla Simón que confirma aquí una voz y una mirada que prometen ser importantes en el futuro del cine español. Tras la emocionante Verano 1993 (2017), la directora vuelve a partir de materiales autobiográficos para contar su historia, pero esta vez el relato pasa de una dimensión personal a una social. Alcarrás se centra, de nuevo, en una familia, pero esta vez la tragedia no es íntima -aunque también- sino colectiva: la crisis del campo. Los protagonistas se enfrentan al fin de su forma de vida porque cultivar melocotones, su sustento tradicional y ancestral, ha dejado de ser 'rentable' por causas que quedan fuera del espectro del film, pero que todos conocemos, esos mercados globales que hacen que sea más barato traer la fruta de Marruecos o China. Carla Simón cuenta todo esto, pero como trasfondo, porque su interés y su talento está en dar vida a unos personajes que, cuando acaba la película, sentiremos conocer y entender. La mirada de Simón es humanista: nos muestra a sus protagonistas, con sus defectos y sus errores, pero sin juzgarlos, acompañándolos silenciosamente en el trance de enfrentarse al final de su mundo. Alcarrás es una película sobre la capacidad de adaptación, que no es la misma para cada generación: primero están esos niños que tienen que cambiar constantemente su lugar de juego merced de las decisiones de los adultos; los jóvenes a los que vemos atrapados entre dos mundos y con un futuro incierto; los adultos que se debaten entre luchar o cambiar; y por último, los ancianos, incapaces de entender por qué lo que les ha servido toda la vida, ya no funciona: increíble el personaje del abuelo, anclado en unas relaciones de servidumbre con un terrateniente que ya no existe, pero capaz también de emocionarnos con una canción tradicional que sobrevivirá tras generaciones en boca de sus nietos. La película de Simón tiene rigor neorrealista y no cede al melodrama, se desarrolla como la vida misma: parece que no pasa nada, pero el conflicto de los protagonistas está siempre presente, como una sombra que no les deja ser felices del todo, pero que tampoco impide momentos de alegría fugaz, juegos en la piscina, vino y baile en la feria del pueblo. Lo más increíble de esta película es cómo todo parece vivo, como si ocurriera espontáneamente delante de la cámara, pero incluso el más naturalista de los tiempos muertos se revela admirablemente como un momento muy pensado para aportar significados y matices a la obra. Sus personajes parecen moverse y reaccionar libremente, pero con ellos Simón analiza no solo la vida rural, sino también los roles de género en la familia tradicional: ese patriarca que intenta cargarse con la responsabilidad de toda la familia sobre su dolorida espalda y que ve impotente cómo no puede conseguirlo sin la ayuda de su mujer, de sus hijos, de su familia. La relación de este padre con su hijo, que sigue sus pasos pero intenta crear un camino propio, que trata de buscar otras soluciones pero acaba repitiendo errores, es de las cosas más emocionantes de esta obra. Luego está el retrato de las mujeres del film, casi siempre en segundo plano por la cultura en la que viven, dejando hacer, pero fuertes, sabias y creativas -la imaginación de la niña en sus juegos infantiles- y sobre todo capaces de tomar cartas en el asunto y resolver las cosas cuando toca, sobre todo si está en peligro la unidad familiar. Alcarrás es una película rotunda, una gran obra que impulsa al cine español internacionalmente y que encima habla de nuestros problemas como país. Imprescindible.
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