Qué larga es la sombra de Stanley Kubrick. En la memoria cinéfila está grabada la mirada aterradora y la sonrisa demente de personajes como Alex DeLarge (Malcolm McDowell) en La naranja Mecánica (1972), del recluta ‘Patoso’ (Vincent D’Onofrio) en La chaqueta metálica (1987) y, por supuesto, la de Jack Torrance (Jack Nicholson) en El resplandor (1980). El director y guionista Parker Finn hizo de esa mirada la premisa de la eficaz Smile (2022), que se valía del mecanismo de una extraña maldición con reglas -más o menos- concretas para generar terror, siguiendo la estela de cintas como la japonesa The ring (1998), Destino final (2000) o It Follows (2014). Ahora, Finn parece hacer explícita esa influencia de Kubrick al contar nada menos que con el hijo de Jack Nicholson, Ray, cuya sonrisa diabólica es idéntica a la del padre, en la magnífica Smile 2 (2024). Aquí, como en la primera película, Finn vuelve a hablar de la salud mental, pero esta vez decide hacerlo a través de una estrella de la música pop, Skye Riley, a la que da vida una tremenda Naomi Scott -con un look post-Madonna que me recuerda a la Marta Sánchez de los 80-. Mientras Lady Gaga desperdicia su talento en Joker: Folie à Deux (2024), Taylor Swift revoluciona el planeta entero llenando estadios, y el documental sobre Bad Gyal rompe la taquilla española en salas, el cine busca, quizás, replicar el atractivo de las estrellas femeninas de la música popular y el fenómeno fan. Lo ha hecho este año M. Night Shyamalan con su propia hija en La trampa (2024) y ahora lo hace Finn con esta secuela en la que, de forma muy ambiciosa, explora la presión mediática, personal y económica a la que se enfrenta una artista de fama mundial. El resultado es fascinante, tanto que en algunos momentos nos dejamos atrapar por los conflictos de Skye Riley y se nos olvida que estamos viendo una cinta de sustos. Por suerte, Finn sabe mantenernos atrapados a través de una aproximación muy física al gore, haciendo que el espectador sufra en sus propias carnes los golpes, las heridas y las roturas de huesos y cartílagos. Smile 2 es tremendamente violenta y sangrienta, en un claro intento de mantener contento al aficionado al terror más duro. Pero en esta película el director eleva la ambición artística con un potente planteamiento visual que nos mete dentro de la historia y que juega a mantener al espectador siempre desequilibrado. Desde esos planos preciosos de la ciudad invertida, a los constantes juegos para desorientarnos y que no sepamos si lo que vemos es ‘real’ o está en la imaginación de la protagonista. Finn se deja llevar y consigue que su película sea una crítica despiadada de la industria del entretenimiento, lo que conecta su obra con otra película importante este año, La sustancia (2024), que también está claramente influida por Kubrick y que también establece como la máxima opresión del sistema la obligación de sonreír. Lo mejor de Smile 2 es cómo no tiene problemas para mutar de un género a otro: empezando por el terror, sobretodo el psicológico, claro, pero también con momentos de cine fantástico, de acción, del musical e incluso de la comedia. Una de las grandes películas del año con momentos tan potentes como el discurso de la protagonista en un acto benéfico, las dos escenas-espejo de Skye y sus bailarines o ese divertidísimo desenlace que redondea el relato y lo multiplica al máximo.
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