"Libertad o seguridad, no ambas" dice David Pilcher (Toby Jones) en una declaración de intenciones demasiado obvia. Parece que tras ocho episodios de la serie, ya no quedan spoilers. Toda la información está sobre la mesa y el argumento se apoya menos en esos giros que le daban un ritmo frenético a los primeros episodios. Al menos por ahora, Wayward Pines desarrolla -un poco- a dos de sus personajes principales. La tensión se centra en si Pilcher es un malvado tirano -a pesar de que su objetivo es salvar a la Humanidad- o si Kate Hewson (Carla Gugino) está loca. En principio, parece que ambas cosas son ciertas y que el protagonista, Ethan Burke (Matt Dillon), está atrapado en medio.
Nos queda la duda de si Kate realmente ha perdido la cabeza. Ethan mantuvo una "equivocada" relación extramatrimonial con ella -un apunte conservador- y por eso no entiende que Kate no confíe en él. Mucho menos que sus acciones hayan puesto en peligro a su hijo, Ben (Charlie Tahan) y a todo el pueblo. Kate afirma una y otra vez que Wayward Pines es un "experimento" del Gobierno, pero que lo diga con una camisa de fuerza no ayuda demasiado a su credibilidad. Su completa falta de sensibilidad, de empatía y su paranoia de que todos son "malos" menos ella, nos hacen pensar que está obsesionada con una idea falsa. La gran pregunta es si su enemigo, Pilcher, se comporta como un fascista porque realmente la Humanidad está en peligro... o porque esconde algo más.
En el mismo sentido de este enfrentamiento ideológico, vemos cómo Theresa (Shannyn Sossamon) se rebela ante el adoctrinamiento -evidente- que sufre su hijo por parte de la tutora Megan (Hope Davis). Además, Pam (Melissa Leo) comienza a dudar de los métodos de su hermano, pero sigue fiel a la idea del pueblo como única vía para salvar el mundo. Por último, vemos cómo esos "terroristas" que intentan escapar acaban muriendo por no conocer la verdad: que fuera del pueblo viven monstruos.
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