Autorretratarse y desnudarse casi siempre acaba siendo irresistible en literatura, teatro, cine o incluso en televisión. Eso es lo que hace Javier Giner, jefe de prensa y responsable de comunicación, que plasmó su experiencia como adicto -al alcohol, a las drogas, al sexo- en su libro Yo, adicto, con la serie que ahora adapta él mismo, como guionista y director, al audiovisual para Disney Plus. Giner se desnuda en la ficción y el espectador no puede resistirse a asomarse a ese abismo en el que inevitablemente nos vemos reflejados. Yo, adicto tiene algo de vértigo, que nos invita a lanzarnos al vacío con su protagonista. La miniserie está compuesta por seis episodios en los que Javier cuenta, en primera persona, su vida, su problema con las adicciones y su proceso de rehabilitación. La primera clave de la eficacia de la serie es su subjetividad: el punto de vista del protagonista marca el desarrollo de la trama, pero, al mismo tiempo, la narración sabe alejarse del personaje para mostrarnos, desde fuera, en tercera persona, sus desgracias y sus defectos. Javi, inseguro, desubicado, incapaz de dar un paso atrás en ninguna situación, es un capullo. Para que este retrato funcione es clave la interpretación del actor Oriol Pla, que crea al personaje hasta en sus más mínimos detalles: su forma de hablar, de gesticular, de estar de pie, de comer y de fumar. La mecánica de la serie es enfrentar al protagonista, en cada capítulo, a un personaje diferente que representa un conflicto personal. El primer episodio es fantástico y está marcado por el consumo de alcohol y drogas, y por el sexo compulsivo. Una voz en off deslenguada y omnipresente marca el recorrido del protagonista, con un montaje frentético, un torrente de imágenes que expresan muy bien el desenfreno de una juerga a muerte, que funciona como un descenso a los infiernos. Adivinamos que el autor de esta ficción está muy influido por Pedro Almodóvar y su cine, lo que se traduce en la estética del episodio, en la decoración del piso de Javi y en varias referencias directas. Pero hay también influencias de Scorsese, en esa narrativa obsesiva, o de títulos sobre el mundo de la droga, como Trainspotting (1996), también contado en primera persona. El tono de Yo, adicto cambia radicalmente a partir del segundo episodio, cosa lógica, ya que Javi ingresa en la clínica de desintoxicación y la droga ya no fluye por sus venas. La voz en off del primer capítulo también se reduce significativa y afortunadamente. La clínica es un lugar de paz, insertado en un ambiente de naturaleza, en el que los personajes se enfrentan al dolor, a la soledad, a la dificultad de seguir luchando. En los siguientes capítulos -dirigidos por Javier Giner y Elena Trapé-, Javi encara un conflicto diferente cada vez: primero, contempla cuál puede ser el futuro si no supera su depresión y sus adicciones en el personaje de Rui, a la que da vida una irreconocible Victoria Luengo; en El monstruo, Javi se enfrenta a su peor cara cuando el 'mono' le pone las cosas difíciles; en el tercer episodio, Los vínculos, la llegada de un nuevo paciente, Iker (Omar Ayuso), coloca a Javier frente a su propio reflejo -destaquemos la forma en la que Iker sube las escaleras con sus maletas para entrar en la clínica, idéntica a como lo hizo Javier- un personaje más joven que va un paso por detrás en la rehabilitación o uno por delante en una posible recaída; y el inevitable cara a cara con la familia, que incluye un recital interpretativo de Pla ante un Ramón Barea tan sobrio como estupendo. Mencionemos además dos personajes fantásticos como el terapeuta que encarna Alexander Brendemühl y sobre todo, una fantástica Nora Navas como la orientadora que todos querríamos tener en nuestras vidas. Yo, adicto nos cuenta una historia emotiva y humana que aporta una perspectiva personal y fresca sobre la adicción, pero sobre todo triunfa gracias a la creación de un personaje memorable y de su mundo, que al acabar la serie echaremos de menos.
YO, ADICTO -CAER PARA VOLVER A LEVANTARSE
Autorretratarse y desnudarse casi siempre acaba siendo irresistible en literatura, teatro, cine o incluso en televisión. Eso es lo que hace Javier Giner, jefe de prensa y responsable de comunicación, que plasmó su experiencia como adicto -al alcohol, a las drogas, al sexo- en su libro Yo, adicto, con la serie que ahora adapta él mismo, como guionista y director, al audiovisual para Disney Plus. Giner se desnuda en la ficción y el espectador no puede resistirse a asomarse a ese abismo en el que inevitablemente nos vemos reflejados. Yo, adicto tiene algo de vértigo, que nos invita a lanzarnos al vacío con su protagonista. La miniserie está compuesta por seis episodios en los que Javier cuenta, en primera persona, su vida, su problema con las adicciones y su proceso de rehabilitación. La primera clave de la eficacia de la serie es su subjetividad: el punto de vista del protagonista marca el desarrollo de la trama, pero, al mismo tiempo, la narración sabe alejarse del personaje para mostrarnos, desde fuera, en tercera persona, sus desgracias y sus defectos. Javi, inseguro, desubicado, incapaz de dar un paso atrás en ninguna situación, es un capullo. Para que este retrato funcione es clave la interpretación del actor Oriol Pla, que crea al personaje hasta en sus más mínimos detalles: su forma de hablar, de gesticular, de estar de pie, de comer y de fumar. La mecánica de la serie es enfrentar al protagonista, en cada capítulo, a un personaje diferente que representa un conflicto personal. El primer episodio es fantástico y está marcado por el consumo de alcohol y drogas, y por el sexo compulsivo. Una voz en off deslenguada y omnipresente marca el recorrido del protagonista, con un montaje frentético, un torrente de imágenes que expresan muy bien el desenfreno de una juerga a muerte, que funciona como un descenso a los infiernos. Adivinamos que el autor de esta ficción está muy influido por Pedro Almodóvar y su cine, lo que se traduce en la estética del episodio, en la decoración del piso de Javi y en varias referencias directas. Pero hay también influencias de Scorsese, en esa narrativa obsesiva, o de títulos sobre el mundo de la droga, como Trainspotting (1996), también contado en primera persona. El tono de Yo, adicto cambia radicalmente a partir del segundo episodio, cosa lógica, ya que Javi ingresa en la clínica de desintoxicación y la droga ya no fluye por sus venas. La voz en off del primer capítulo también se reduce significativa y afortunadamente. La clínica es un lugar de paz, insertado en un ambiente de naturaleza, en el que los personajes se enfrentan al dolor, a la soledad, a la dificultad de seguir luchando. En los siguientes capítulos -dirigidos por Javier Giner y Elena Trapé-, Javi encara un conflicto diferente cada vez: primero, contempla cuál puede ser el futuro si no supera su depresión y sus adicciones en el personaje de Rui, a la que da vida una irreconocible Victoria Luengo; en El monstruo, Javi se enfrenta a su peor cara cuando el 'mono' le pone las cosas difíciles; en el tercer episodio, Los vínculos, la llegada de un nuevo paciente, Iker (Omar Ayuso), coloca a Javier frente a su propio reflejo -destaquemos la forma en la que Iker sube las escaleras con sus maletas para entrar en la clínica, idéntica a como lo hizo Javier- un personaje más joven que va un paso por detrás en la rehabilitación o uno por delante en una posible recaída; y el inevitable cara a cara con la familia, que incluye un recital interpretativo de Pla ante un Ramón Barea tan sobrio como estupendo. Mencionemos además dos personajes fantásticos como el terapeuta que encarna Alexander Brendemühl y sobre todo, una fantástica Nora Navas como la orientadora que todos querríamos tener en nuestras vidas. Yo, adicto nos cuenta una historia emotiva y humana que aporta una perspectiva personal y fresca sobre la adicción, pero sobre todo triunfa gracias a la creación de un personaje memorable y de su mundo, que al acabar la serie echaremos de menos.
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