Hace unos días fui con mis hijos a las exposición Cine y Moda. Por Jean Paul Gaultier en CaixaForum Madrid, en la que se pueden ver diseños y trajes que aparecen en películas o moda inspirada en el séptimo arte. Cuento esto porque tuve problemas para explicarle a los niños quiénes son Marilyn Monroe, Brigitte Bardot o Madonna. Sí, son actrices y cantantes, pero tienen también otra dimensión, la de sex symbol, que ha dejado de tener vigencia en la sociedad actual, o, al menos eso creo yo. Estas mujeres fueron, en sus respectivos momentos históricos, la representación social de la mujer ideal, al menos en su faceta de objeto sexual inalcanzable -pensemos en la Anita Ekberg de La Dolce Vita (1960) de Federico Fellini-. Ese arquetipo femenino creo que, felizmente, ha caído en desuso, pero lo representó en los años 90 la actriz Pamela Anderson. Quizás de forma ya anacrónica, porque creo que Madonna ya lo había cambiado todo: aunque inspirada en Marilyn Monroe, la 'chica material' no se resignó a sufrir su mismo destino trágico y creó una imagen sexualizada, sí, pero de mujer fuerte y dueña de sus actos, con un control absoluto sobre su carrera, su imagen y con un espíritu rebelde, transgresor, que siempre buscaba la siguiente polémica. Pamela Anderson no era nada de eso: su cuerpo esculpido a golpe de bisturí, su melena rubia oxigenada y sus cejas demasiado perfiladas quedaron para siempre inmortalizados en esas imágenes en cámara lenta en las que la veíamos en bañador rojo, corriendo sobre la arena en Los vigilantes de la playa (1989-2001). Lo que nos cuenta la serie Pam & Tommy -disponible en Disney Plus- no es precisamente el ascenso meteórico de Pamela Anderson al estrellato, sino todo lo contrario, su descenso a los infiernos tras la filtración de su famoso vídeo sexual con su marido de entonces, Tommy Lee, batería de la banda de glam-metal Mötley Crüe. Hay que decir, de entrada, que la serie creada por Robert Siegel no es la mejor del año: le falta fuerza a las escenas dramáticas y más filo en la sátira. Sin embargo, esta ficción tiene a su favor varias cosas: es un entretenimiento impecable; cuenta con excelentes interpretaciones de sus actores principales, Lily James y Sebastian Stan -creo que Seth Rogen tiene un papel menos agradecido-; y recrea perfectamente una época, la de mediados de los 90. La serie refleja de forma divertida dos momentos bisagra de la época: el paso del glam-metal con sus rockeros malotes y machistas, aunque maquillados y de pelos cardados, al grunge y a lo alternativo, géneros más concienciados, igualitarios y musicalmente honestos; y también la transición tecnológica del vídeo doméstico -Tommy y Pam se graban con una cámara analógica- a los inicios de Internet, que convierten el mencionado vídeo sexual en uno de los primeros fenómenos virales. A pesar del tono ligero y desenfadado de la serie, que tiende a la caricatura de sus personajes -el caso más discutible es el del violento, pero entrañable, Tommy Lee-, el argumento esconde una interesante reflexión, muy amarga, sobre las tensiones entre la democracia, los derechos civiles y el capitalismo. Ojo spoiler: Pam y Tommy no tendrán ningún control sobre el vídeo robado hasta que alguien decide hacer dinero -legalmente- con la cinta. Pero sobre todo, lo mejor de esta serie es la oportunidad de redescubrir a Pamela Anderson, ese sex symbol olvidado de los 90, reducido a un mero chiste, cuya belleza ha sido estéticamente superada por modelos más sanos y naturales, que aquí descubrimos como una mujer que fue víctima de su cuerpo, de su fama, de su atracción por 'chicos malos' que luego resultaron ser maltratadores, y sobre todo víctima de la explotación de la industria del entretenimiento -la revista Playboy, la televisión, la prensa rosa, la incipiente Internet- que la utilizó como un reclamo sexual negándole con ello su derecho a la intimidad y a la dignidad. Sí, todo esto se cuenta de una forma muy obvia en la serie, pero el gran trabajo de Lily James, tan bien caracterizada que parece la reencarnación de Pamela, y el ver a aquel personaje desde una nueva perspectiva, me ha parecido todo un descubrimiento. Una oportunidad para entonar el mea culpa si alguna vez miraste por encima del hombro a todas esas mujeres -Carmen Elektra, Paris Hilton, Kim Kardashian- que fueron humilladas tras la filtración de imágenes que nunca debieron hacerse públicas.
PAM & TOMMY -¿QUÉ FUE DE LAS 'SEX SYMBOL'?
Hace unos días fui con mis hijos a las exposición Cine y Moda. Por Jean Paul Gaultier en CaixaForum Madrid, en la que se pueden ver diseños y trajes que aparecen en películas o moda inspirada en el séptimo arte. Cuento esto porque tuve problemas para explicarle a los niños quiénes son Marilyn Monroe, Brigitte Bardot o Madonna. Sí, son actrices y cantantes, pero tienen también otra dimensión, la de sex symbol, que ha dejado de tener vigencia en la sociedad actual, o, al menos eso creo yo. Estas mujeres fueron, en sus respectivos momentos históricos, la representación social de la mujer ideal, al menos en su faceta de objeto sexual inalcanzable -pensemos en la Anita Ekberg de La Dolce Vita (1960) de Federico Fellini-. Ese arquetipo femenino creo que, felizmente, ha caído en desuso, pero lo representó en los años 90 la actriz Pamela Anderson. Quizás de forma ya anacrónica, porque creo que Madonna ya lo había cambiado todo: aunque inspirada en Marilyn Monroe, la 'chica material' no se resignó a sufrir su mismo destino trágico y creó una imagen sexualizada, sí, pero de mujer fuerte y dueña de sus actos, con un control absoluto sobre su carrera, su imagen y con un espíritu rebelde, transgresor, que siempre buscaba la siguiente polémica. Pamela Anderson no era nada de eso: su cuerpo esculpido a golpe de bisturí, su melena rubia oxigenada y sus cejas demasiado perfiladas quedaron para siempre inmortalizados en esas imágenes en cámara lenta en las que la veíamos en bañador rojo, corriendo sobre la arena en Los vigilantes de la playa (1989-2001). Lo que nos cuenta la serie Pam & Tommy -disponible en Disney Plus- no es precisamente el ascenso meteórico de Pamela Anderson al estrellato, sino todo lo contrario, su descenso a los infiernos tras la filtración de su famoso vídeo sexual con su marido de entonces, Tommy Lee, batería de la banda de glam-metal Mötley Crüe. Hay que decir, de entrada, que la serie creada por Robert Siegel no es la mejor del año: le falta fuerza a las escenas dramáticas y más filo en la sátira. Sin embargo, esta ficción tiene a su favor varias cosas: es un entretenimiento impecable; cuenta con excelentes interpretaciones de sus actores principales, Lily James y Sebastian Stan -creo que Seth Rogen tiene un papel menos agradecido-; y recrea perfectamente una época, la de mediados de los 90. La serie refleja de forma divertida dos momentos bisagra de la época: el paso del glam-metal con sus rockeros malotes y machistas, aunque maquillados y de pelos cardados, al grunge y a lo alternativo, géneros más concienciados, igualitarios y musicalmente honestos; y también la transición tecnológica del vídeo doméstico -Tommy y Pam se graban con una cámara analógica- a los inicios de Internet, que convierten el mencionado vídeo sexual en uno de los primeros fenómenos virales. A pesar del tono ligero y desenfadado de la serie, que tiende a la caricatura de sus personajes -el caso más discutible es el del violento, pero entrañable, Tommy Lee-, el argumento esconde una interesante reflexión, muy amarga, sobre las tensiones entre la democracia, los derechos civiles y el capitalismo. Ojo spoiler: Pam y Tommy no tendrán ningún control sobre el vídeo robado hasta que alguien decide hacer dinero -legalmente- con la cinta. Pero sobre todo, lo mejor de esta serie es la oportunidad de redescubrir a Pamela Anderson, ese sex symbol olvidado de los 90, reducido a un mero chiste, cuya belleza ha sido estéticamente superada por modelos más sanos y naturales, que aquí descubrimos como una mujer que fue víctima de su cuerpo, de su fama, de su atracción por 'chicos malos' que luego resultaron ser maltratadores, y sobre todo víctima de la explotación de la industria del entretenimiento -la revista Playboy, la televisión, la prensa rosa, la incipiente Internet- que la utilizó como un reclamo sexual negándole con ello su derecho a la intimidad y a la dignidad. Sí, todo esto se cuenta de una forma muy obvia en la serie, pero el gran trabajo de Lily James, tan bien caracterizada que parece la reencarnación de Pamela, y el ver a aquel personaje desde una nueva perspectiva, me ha parecido todo un descubrimiento. Una oportunidad para entonar el mea culpa si alguna vez miraste por encima del hombro a todas esas mujeres -Carmen Elektra, Paris Hilton, Kim Kardashian- que fueron humilladas tras la filtración de imágenes que nunca debieron hacerse públicas.
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