TERMINATOR 2: EL JUICIO FINAL (JAMES CAMERON, 1991)


Más grande, más cara, más pulida y más ambiciosa que la primera parte, Terminator 2 daba en 1991 la medida de lo que el autor de las posteriores Titanic (1997) y Avatar (2009) quería llegar a ser: un director capaz de sentar en las butacas de los cines a millones de espectadores.


Para conseguirlo, Cameron reformula la primera película, manteniendo el esquema argumental en el que dos viajeros temporales regresan al pasado para matar a una persona que cambiará el futuro. Pero esta vez, el objetivo, la víctima, no es Sarah Connor (Linda Hamilton) una mujer -Terminator (1984) era en parte una película de terror- sino un adolescente John Connor (Edward Furlong). Eso de entrada lo cambia todo, ya que el protagonista ahora es un chaval que va en bicicleta, juega a los videojuegos y que podría haberse fugado de Los Goonies (Richard Donner, 1985). No es que esto infantilice la película, pero desde luego la ubica en el paradigma spielbergiano del padre ausente: solo hace falta cambiar a E.T. por el T-800 (Arnold Schwarzenneger). Lo que buscaba Cameron, sin duda, era ampliar su público. En el mismo sentido, Schwarzenneger, ahora una estrella consagrada, se convertía en el héroe del film. Linda Hamilton interpreta a una Sarah Connor que sigue el mismo arco de transformación que la teniente Ripley (Sigourney Weaver) entre Alien (Ridley Scott, 1979) y Aliens: El regreso (James Cameron, 1986): pasa de víctima superviviente a tía dura de armas tomar.


Cuenta Terminator 2 con varias set pieces antológicas: la persecución en los canales de Los Angeles -que luego veremos en Drive (Nicholas Winding Refn, 2011)- y que inspiran una persecución de ritmo similar en Matrix Reloaded (Los Hermanos Waxhowski, 2003); el estupendamente planificado rescate de Sarah Connors en el manicomio; y el macrotiroteo contra la policía en la sede de Cyberdyne en el que no hay una sola víctima, otra concesión para poder ser una película apta para todos los púbicos. Estamos ante un film de acción, que se mantiene muy físico -utiliza especialistas de los de antes- a pesar de la innovación que supuso el T-1000 (Robert Patrick) en cuanto a efectos especiales digitales. Se perfeccionaban con éste los efectos ensayados en Abyss (James Cameron, 1989) y que luego serían claves en Parque Jurásico (Steven Spielberg, 1993). La animación que da vida al T-1000 sería utilizada no solo como demostración de una nueva tecnología, sino de una forma harto ingeniosa: cuando el Terminator camuflado como el suelo ajedrezado se levanta detrás de su víctima; cuando el cyborg atraviesa una reja haciéndose líquido pero los barrotes chocan con la pistola que lleva en la mano. Su capacidad de transformarse en cualquier persona me parece un claro antecedente del agente Smith (Hugo Weaving) de Matrix (Los Hermanos Waxhowski, 1999).


Todos estos elementos se suman para conseguir una película redonda, que cierra la trama abierta por la anterior y que funciona como su opuesta. Si en la primera entrega la paradoja temporal era que Kyle Reese (Michael Biehn) viaja al pasado para ser el padre de John Connor y el origen de la futura resistencia, aquí descubrimos que el malvado T-800 de aquella -su mano y su CPU- ha sido también la semilla de las máquinas que dominarán al mundo.

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