Hoy en día se habla constantemente de la 'muerte' del cine, del desinterés de los espectadores por acudir a las salas, de cómo se han transformado los hábitos del consumo audiovisual: ahora, dicen, preferimos ver series desde la comodidad del sofá (¡Y eso que Netflix está perdiendo suscriptores!). Se habla mucho también de las posibles soluciones: que si darle prioridad a los estrenos exclusivos en salas, bajar el precio de las entradas o acabar con la hegemonía de las películas de superhéroes -que paradójicamente son las únicas que consiguen llenar las butacas como antes de la pandemia-. De lo que no veo que se hable demasiado es del futuro del cine: ¿Quiénes van a ser esos espectadores que acudan a las salas en la próxima década? Los niños de hoy. Pero no podemos pretender que esos niños de hoy se conviertan mañana en cinéfilos de forma espontánea, sin haber acudido nunca -o pocas veces- a una sala. Si deberíamos estimular en nuestros hijos el hábito de la lectura, acostumbrarles a visitar museos, a disfrutar en teatros y conciertos, también deberíamos favorecer en ellos la costumbre de ir al cine. Pero para conseguirlo hace falta, claro, películas de cine familiar. Y no hay demasiadas. Por eso, como padre, valoro enormemente cintas como la francesa El secreto de Vicky, un film tan modesto como efectivo. Su planteamiento no es precisamente nuevo: una niña adopta a un perro que resulta ser un lobo, por lo que la protagonista se enfrenta al complicado trance de tener que separarse del animal salvaje. La película trata temas como la pérdida, habla de cómo gestionar el dolor, además de plantear un mensaje ecologista sencillo a través de la problemática del lobo en el medio rural que puede generar un debate posterior con los niños. La amistad entre la niña y un ser especial -en este caso un animal salvaje- sigue la línea de películas como la reciente Mía y el león blanco (2018) que no es más que la última actualización de Nacida libre (1966). Pero realmente el esquema argumental es el mismo que el de E.T., el extraterrestre (1982), casi paso por paso -incluso hay aquí una escena ambientada en Halloween-. El secreto de Vicky no necesita revolucionar el cine, sino interesar a los espectadores infantiles con armas diferentes a la animación, los efectos especiales y sin superhéroes, sin violencia y sin marcas registradas -aunque haya aquí un oportuno guiño Pokémon que facilita la identificación con la protagonista-. Este reto no es sencillo y creo que la película lo consigue -al menos con mis dos hijos lo hizo- con una narrativa muy clara que, sin embargo, descarrila un poco en el tramo final haciendo visible una posible falta de medios. El secreto de Vicky es una película tan digna como necesaria para educar en la cinefilia a esas futuras generaciones que tendrán que decidir si quieren, o no, seguir acudiendo a las salas.
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