La Mesías (2023) no es solo la mejor serie del año -no he incluido la palabra ‘española’ conscientemente- sino también me parece la mejor película -solo haría falta estrenarla en salas-. Esta ficción de ‘Los Javis’, producida por Movistar +, es su obra más ambiciosa y la que los coloca ya definitivamente entre los autores más interesantes de nuestro país -y del mundo-. Javier Calvo y Javier Ambrossi dan un paso adelante como directores y guionistas gracias a una obra exuberante que cuenta muchas cosas a la vez de una forma cinematográfica, innovadora y estimulante. En ella encontramos los rasgos que marcan la obra de los Javis y que podemos enumerar brevemente: personajes femeninos fuertes, costumbrismo, el interés por los marginados sociales y los ‘frikis’, la fe religiosa, la ficción como vía de escape de la realidad, cierto ánimo revisionista con un punto nostálgico y una querencia por lo retro que los hace volver a las décadas de los 80 y 90, una y otra vez. Cada episodio de La Mesías está planteado como un largometraje en sí mismo, que se va conectando con los otros capítulos para formar un gran fresco que refleja de diferentes formas el tema principal de la serie: la familia. Los lazos de parentesco vistos como algo que marca la vida de cada uno, que produce traumas, pero que también imprime una personalidad única a la que no podemos renunciar.
El primer episodio de La Mesías se postula como la historia -sobre todo- de Enric (Roger Casamajor), un hombre perdido, desorientado vitalmente, marcado por su pasado, que encuentra cierto consuelo en un alucinado grupo de obsesos de la ufología que creen haber sido abducidos -un tema que conecta con una obra española reciente y afín, Espíritu sagrado (2021) de Chema García Ibarra-. Este arranque da paso a una serie de flashbacks en los que conocemos a la madre de Enric, Montserrat (Ana Rujas) una 'madre terrible' que carga con sus dos hijos y vive una existencia caótica en una trama que introduce el tema de la salud mental. Estos flashbacks podría haberlos firmado el mejor Xavier Dolan. Tras introducir también a la hermana de Enric, Irene (Macarena García), llegamos a un tercer episodio que encierra un universo en sí mismo, el de la familia que ha formado Montserrat con un fanático religioso, el inquietante Pep (Albert Pla). Es aquí cuando los Javis consiguen una obra mayúscula, metiéndonos dentro de esta familia aislada del mundo exterior y manteniendo el protagonismo de Enric -aquí adolescente-, quien descubre en el cine una vía de escape mediante la fantasía, pero también una conexión con la realidad que le estaba vedada por su aislamiento. Resulta curiosa la coincidencia de elegir el clásico Cantando bajo la lluvia (1952) como la esencia misma del cine -lo mismo hizo Damien Chazelle en Babylon (2022)- convirtiendo una serie sobre el fanatismo religioso en un homenaje al séptimo arte con referencias a los musicales, a Fred Aistaire, claro, pero quizás también al Bergman de Como en un espejo (1961), La hora del lobo (1968) o Gritos y susurros (1972). En el cuarto episodio, la serie muestra una de sus grandes virtudes, la capacidad de mutar adoptando diferentes registros que funcionan como ecos de los temas argumentales, acercándose al terror cuando la familia evoluciona hacia una suerte de secta del fin del mundo. Los Javis demuestran conocimiento genérico -Nacho Vigalondo aparece como coguionista en el capítulo- al servirse de imágenes del found footage -todas esas cintas de vídeo analógicas, entre lo kitsch y lo terrorífico-; convirtiendo la imaginería católica en terrorífica; y utilizando imágenes lisérgicas para crear una secuencia alucinada de terror fantástico en una rave. Este registro de horror se desarrolla también en el quinto episodio, donde los delirios de la madre llevan a escenas de alta intensidad dramática con sus hijas. Y es que una de las mayores cualidades de la serie es conseguir momentos de alto voltaje emocional: en el sexto episodio, ya con Carmen Machi interpretando a Montserrat, el reencuentro entre los miembros de la familia es tremendamente emotivo, en un capítulo centrado en el personaje de Cecilia (Amaia Romero). La escena en la que el argumento se detiene para mostrárnosla cantando, es fantástica, una forma preciosa de contarnos su conflicto interno y su evolución desde niña. El último episodio de esta miniserie no solo completa la búsqueda de los personajes principales, sino que sorprende por sus reflexiones existenciales. Tras confirmarnos el origen -hasta ahora solo intuido- de los peores traumas de Enric, él y sus hermanas se embarcan en un proceso de curación, de cerrar heridas y de despedida, que proporciona varios momentos muy emocionantes. Y luego los Javis reflexionan sobre la búsqueda, de cada ser humano, de un camino para ser feliz: a través de la fe, del arte -de la música-, de la familia y de encontrar un sentido trascendental en la existencia terrena. No creo que sea casualidad que, si sumamos las referencias a los OVNIS, la presencia del macizo de Montserrat como accidente geográfico capaz de atraer a los desorientados, y el viaje a La India, nos venga a la mente una película como Encuentros en la tercera fase (1979) de Steven Spielberg, que también esconde el drama de una familia desestructurada. La serie culmina presentando ideas y conceptos que confirman en los Javis el rasgo, quizás, más importante en cualquier gran autor: su humanismo.
La Mesías es la mejor demostración del talento y las posibilidades creativas de los Javis: la forma en la que mezclan tonos y temas para componer una gran historia mosaico; una puesta en escena cinematográfica especialmente preocupada por el diseño de producción, la fotografía, la banda sonora y hasta las localizaciones; la capacidad de elegir a sus actores: es increíble cómo Ana Rujas, Lola Dueñas y Carmen Machi componen un solo personaje, Montserrat, en diferentes etapas de su vida; por no hablar de secundarios fantásticos como Albert Pla, Biel Rossell Pelfort o incluso de actores con papeles menores que aportan mucho -Rossy De Palma, Aixa Villagrán-. Hasta el menor detalle parece cuidado al máximo para elevar la calidad de una obra que necesariamente tiene que significar la consagración de esta pareja de autores.
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