¿Qué le pedimos a una experiencia cinematográfica? En 2022, tras una terrible pandemia, cuando parece que necesitamos una excusa para abandonar el sofá y trasladarnos a una sala de cine, James Cameron insiste en apostar por las tres dimensiones como revulsivo. No creo que nadie más piense que la tecnología 3D pueda imponerse en las salas y ser la norma, tras extinguirse la moda poco después del estreno de Avatar en 2009 y aunque nos haya dejado experiencias tan bonitas como La invención de Hugo (2011) o incluso Gravity (2013). ¿Pueden, 13 años después, esas mismas gafas devolver a las familias a las salas? Parece claro que hacen falta grandes acontecimientos para revitalizar la taquilla y quizás, solo quizás, James Cameron será capaz de lograrlo. Aparte del fenómeno que puede suponer la nueva película de la saga, bendecido incluso por Carlos Boyero, crítico que no tiene reparos en decir que quedó dormido durante la película, hablemos entonces de la obra en sí. Lo malo es que hay poco que decir. Avatar: El sentido del agua es una continuación directa de la película de 2009 y se puede decir que ha heredado todos sus valores y sus defectos. Incluso, ha heredado las mismas reacciones de la crítica especializada. Visualmente, lo que propone Cameron sigue siendo novedoso, a pesar de tratarse de una secuela estrenada 13 años después. La tecnología diseñada para contar la historia que ha ideado el director de Abyss (1989) y Titanic (1997) es impresionante. La película es más que nunca una cinta de animación, ya que se reduce el número de humanos en la historia. Poco importa. Los famosos na'vi resultan más reales y en mi opinión expresan de maravilla las emociones de los actores de carne y hueso que hay debajo de sus pieles azules digitales. El sentido visual de Cameron, aunque siempre apegado a la narrativa clásica, es muy efectivo, y hay escenas deslumbrantes. El argumento es sencillo y quizás demasiado conservador: nos presenta a los personajes, los introduce en un nuevo mundo -una región marina de Pandora que es espectacular- y luego deja que los conflictos estallen. Todo funciona, pero también es cierto que la trama recuerda demasiado al primer Avatar. Cameron introduce una nueva generación de personajes, deja un tanto de lado a los protagonistas de la primera entrega y dedica una gran cantidad de metraje -recordemos que esto dura 190 minutos- a desarrollar al villano interpretado por Stephen Lang, que me parece de largo lo más interesante de la función. Avatar ya tiene a su Darth Vader. Cameron sigue el camino de George Lucas e imprime en su relato un trasfondo de mitos y temas de calado cultural: ahí está el western, la persecución de los nativos americanos, la guerra de Vietnam, el militarismo y el imperialismo estadounidenses, la conciencia ecológica, Moby Dick y Tiburón (1975), por no hablar de ideas religiosas, místicas y hasta bíblicas como la inmaculada concepción, todo con un envoltorio de ciencia ficción y fantasía desbordada. En resumen, la nueva Avatar es una experiencia en salas imprescindible, de la que se puede esperar más o menos las mismas sensaciones que tuvimos con la original. Y si no te gustó aquella, esta, posiblemente, tampoco te convencerá.
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