LA EXCEPCIÓN A LA REGLA: ESPERANDO A HOWARD HUGHES



Cuando Faye Dunaway dijo La La LandWarren Beatty parecía desorientado sobre el escenario de la gala de los Oscar. Estoy seguro de que todos pensamos que la octogenaria leyenda de Hollywood comienza a perder facultades mentales (cuando, seguramente, a cualquiera nos habría pasado exactamente lo mismo). Pensando en eso resulta curioso cómo la vida acaba imitando al arte, porque en su nueva película, Beatty interpreta a un excéntrico Howard Hugues en el ocaso de su vida y enfrentado a la acusación de haber perdido completamente la razón. El millonario inventor y cineasta, que ya fue retratado por Martin Scorsese en El aviador (2004), aparece aquí rodeado del misterio que fue en vida, y visto desde la perspectiva de una pareja de jóvenes soñadores, interpretados por Lily Collins -Blancanieves (Mirror, Mirror) (2012)- y Alden Ehrenreich -futuro Han Solo- quien, por cierto, guarda cierto parecido con el joven Warren Beaty, que aparece, de hecho, en esta película a través de fotografías trucadas que le convierten en el Howard Hughes de sus años mozos, siempre en compañía de alguna actriz famosa de Hollywood. Por eso es imposible no ver en La excepción a la regla una película testamento, por la edad de Beatty, pero también por su mirada al pasado, nostálgica aunque no inocente, de un tiempo que él vivió en carne propia. El personaje de Beatty, Howard Hughes, vive encerrado en su Xanadú personal, mirando las viejas películas de su propia filmografía, evitando hablar con nadie más que por teléfono. Quizás, ese Hughes medio ermitaño, habría sido más feliz -y más normal- hoy, en nuestra época de videoconferencias y whatsapps; pero lo que es seguro es que Beatty desea volver al pasado. Su película tiene las hechuras del cine clásico, el ritmo y la densidad de una película "de las de antes". El director deja que los actores se luzcan, empezando por él mismo, demostrando ser capaz de componer un Howard Hughes con muchos tics, disparatado, pero también verosímil en sus momentos de lucidez y con un aura decididamente tragicómica. Beatty filma a Lilly Collins como si fuera la nueva Audrey Hepburn y a Ehrenreich como si fuera él mismo en Esplendor en la hierba (1961). El resto del reparto es de auténtico lujo: Matthew Broderick, Annette Bening, Candice Bergen, Martin Sheen, Ed Harris, Oliver Platt, Alec Baldwin, Paul Sorvino, Taissa Farmiga y Steve Coogan se reparten pequeños papeles. La excepción a la regla es una película intrigante, con momentos muy divertidos de comedia disparatada y otros de melodrama romántico. Pero como ya he dicho, Beatty no es un nostálgico y en su film de cine clásico irrumpen momentos impensables con el Código Hays: una mancha vergonzosa en un pantalón; una mujer que, colocándose el bolso, estropea el plano de dos amantes que se abrazan.

PLAN DE FUGA: THRILLER PERFECTO


Lo mejor que se puede decir de Plan de fuga es que detrás de un título que dice poco, hay cine de género del bueno, sin pretensiones, pero también sin concesiones. Un cine que me recuerda esa estupenda serie B de los años 50, en blanco y negro, sin glamour, sin grandes presupuestos, pero también concisa y muy eficaz. Con una narrativa admirable, el director y guionista Iñaki Dorronsoro mantiene el pulso sin desviarse ni un centímetro de un guión muy bien armado, inteligente en sus soluciones, y en el que una escena lleva a la otra sin fisuras. El argumento, la historia de un ladrón experto en la técnica del butrón, destaca por su manejo de los tiempos -no decae en ningún momento- por su dibujo de los personajes, perfectamente retratados en pocos pero precisos trazos, y por los giros inesperados que esconde: incluso los que consigues anticipar sorprenden por cómo se dosifica la información. Dorronsoro -esta es su segunda película- firma un texto redondo, prácticamente perfecto, que él mismo pone en imágenes, aunque su planificación sea más bien funcional: también es verdad que evita excesos visuales que puedan entorpecer el desarrollo de su historia, puntuada por frases de diálogo que marcan el montaje. Plan de fuga es una película de atracos como muchas que hemos visto, pero que no cae en los convencionalismos. Sus protagonistas, predominan los roles masculinos, son antihéroes cuya principal características es la eficiencia en sus respectivos trabajos: policías, criminales, mafiosos y el protagonista, un silencioso butronero experto en la lanza térmica. Esa profesionalidad de los personajes, lleva a la película detenerse en los procedimientos, lo que hace que este film sea tremendamente verosímil. También resultan creíbles sus actores, empezando por el principal, un Alain Hernández que aguanta el tipo de forma sobresaliente -hace de tío duro en una película de diálogos directos pero efectivos- frente a dos talentos como Luis Tosar y Javier Gutiérrez. Robusta y masculina, Plan de fuga es un thriller de acción que esconde una película de personajes. Nos cuenta una historia clásica de policías y ladrones, pero eso no impide que extraigamos un discurso sobre lo humano, sobre cómo lo que hacemos no es necesariamente lo que nos define como personas, pero también sobre lo difícil que es cambiar, sin importar el lado de la Ley del que esté cada uno. Muy recomendable.

THE GET DOWN: EL HIP HOP CONTRAATACA


Es difícil resistirse a la propuesta de The Get Down si naciste, como yo, a mediados de los 70. La serie de Baz Luhrman -Moulin Rouge (2001)- se apropia del espíritu de esos años previos a los consumistas 80 -bien representados, en el episodio final, con el nuevo "loro" de Sony- recreando perfectamente una época que tiene el sonido rugoso de las cintas de cassette, los colores vivos de la ropa que llevábamos, el tacto del papel barato de los cómics de Marvel, la energía de bailes coreográficos que parecían poder cambiar el mundo y sobre todo Star Wars (George Lucas, 1977), una maravilla misteriosa que se podía interpretar como un sueño revolucionario y que no era la mastodóntica franquicia de hoy. En aquella época los musicales parecían todavía vigentes -pronto llegarían los primeros videoclips- y quizás vuelvan a serlo ahora, tras el éxito de La La Land (Damien Chazelle, 2016) o la posible renovación de esta estupenda serie. The Get Down acaba ganándote gracias a sus jóvenes protagonistas, que tienen tanto carisma como los chavales de Stranger Things. La falta de realismo de la serie carece de importancia por una sana intención fabuladora: estamos ante una fantasía romántica de sueños de fama que, sin embargo, tiene un lado oscuro en el crimen callejero y las drogas, tratados, eso sí, con tono de tebeo. De hecho, en estos nuevos episodios las viñetas de cómic salpican la narración con breves animaciones que transforman en superhéroes a los personajes principales. Esto refleja la apropiación que la contracultura hizo del noveno arte en aquella época, desde el underground hasta las historias más rompedoras de Marvel y DC. Algo similar ocurre con el cine de artes marciales -con Bruce Lee como máximo mito- y con lo que hoy llamamos cine grindhouse. The Get Down mezcla todo esto, pero lo mejor es sin duda su música. Los temas que interpreta Mylene Cruz (Herizen F. Guardiola) son emocionantes; los números de los Get Down Brothers tienen fuerza y molan; las pequeñas transiciones musicales sobre imágenes de archivo, que agilizan la narración, nos permiten una completa inmersión en la época en la que se sitúa la historia, ocultando carencias de presupuesto, que las tiene, a pesar de ser una de las producciones más caras de Netflix.


The Get Down no evita temas serios como el racismo -los intentos de Ezekiel 'Books' Figuero (Justice Smith) por abrirse camino en el mundo de los blancos- y también se habla de drogas, de corrupción política y hasta de la religión. Pero la serie brilla más en sus temas heredados de musicales clásicos como West Side Story (Robert Wise,1961) -los enfrentamientos entre bandas, el amor juvenil- o la divertida guerra entre la música disco y la cultura del hip hop: espectacular la secuencia del duelo de baile entre Shaolin Fantastic (Shameik Moore) y Cadillac (Yahya Abdul-Mateen II). Pero lo que de verdad buscan estos personajes es la libertad: recordemos el tema musical de la primera parte, Set Me Free. Quieren ser libres expresándose artísticamente: cantando, rapeando, bailando, pinchando o escribiendo en paredes. Pero para luchar por esa libertad necesitan un mito -el primer capítulo se titula Unfold Your Own Myth- que acaba siendo nada menos que Star Wars:  el ideólogo del grupo, Ra-Ra (Skylan Brooks) encuentra en los conceptos acuñados por George Lucas -basados en Joseph Campbell- la inspiración para unir a los oprimidos en la batalla para liberarse de todo tipo de cadenas. Los estamentos del poder representados en la historia -políticos, empresariales, criminales, religiosos y hasta familiares- buscan controlar a los jóvenes protagonistas. Hay una imagen muy clara al respecto, cuando un grupo de aduladores despedaza una tarta con la imagen de la estrella en ciernes, Mylene Cruz: todos quieren su trozo del pastel. Los medios de opresión que utilizan los poderosos son tan seductores como el dinero -Fat Annie (Lilias White)- la fama -Roy Asheton (Eric Bogosian)- las drogas - Little Wolf (Tory Devon Smith)- la fe -el pastor Ramón Cruz (Giancarlo Espósito)- el sexo -Carmelita (Danai Kadzere)- y hasta las promesas de un futuro mejor -Francisco 'Papa' Cruz (Jimmy Smits)-. Como en toda revolución, los jóvenes héroes acabarán descubriendo que para romper estas cadenas, hace falta recurrir a la violencia, o sufrirla. Es entonces cuando descubren la necesidad de una verdad más profunda para poder liberarse y es aquí cuando aparece La Nación Zulú, movimiento pacifista empeñado en luchar utilizando la expresión artística antes que las armas. Pero como he dicho antes, esa verdad buscada acaba siendo menos política y más fantástica, en la forma de La Guerra de las Galaxias. Tras esto, y coherentemente, el enfrentamiento final entre el bien y el mal, el clímax, ocurre en un macroconcierto en el que se decide todo. Esta segunda parte de The Get Down se despide con un tono melancólico que se puede interpretar como un cierre definitivo de su historia, aunque se deje también la puerta abierta a una nueva temporada. Ojalá.

AGENTES DE S.H.I.E.L.D -TEMPORADA 4- WAKE UP


WAKE UP (24 DE ENERO DE 2017) -AVISO SPOILERS-

Se va sofisticando la narración de Agentes de S.H.I.E.L.D según avanzan los episodios y las temporadas. En este Wake Up, Despierta, encontramos varias ideas afortunadas. Primero, el contarnos de nuevo los hechos que hemos visto en episodios recientes, pero desde el punto de vista de la agente May (Ming-Na Wen). Así, vemos cómo fue capturada por el científico traidor Holden Radcliffe (John Hannah) y su androide Aida (Mallory Jansen). Esta recapitulación, breve, da paso enseguida a un estudio en profundidad de May como personaje, que se desdobla en la original -prisionera- y en el simulacro de vida creado por el frankensteiniano Radcliffe, infiltrado en S.H.I.E.L.D. Se confirma en el primer caso el espíritu batallador de May, que es sometida a una simulación tipo Matrix (Las hermanas Wachowski, 1999), en la que se le propone una prueba a superar para mantenerla ocupada. Esto se debe a que las simulaciones relajantes y complacientes que había preparado Radcliffe anteriormente, no funcionaban, una idea, curiosamente, también presente en la película protagonizada por Keanu Reeves. Por otro lado, hay interesantes apuntes sobre la personalidad de May que se "cuelan" en la programación del androide que la sustituye, revelándose, sobre todo, un posible interés romántico por su compañero, el agente Phil Coulson (Clark Gregg). Además de esto, el episodio contiene los acostumbrados giros argumentales recurrentes en esta serie: que el intento de fuga de May sea la mencionada simulación; la frialdad romántica de Mack (Henry Simmons) esconde un drama personal; Fitz (Iain de Caestecker) no le "ponía los cuernos" a Simmons (Elizabeth Henstridge) sino que investigaba para desenmascarar a Radcliffe, quien resulta ser otro simulacro de vida tras ser capturado. Por último, el episodio vuelve a plantear el próximo misterio a resolver: ¿Quién es ese líder por encima de la senadora Ellen Nadeer (Parminder Nagra)?

CAPÍTULO ANTERIOR: THE PATRIOT

GUÍA PARA VER LA TERCERA TEMPORADA DE FARGO


Se estrena la tercera de Fargo con gran expectación, no solo por la calidad de las dos primeras temporadas, sino por la confirmación de su show runner, Noah Hawley, como talento a tener muy en cuenta tras su estimulante LegionPero antes de ver esta nueva entrega, recapitulemos, porque, en la línea de las películas de los hermanos Coen, Hawley está demostrando su intención de contarnos historias que se disfrazan bajo las formas del cine de género, en este caso el policíaco -del que se distancia con toques de humor negro- para ocultar un discurso más profundo y de corte filosófico sobre la condición humana. Así, si los Coen han demostrado una vena existencialista en películas como El hombre que nunca estuvo allí (2001), Un tipo serio (2009) o A propóstio de Llewyn Davis (2013), Noah Hawley utiliza el universo del clásico moderno Fargo (1996) -sus nevados escenarios rurales, su tono desencantado, su extraño sentido humor y hasta el acento de sus personajes- para hablarnos del despertar existencialista de un hombre gris. Lester Nygaard (Martin Freeman) es el típico perdedor anclado en una rutina sin sentido, en el esfuerzo inútil, de lo que intenta escapar iniciándose nada menos que en el crimen, en el asesinato. Su mentor es uno de los personajes más atractivos de la ficción reciente, un asesino a sueldo llamado Lorne Malvo e interpretado de forma magnética por Billy Bob Thornton. Malvo es una especie de demonio tentador, pero también la chispa que enciende la consciencia del absurdo de la existencia en Lester. Hay que hablar aquí del libro El mito de Sísifo (1942) de Albert Camus, en el que el argelino define la vida como un escenario absurdo, carente de sentido al ser despojado de la promesa -cristiana- de la vida eterna, de la trascendencia del alma. Si se define la muerte como el final de todo, sin Cielo que ganar a fuerza de buenas acciones, se llega a la conclusión de que no hay "bien" ni "mal". Todo está permitido, o como le dice Malvo a Nygaard, "no hay reglas". Así, Lester se convierte en un asesino, como Raskólnikov, siguiendo el ejemplo de Malvo, algo así como un superhombre nietzscheano, lo que Hawley se encarga de subrayar asociándole constantemente a la imagen de un lobo, de un depredador, rodeado de personajes paletos, ignorantes, borregos que viven como si la muerte no existiese: véase el incompetente policía, Bill Oswalt, encarnado por Bob Odenkirk.



Todo esto no es más que una interpretación arriesgada de la primera temporada, que sin embargo parece confirmarse en la segunda entrega, una precuela en la que hay un episodio -el tercero- titulado El mito de Sísifo, un personaje que lee -y cita- el libro de Albert Camus, y una escena que incluye la aparición del mismísimo novelista y filósofo en una ensoñación de la estilista convertida en criminal, Peggy Blumquist -una estupenda Kirsten Dunst-.La segunda de Fargo nos cuenta el enfrentamiento entre un joven Lou Solverson -ahora encarnado por Patrick Wilson- y la familia mafiosa de los Gerhardt. Se trata de un relato pesimista, crepuscular, ambientado en 1979, en unos Estados Unidos sacudidos por Vietnam, cuyo leitmotiv es nada menos que la (in)consciencia de la muerte, tan importante para Camus: un soldado herido que no podrá ser rescatado; Peggy y su marido Ed (Jesse Plemons) perseguidos por unos Gerhardt sedientos de venganza; la mujer de Lou, Betsy (Cristin Milioti), que sabemos por la primera temporada que no superará el cáncer que padece y, en general, casi todos los personajes están "muertos" ya que la historia ocurre hace 37 años, incluido un joven Ronald Reagan que en ese momento dejaba su carrera como actor para meterse en política (encarnado nada menos que por Bruce Campbell en un cameo). ¿Qué nos espera en la tercera temporada? El trailer revela nuevos crímenes, mucho humor, y actores tan interesantes como David Thewlis, Shea Whiham, Carrie Coon de The Leftovers, la subyugante Mary Elizabeth Winstead y a un Ewan McGregor desdoblado en dos papeles, como los hermanos Stussy. No hay que perdérsela.

GIRLS: LA TEMPORADA FINAL EN TRES MOMENTOS


Se despide Girls, la serie de Lena Dunham, nacida en 1986 y autora, guionista -directora de 19 episodios- y protagonista -no absoluta- de la ficción de HBO, producida por Judd Apatow. Lo mejor que se puede decir de Dunham es que se ha desnudado en su obra y no solo en el sentido literal, que también. Hannah Horvath es un personaje al que no le importa resultar antipático -como Tony Soprano, Don Draper o Walter White- y con la que los espectadores no siempre nos hemos sentido identificados. A través de Hannah, Dunham se ha arriesgado en casi cada entrega de su serie. Empezando por lo obvio, el que no le haya importado enseñar su cuerpo -nada que ver con los absurdos cánones de belleza anoréxica actuales-. Los desnudos -incluso integrales en esta temporada- de Hannah/Lena son rompedores por mostrar en pantalla un cuerpo femenino real, de una forma absolutamente normal. Pero además, Dunham tampoco ha tenido reparos en reírse de sí misma: de su pretendido -e impuesto desde fuera- papel como "voz de su generación"; de sus aspiraciones artísticas como escritora; de su feminismo y de sus inseguridades personales. Todos estos temas, por ejemplo, están presentes en el episodio más inteligente de esta temporada, American Bitch, en el que Hannah entrevista a un escritor famoso al que admira (Matthew Rhys), pero que ha sido acusado de abusos sexuales.



Girls se despide tras 62 episodios que, individualmente, no parecen contar gran cosa, pero que en conjunto han acabado por bosquejar el retrato de unos personajes -a las cuatro chicas protagonistas hay que agregar parejas, amigos y padres- y que por tanto constituyen un comentario sobre las preocupaciones de una generación. En segundo plano, como escenario, está siempre Nueva York, una ciudad cuyo microcosmos es el modelo de la sociedad occidental actual, urbana, y en un país desarrollado. En esta última temporada, Girls cumple, quizás, porque no hay expectativas dramáticas sobre la conclusión de la historia. La ausencia de una narración principal, de un conflicto a resolver, de un misterio a desvelar, hace que no esperemos más que una buena última tanda de episodios. No es necesario ver cada capítulo de esta serie porque no hay una continuidad argumental más allá de las vidas de las cuatro protagonistas. No hay grandes hitos que nos sitúen cronológicamente más que los cotidianos: una nueva pareja, una ruptura sentimental, un cambio de trabajo, una salida del armario. Solo son modificaciones de escenario: lo importante son los personajes, básicamente tan desorientados como nosotros mismos. Esta opción narrativa convierte cada episodio en una pequeña película indie. Girls recuerda también a esas series de cómic independiente que plasman momentos autobiográficos de sus autores, el llamado slice of life de Harvey Pekar, Daniel Clowes, o Adrian Tomine. Dicho esto, paso a comentar los hechos concretos de esta sexta temporada, por lo que habrá spoilers a partir de ahora. Estáis avisados. Estos son los tres grandes momentos de la última de Girls.


El embarazo de HannahLa maternidad -que ya había sido abordada, pero desde fuera, en la cuarta temporada -cuando la desequilibrada hermana de Adam (Adam Driver) se convertía en madre- se afronta ahora como tema principal y como una vivencia en primera persona, siempre desde una perspectiva feminista que se preocupa, cómo no, sobre si es compatible una carrera profesional -exitosa- con la maternidad. Pero hay que decir que el feminismo de Hannah da un paso más allá del tema de la conciliación, y se plantea cuestiones tan radicales como si el padre biológico -un profesor de surf conocido en un encuentro casual- tiene derecho a ser informado de su futura paternidad. El asunto es complejo y se resuelve de una forma tremendamente humana: Hannah decide hablar con el padre (Riz Ahmed), al que le importa un pimiento el asunto, lo que sin embargo lesiona la autoestima de ella, a pesar de que en un principio se había autoconvencido de no necesitar a nadie. Por otro lado, el hecho de ser madre se narra sin sentimentalismos: Hannah descubre que está embarazada al hacerse un chequeo médico por una infección de orina. Tampoco se esconde que tener un hijo puede ser un hecho traumático según las circunstancias: en la cocina de un restaurante chino, Elijah (Andrew Rannells) le dice a Hannah que va a ser una madre terrible, en uno de los momentos más duros de toda la serie. El último capítulo -una especie de epílogo con la lactancia materna como bandera- se ocupa enteramente de cómo será Hannah en el papel de madre.


La burbuja de Adam y Hannah. Más de uno se habrá preguntado si en esta despedida de Girls, Adam y Hannah retomarían su relación sentimental. La respuesta está en uno de los mejores episodios de esta sexta temporada, What Will We Do This Time About Adam? Ya sabíamos que el ex de Hannah no la había olvidado tras verle rodar una película que recrea momentos de la primera temporada, en un claro juego de metaficción -y despertando los celos de Jessa (Jemima Kirke). Pero sí sorprende que en este capítulo decida volver con ella al enterarse de que está embarazada. Siempre impulsivo, Adam se ofrece como padre del bebé, lo que da pie a un juego tan bonito como doloroso en el que ambos fingen que es posible resucitar su relación con el nuevo objetivo común de la paternidad. Es un giro inesperado y loco, pero completamente coherente con lo vivido por ambos personajes durante la serie. Por un momento, parece probable que vuelvan a estar juntos -quizás nosotros mismos queremos creerlo- pero finalmente la realidad se impone en una escena que pone a prueba la capacidad interpretativa de Lena Dunham: la forma en la que Hannah le comunica a Adam que volver atrás es imposible, es simplemente rompiendo a llorar, justo cuando todo parecía perfecto. Sin una sola línea de diálogo, Adam capta el mensaje en una actitud también muy humana. No reconoce en voz alta lo que ocurre, ni intenta luchar por convencer a Hannah, lo que sería definitivamente humillante.



La reconciliación de Hannah y Jessa. Esta sexta entrega de Girls comienza con mucho humor, con Hannah protagonizando incluso momentos de slapstick -la escena en la que se mete en el traje de neopreno en All I Ever Wanted- pero capítulo a capítulo el tono de la temporada se hace más grave, según se acerca el momento de decir adiós. Goodbye Tour, verdadero capítulo final de la seriees la gran despedida de las cuatro protagonistas, reunidas -casi por casualidad- en la fiesta sorpresa de compromiso de Shoshanna (Zozia Mamet). Esta, siempre ha sido la excéntrica del grupo, pero también la más clara y pesimista con respecto a valorar la amistad que las une y que aquí da por perdida definitivamente. Esta constatación -que la egocéntrica Marnie (Allison Williams), siempre superficial, prefiere ignorar- lleva a una magnífica escena tragicómica en la que Hannah y Jessa se reconcilian, entre chistes y lágrimas, en un momento muy cercano, muy real, muy parecido a lo que cualquiera de nosotros puede haber vivido alguna vez en una situación similar. Es esto lo mejor que se puede decir de Girls, que más allá de su supuesto retrato generacional, con el que podemos sentirnos identificados o no, de su look moderno y trendy, ha conseguido momentos dramáticos humanos y auténticos.

AGENTES DE S.H.I.E.L.D -TEMPORADA 4- THE PATRIOT



THE PATRIOT (17 DE ENERO DE 2017) -AVISO SPOILERS-

Agentes de S.H.I.E.L.D en esta cuarta temporada va a sorpresa por capítulo. Nada que objetar. Aquí descubrimos que el director Jeff Mace (Jason O'Mara) no es un inhumano y ni siquiera tiene superpoderes. Asediado por Watchdogs y exagentes de HYDRA que intentan asesinarle, defendido por Coulson (Clark Gregg) y Mack (Henry Simmons), descubrimos la razón de que Mace nunca se separe de un maletín que nos sorprende también al no ser un simple mcguffin: contiene una variación de la fórmula del supersoldado necesaria para exhibiciones públicas de superpoderes. Lo mejor de esta revelación es que resulta coherente con el origen del personaje en los cómics (1976), un oscuro superhéroe llamado Patriota, que sustituyó, durante un corto período, nada menos que al Capitán América (fue el tercero en llevar el uniforme de las barras y estrellas), para luego encontrar la muerte, todo esto contado en los tebeos en retrocontinuidad. Mejor no preguntéis. En un capítulo repleto de acción y tiros, descubrimos todo esto sobre Mace, por lo que el personaje se humaniza bastante. En definitiva nos hablan aquí de la necesidad de héroes -aunque sean falsos- en un clima post-11S, por lo que a pesar de desvelarse que Mace es una fachada creada por Glenn Talbot (Adrian Pasdar), su rol sigue siendo necesario e idéntico al de los cómics antes mencionados: sustituir al Capitán América (Chris Evans) tras los sucesos de Civil War (2016). El resto de este episodio se redondea con la infiltración de la androide que se hace pasar por la agente May (Ming-Na Wen), el cautiverio estilo Matrix (1999) de la verdadera; y los divertidos apuntes de infidelidad -con perversos toques necrofílicos- del ciber-triángulo amoroso/científico entre Fitz (Iain de Caestecker), Simmons (Elizabeth Henstridge) y la cabeza de Aida (Mallory Jansen).

CAPÍTULO ANTERIOR: BROKEN PROMISES

AGENTES DE S.H.I.E.L.D -TEMPORADA 4- BROKEN PROMISES


BROKEN PROMISES (10 DE ENERO DE 2017) -AVISO SPOILERS-

¡Giros! La esencia de Agentes de S.H.I.E.L.D es la acumulación de giros necesariamente sorprendentes para mantener nuestro interés. La habilidad de los guionistas consiste en mantener el ritmo de quiebros argumentales sin caer en contradicciones flagrantes. Así, aquí ocurre lo esperado, el androide Aida (Mallory Jansen) se rebela e intenta robar el libro místico Darkhold. Estamos ante una trama post-Vengadores: La era de Ultrón (2015), bastante rutinaria, a la que se intenta dar brillo haciendo referencias a todo el cine reciente basado en el complejo de Frankenstein. El personaje de Mack (Henry Simmons) es el encargado de estos comentarios frikis postmodernos y autoconscientes sobre Terminator (1984), Chopping Mall (1986) y La rebelión de las máquinas (1986). Tras todo esto, llega el mencionado giro que lo cambia todo: Holden Radcliffe (John Hannah) es un traidor, quiere el Darkhold, y ha manejado a Aida -contundentemente decapitada por Mack- todo este tiempo. Descubrimos también que tiene otra Aida y suponemos que la falsa May (Ming-Na Wen) es otro androide. La otra trama desvela otra sorpresa: el inhumano que rescatara Simmons (Elizabeth Henstridge) en un episodio anterior, resulta ser hermano de la senadora racista y xenófoba, Ellen Nadeer (Parminder Nagra). Pero otro giro nos sorprende cuando descubrimos que su verdadero objetivo era asesinar a su hermano -Vijay (Manish Dayal)- precisamente por haberse convertido en inhumano. Un giro más: quizás no esté muerto del todo.

CAPÍTULO ANTERIOR: THE LAWS OF INFERNO DYNAMICS

AGENTES DE S.H.I.E.L.D -TEMPORADA 4- THE LAWS OF INFERNO DYNAMICS


THE LAWS OF INFERNO DYNAMICS (6 DE DICIEMBRE DE 2016)

Cada temporada de Agentes de S.H.I.E.L.D se compone de dos historias principales. La primera, suele ser un señuelo, espectacular, que abarca los primeros episodios. Mientras tanto, la segunda, más ambiciosa y de mayor alcance, se va desarrollando en la sombra hasta que llega su momento de germinar. Así, aquí acaba la trama relacionada con el nuevo Ghost Rider, Robbie Reyes (Gabriel Luna) y por eso este episodio tiene sabor a season finale. Estos primeros 8 capítulos han servido además para establecer las nuevas coordenadas de lo que va a ocurrir a continuación. Daisy Johnson (Chloe Bennet) vuelve a S.H.I.E.L.D, el director Mace (Jason O'Mara) da la cara públicamente como inhumano y aparece con un nuevo traje -mola verle en acción- Yo-Yo Rodríguez (Natalia Cordova-Buckley) pasa a formar parte del equipo activo -sus escenas de supervelocidad son lo más espectacular de esta entrega- y se formaliza su relación sentimental con Mack (Henry Simmons) con el obligado beso romántico. Pero aunque todo parezca resuelto, un giro -de los muchos que contiene esta serie de espías- revela una nueva amenaza, la de la androide Aida (Mallory Jansen), cuya subtrama había permanecido en segundo plano hasta ahora. La primera parte de esta cuarta temporada se cierra con un aprobado justo, a pesar de la espectacularidad de Ghost Rider. Veremos que sigue a continuación.

CAPÍTULO ANTERIOR: DEALS WITH OUR DEVILS

AGENTES DE S.H.I.E.L.D -TEMPORADA 4- DEALS WITH OUR DEVILS


DEALS WITH OUR DEVILS (29 DE NOVIEMBRE DE 2016) -AVISO SPOILERS-

Tras años de tebeos de superhéroes, seriales cinematográficos de aventuras, películas, series de televisión y videojuegos, conocemos de antemano todas las historias. Agentes de S.H.I.E.L.D se mueve además en unas coordenadas de sobra conocidas al contarnos un simple enfrentamiento entre el bien y el mal. Los héroes deben salvar obstáculos hasta superar a un antagonista principal, que en estos primeros compases de la cuarta temporada tiene el rostro de Eli Morrow (José Zuñiga), científico renegado que por la vía de un libro místico, ha conseguido transformarse en la piedra filosofal, capaz de crear materia de la nada. Convengamos además que, a pesar del atractivo de la idea sobre el papel, su encarnación no ha resultado demasiado satisfactoria. Por lo que los guionistas deben buscar la forma de contarnos lo mismo de siempre de una forma mínimamente original. Por ello, proponen aquí la recapitulación de lo narrado desde diferentes puntos de vista. Primero asistimos a los hechos posteriores a una gran explosión: los agentes Mack (Henry Simmons) y May (Ming-Na Wen) buscan al villano y a sus compañeros. Un relato, si se quiere, rutinario y poco emocionante. Pero luego, estos hechos vuelven a ser relatados desde el punto de vista de Coulson (Clark Gregg), Fitz (Iain de Caestecker), y Robbie Reyes (Gabriel Luna), atrapados en una dimensión paralela que les impide ser vistos o interactuar con los otros personajes. La propuesta no es inédita, pero es buena y funciona. Luego el interés de esta entrega descansa en momentos divertidos como el misterio del inhumano que debe salvar Simmons (Elizabeth Henstridge); cuando el espíritu de la venganza de Ghost Rider decide poseer a Mack; o cuando la naturaleza robótica de Aida (Mallory Jansen) se revela como la única capaz de leer el peligroso libro Darkhold.

CAPÍTULO ANTERIOR: THE GOOD SAMARITAN

LEGION -TEMPORADA 1- CHAPTER 8


CHAPTER 8 (29 DE MARZO DE 2017) -AVISO SPOILERS- 

Es el season finale de la primera temporada de Legión el episodio más "X-Men"de todos los que hemos visto. Esto sobre todo porque el argumento ocurre en el mundo "real" y no en el engañoso plano astral en el que se han venido enfrentado David Heller (Dan Stevens) y su enemigo, el Rey Sombra. Estamos ante una suerte de epílogo, que marca las posibles coordenadas de una segunda entrega que ya está confirmada. Se recupera la amenaza de la División 3: los intentos gubernamentales de controlar a los peligrosos mutantes es un tema recurrente en la ficción sobre estos superhéroes de la Marvel. Vuelve el interrogador, Clark (Hamish Linklater), como el nuevo enemigo a batir, sediento de venganza tras sufrir terribles quemaduras. Pero un estupendo flashback evita que el villano se convierta en un personaje plano: se nos muestra a Clark como una víctima, un hombre querido por su pareja y por su hijo adoptado. Que Clark sea homosexual no es casualidad: los mutantes siempre han sido una metáfora de los marginados, lo que justifica el cambio de actitud que veremos en él a favor de los mutantes. Vestido completamente de rojo, con un bastón con cabeza de lobo en plata, Clark funciona más bien como un revulsivo que obliga a los mutantes protagonistas a replantearse sus objetivos. ¿Será la doctora Melanie Bird (Jean Smart) una líder como el pacífico profesor Charles Xavier o una amenaza como Magneto? Su discurso, comparando a la Humanidad con los extintos dinosaurios, apunta a lo segundo. Por otro lado, vemos escapar al Rey Sombra, tras confirmarse que los poderes de Syd Barret (Rachel Keller) -un par de canciones de Pink Floyd en este capítulo confirman el homenaje que es el nombre de la chica- funcionan como los de Pícara/Rogue. El primer beso -real- entre Syd y David es el momento cumbre que cierra su trama amorosa, aunque eso posibilite la liberación del demonio de los ojos amarillos. El que le veamos perderse en la carretera, habiendo poseído al excéntrico Oliver Bird (Jemaine Clement) es una buena razón para ver la segunda temporada de Legión

CAPÍTULO ANTERIOR: CHAPTER 7

LEGION -TEMPORADA 1- CHAPTER 7


CHAPTER 7 (22 DE MARZO DE 2017) -AVISO SPOILERS-

Se puede admitir que Legión no cuenta nada nuevo, pero también hay que darle crédito a Noah Hawley -y a sus directores- por buscar la originalidad en cómo se cuenta lo de siempre. En este penúltimo episodio de la primera temporada, toca poner las cartas sobre la mesa. Se confirma que el malvado hasta ahora conocido como el demonio de los ojos amarillos ha sido siempre Amahl Farouk, el Rey Sombra, creado en los cómics en 1979. Su naturaleza y su forma de actuar, se verbaliza claramente en un episodio que explica todos los misterios de la temporada, lo que facilita las cosas al espectador. Pero esto se hace de una forma divertida -con humor- y bastante autoconsciente. Descubrimos que los tres últimos episodios transcurren en el plano astral, con el tiempo real detenido entre que una metralleta dispara contra los protagonistas y lo que tardan las balas en impactar en sus blancos: David Haller (Dan Stevens) y Syd Barret (Rachel Keller). La narración de todo esto está llena de buenas ideas: la excentricidad de Oliver Bird (Jemaine Clemente) -que quiere montar un cuarteto musical, o se imagina que convive con Julio Verne-; la conversación que un atrapado David mantiene con su parte racional y que esta tenga acento británico -Dan Stevens es británico, participó en Downton Abbey, y en esta serie adopta el acento estadounidense-; la explicación en pizarras de la historia de Farouk, que da paso a una animación sobre el origen de David -que apunta claramente a que su padre es Charles Xavier (Patrick Stewart)-; la utilización de un personaje insignificante, Rudy (Brad Mann), el de las babas, que ha estado ahí desde el principio, como desencadenante del clímax. Precisamente, el clímax resulta único, también por sus extravagantes ideas: cómo Oliver Bird comienza a dirigir el bolero de Ravel para detener las balas, pieza clásica en crescendo que se convierte en una extraña versión de una fanfarria superheroica para acompañar las imágenes de la apoteosis de David; el blanco y negro de las gafas para ver la realidad -como las de Están vivos (John Carpenter, 1988)- da pie a una película muda, incluso con intertítulos, de terror expresionista, en la que Aubrey Plaza sigue estando fantástica. Por último, el momento en el que David, tras descubrir la verdad -que ha sido parasitado toda su vida por Farouk- se libera de sus problemas mentales, resucita, se hace con el control de sus poderes, y detiene las balas como Neo en Matrix (Las hermanas Wachowski, 1999); salva a la chica con un giro protector como el Conductor (Ryan Gosling) en Drive (Nicholas Winding Refn, 2011), y con el arco halo en la cabeza -como una corona de espinas- acaba pareciendo incluso una figura crística.

CAPÍTULO ANTERIOR: CHAPTER 6

LIFE: VAMPIRO DEL ESPACIO


Life es una rutinaria revisión y actualización de Alien (Ridley Scott, 1979) por la aburrida vía del realismo, siguiendo la estela filosófica de Gravity (Alfonso Cuarón, 2013) y pragmática de Marte (Ridley Scott, 2015) siempre bajo la sombra -alargadísima- de una obra maestra como 2001: Una odisea del espacio (Stanley Kubrick, 1968). Esta película del sueco Daniel Espinosa opta por hacer obvias todas las metáforas que la original, concebida por Dan O'Bannon, filtraba a través de la fantasía y el terror para permitir múltiples interpretaciones. Así, en esta, los astronautas de la estación espacial internacional -la verdadera, la actual- constituyen un grupo que -supuestamente- representa a toda la Humanidad -se han dejado fuera a los musulmanes- y que prefiere mantenerse al margen de los conflictos -conocidos por todos- que impiden la paz en nuestro planeta. Esta visión está personificada en el oficial médico David Jordan (Jake Gyllenhaal), estadounidense asqueado por los bombardeos en Siria y traumatizado por el desastre del Challenger, que sustituye al 11-S como herida sin cicatrizar. La criatura -¡apodada Calvin!- está bien animada, pero su diseño es tan realista como soso, nada que ver con la imaginería gótica y de la nueva carne del gran H.R. Giger. Pero tiene la misma sed de sangre, lo que da pie a un desarrollo idéntico al de la cinta de 1979. El bicho -un marciano- tiene una evolución similar -aunque sus inicios resulten tan cómicos como la parodia del chestburster de La loca historia de las galaxias (Mel Brooks, 1987)-. Eso sí, cada paso que da Calvin tiene una coartada pseudocientífica, alejándose del horror irracional y de pesadilla del xenomorfo clásico. El oficial científico, británico, Hugh Derry (Ariyon Bakare), asegura que el bicho solo mata porque es su naturaleza, lo que se parece mucho a una diferencia cultural, o a que la palabra que da título a este film, vida, equivalga a oposición, a muerte, muy a pesar de los pacifistas. Al respecto, otra oficial médico, también británica, Miranda North (Rebecca Ferguson), asegura entender los instintos -las razones- de su enemigo, pero no por ello es capaz de no odiarle. Recomendable solo si eres un millennial que no ha visto Alien -ya te vale- o si el ansia te impide esperar un mes a que se estrene Alien: Covenant (Ridley Scott, 2017).

BETTER CALL SAUL: LA MEJOR SERIE QUE NO ESTÁS VIENDO



Better Call Saul es la mejor serie que probablemente no estáis viendo. No pasa nada. Como su antecesora, la fantástica Breaking Bad, la historia del abogado Jimmy McGill (Bob Odenkirk) parece pensada para ser devorada de un tirón -al estilo Netflix, vamos- por lo que el estreno de su tercera temporada sería una buena oportunidad para recuperar el tiempo perdido viendo The Walking Dead y engancharse a ella. Hay varias razones que explican mi pasión por la ficción creada por Vince Gilligan y Peter Gould. Primero, su narrativa cinematográfica. La serie está contada como si fuera una película, esto no es "televisión": es decir, aquí no predominan los diálogos sino las imágenes. Por lo que os podéis olvidar de verla en el móvil o de estar pendientes del WhatsApp durante su visionado: hay que estar atentos, chavales. No esperéis que los personajes os digan quiénes son en largos parlamentos -aunque Jimmy se caracteriza por su labia- sino que aquí hablan sus acciones. Les vemos hacer cosas, que muchas veces contradicen lo que han dicho, por lo que Better Call Saul cuida sus imágenes mucho más que otros productos televisivos, de realizaciones más bien planas y funcionales. La segunda razón es que estamos ante una serie de personajes. Pocas ficciones, como Breaking Bad, cuidaron con tanto mimo la evolución de su protagonista -la transformación de Walter White, profesor de química, en Heissenberg, genio criminal, es simplemente magistral- y este spin-of hace exactamente lo mismo al mostrarnos como Jimmy McGill, estafador de poca monta que busca redimirse como abogado a imagen de su hermano mayor Chuck -un estupendo Michael McKean- acabará convirtiéndose en el leguleyo Saul Goodman que conocimos en la serie protagonizada por Bryan Cranston. En ambas ficciones estamos ante la transformación de un personaje, contada paso a paso. Y esto nos lleva a una tercera cosa que hace que esto no se parezca a ninguna otra serie: aquí, lo importante, son las decisiones morales de los personajes y cómo cada una de ellas, los va cambiando por dentro. Cada elección de Jimmy McGill le acerca o le aleja de ese futuro Saul Goodman, y aquí se consigue que ese proceso interno sea más interesante que las batallas y los asesinatos de Juego de Tronos. Y lo que hacen mejor que nadie estos guionistas, lo que resulta verdaderamente impresionante, es el juego que establecen con el espectador a raíz de esas decisiones morales. Porque las acciones de los personajes -buenas o malas- nos obligan constantemente a tomar una posición. Aprobar o rechazar. Jimmy McGill es nuestro protagonista, nos resulta simpático, pero ¿Hasta cuándo le vamos a apoyar en sus engaños y chanchullos? ¿Dónde trazamos la línea moral que, de ser traspasada, nos obligaría a abandonar -emocionalmente- al (anti)héroe de esta historia? Este juego fue llevado a su máxima expresión en Breaking Bad y aquí se repite con -casi- igual fortuna. Por si fuera poco, Jimmy está rodeado de un elenco de personajes secundarios excepcionales. Kim Wexler (Rhea Seehorn) no es simplemente el interés sentimental, sino un personaje humano, interesante, que muchas veces es más atractivo que el propio Jimmy y que suele ponerle entre la espada y la pared. El antagonista no podía ser mejor: Chuck McGill es un abogado prestigioso, inteligentísimo y un hermano mayor difícil de superar. La idea de su hipersensibilidad alérgica, que le pone en una situación de debilidad, es uno de los grandes hallazgos de la serie. Los que hayáis visto Breaking Bad recordaréis al veterano Mike Ehrmantraut (Jonathan Banks) un personaje que parece extraído de un western -de Sin Perdón (Clint Eastwood, 1992)- que protagoniza una subtrama tan interesante como la principal. Y por último, esta tercera temporada supone el regreso de uno de los mejores personajes de Breaking Bad, nada menos que Gus Fring (Giancarlo Esposito), el famoso dueño de Los pollos hermanos.

LEGION -TEMPORADA 1- CHAPTER 6


CHAPTER 6 (15 DE MARZO DE 2017) -AVISO SPOILERS-

Impresionante este episodio de Legión, que sirve como buena referencia de sus mayores virtudes y también, quizás de su único defecto. Lo bueno y lo malo lo podemos resumir en la premisa de este sexto capítulo: todo vuelve al origen. Regresamos a la primera entrega, al psiquiátrico en el que conocimos al protagonista y al resto de personajes. Todo parece repetirse, aunque de forma un poco distinta, en palabras de Syd Barret (Rachel Keller). Tras la "revelación" del episodio anterior, la trama se resetea y lo bueno es que todo parece fresco y nos invita a preguntarnos si estamos en la vida real o en una nueva ilusión. En la parte negativa, Legión no avanza, sino que su historia, en lugar de con una línea recta podría ser dibujada con círculos concéntricos. Aceptando esto, aplaudo la decisión de dejar al margen a David Heller (Dan Stevens) y darle el protagonismo a Syd Barret, que es la que comienza a percibir que "algo está mal". Somos espectadores veteranos y sabemos que esta recreación del psiquiátrico que vimos al inicio no es más que otra trampa mental del gran villano de la serie, el demonio de los ojos amarillos. La forma de revelar esta información me parece absolutamente cautivadora: el antagonista adopta la forma de Lenny Busker -fallecida hace ya tiempo- a la que da vida una Aubrey Plaza inteligente, divertida y sexy -en lo que debe ser uno de los mejores papeles de su carrera- y en una secuencia musical, Lenny se pasea por los escenarios de la serie, de la psique torturada del héroe -la cocina en la que explotan los poderes de David Haller, la consulta de su psicoterapeuta- jugando y bailando al son de una versión del tema Feeling Good de Nina Simone con la estética de una cabecera de un film de James Bond. Una forma original, sutil y divertida de decirnos lo que está pasando. Hay que destacar también las soluciones visuales para mostrarnos el paso de lo "real" al sueño -dentro de otro sueño- que utilizan los decorados -casi teatrales- y los efectos especiales prácticos -trucos de cámara a lo Michel Gondry- como cuando Cary Loudermilk (Bill Irwin) aparece en un bosque todavía en su cama; o cuando Syd Barret flota eternamente hasta aterrizar en su almohada; o el hermoso stop motion de las plantitas que florecen al ser regadas por la doctora Melanie Bird (Jean Smart).

CAPÍTULO ANTERIOR: CHAPTER 5

LEGION -TEMPORADA 1- CHAPTER 5


CHAPTER 5 (8 DE MARZO DE 2017) -AVISO SPOILERS-

El cliffhanger de este quinto episodio de Legión se veía venir desde el principio. Un giro -esperado- que nos hace creer que todo lo que hemos visto solo existía en la mente del protagonista, David Haller (Dan Stevens). Una sorpresa para la que ya estábamos preparados, tras precedentes como El club de la lucha (David Fincher, 1999) o la reciente Mr. Robot (2015). La -supuesta- revelación es que los personajes que rodean a Haller tienen en realidad otros roles en lo que suponemos es "la vida real". Por ejemplo, Lenny (Aubrey Plaza) estaría viva y sería la terapeuta de un centro psiquiátrico en el que estarían ingresados todos. Esto me recuerda al final de El Mago de Oz (1939) en el que personajes como el Espantapájaros o el León son trasuntos de personas que Dorothy (Judy Garland) conoce en la vida real, en Kansas. Pero lo más probable es que esto sea una nueva fantasía creada por Haller, que en este mismo episodio ha demostrado la capacidad de generar sus propios espacios casi reales: esa habitación blanca -muy Kubrick- en la que tocar a Syd Barret (Rachel Keller) está permitido. Habrá que ver qué cuentan en el sexto capítulo para comprobar la verdad. Antes de esto, el episodio adquiere un estimulante tono de película de terror, de pesadilla, un poco como el reino onírico de Freddy Krueger (Robert Englund) en Pesadilla en Elm Street (Wes Craven, 1984). Solo que aquí los monstruos son el Demonio con los ojos amarillos y Angry Boy. 

CAPÍTULO ANTERIOR: CHAPTER 4

TU NOMBRE: CUANDO EL DESTINO NOS ALCANCE


Una de las ideas más bonitas en la ficción -y menos prácticas en la vida real- es la de que el destino nos ha unido a un ser amado. Como si estuviésemos predestinados a querer a una sola persona, eso que llaman "el amor de tu vida". Tu nombre, el anime más taquillero desde El viaje de Chihiro (2001), se sostiene sobre esta romántica idea. Estamos ante una cinta de animación espectacular, con ambiciones de gran película, que tiene todos los ingredientes de un éxito de taquilla. La historia -basada en la novela de Makoto Shinkai, que dirige también esta adaptación- comienza juguetonamente con un disfrutable tono de comedia romántica juvenil, contándonos cómo dos jóvenes, Mitsuha y Taki, intercambian sus cuerpos y sus vidas, inexplicablemente. Este ponerse en el lugar del otro -literalmente- da pie a malentendidos y situaciones humorísticas que van desarrollando una complicidad y un vínculo sentimental entre los dos personajes. El relato irá ampliando su alcance hasta convertirse en un drama romántico de connotaciones cósmicas con alma de manual de autoayuda sobre la identidad personal. Así, encontramos ecos de la confusión genérica adolescente del manga Ranma 1/2 (1987-1996), la fantasía amorosa de Hecho en el cielo (1989), el romance en la distancia de La casa del lago (2006) y hasta la angustia existencial enfrentada al Apocalipsis de Melancolía  (2011). La mezcla es original, el tratamiento argumental resulta fresco, y el conjunto es sin duda muy entretenido. La obra está llena de ideas afortunadas, paradójicas, preciosas, sobre cómo estos dos personajes se buscan mutuamente. Pero hay que hablar sobre todo de una animación soberbia, que deslumbra por su realismo, extraído de acertados detalles costumbristas y naturalistas. El relato se detiene en  las tradiciones de un pequeño pueblo ubicado en las montañas, en el que vive Mitsuha, y las compara con la vida moderna en Tokio de Taki. Esta riqueza en detalles realistas aporta una densidad casi literaria al film. Tu nombre nos habla de personajes insatisfechos con la existencia que les ha tocado en suerte, de vidas conectadas misteriosamente y de que detrás de eso que llamamos amor parecen operar fuerzas que están más allá de nuestra comprensión y sobre todo de nuestro control.

THE WALKING DEAD: VIVIR Y MORIR POR NEGAN


La séptima temporada de The Walking Dead prometía mucho más. Recordemos que la historia se abría justo donde había quedado la entrega anterior, en un cliffhanger espectacular centrado en Lucille, el temible bate de béisbol recubierto de alambre de espino de Negan (Jeffrey Dean Morgan). Nos dejaban con la insoportable duda sobre qué personaje perdería la vida. Así, la serie creada por Robert Kirkman, retomaba su historia con un capítulo muy esperado que fue sin duda un acontecimiento mediático. El violento Negan cumplía con las expectativas convirtiéndose en uno de los más interesantes, y el más cruel, de los villanos de la ficción catódica. La tensión de ese primer episodio era tremenda y la violencia con la que el líder de los temibles Salvadores apaleaba a su víctima, extrema y controvertida. No por nada, uno de los productores ejecutivos -y director de los episodios importantes- es Greg Nicotero, maestro del maquillaje y los efectos especiales de películas como Terroríficamente muertos (Sam Raimi, 1987) y Kill Bill (Quentin Tarantino, 2003). Digamos ya que ese primer capítulo, The Day Will Come When You Won't Be, fue el mejor de la séptima. Y eso no es bueno. A pesar de lo emocionante de dicha entrega, encontramos en ella el principal defecto de toda la serie: una narrativa deficiente. Los guionistas estiraron todo lo posible la resolución de la incógnita que más nos interesaba, la identidad de los personajes que morían. Pero lo hacían de forma tramposa, desordenando cronológicamente el relato sin ninguna justificación e incluyendo engañosos insertos de todos los personajes muriendo, que no eran más que imaginaciones del protagonista, Rick (Andrew Lincoln). Así, The Walking Dead estira y engaña. Esto no es malo en sí mismo, pero es que encima, se hace sin demasiada gracia.



Tras dejarnos con la boca abierta en la presentación de Negan, el argumento de esta séptima temporada se ha alejado una y otra vez de esa trama, la principal, con episodios íntegramente situados en escenarios fuera de Alexandria, hogar de los protagonistas. Visitamos así la monarquía medieval de El Reino; el aterrador Santuario de los Salvadores; la cobarde Hilltop; o una nueva comunidad íntegramente femenina llamada Oceanside. Estas desviaciones del relato tienen un interés relativo, pero definitivamente no igualan en ningún momento la fuerza dramática de las escenas entre Negan y los personajes principales. Porque además, en esos episodios se adopta el punto de vista de secundarios como Carol (Melissa McBride) y Morgan (Lennie James); el desfigurado Dwight y hasta Tara (Alanna Masterson). Personajes que no tienen el carisma de los más reconocibles -y mejor dibujados- Rick, Daryl (Norman Reedus), Michonne (Danai Gurira) o incluso Maggie (Lauren Cohan). El resultado es una temporada irregular en la que se alternan entregas interesantes -Service- con otras más bien soporíferas como SwearHostile and Calamities o incluso Say YesSe puede decir que The Walking Dead se muere de éxito: el gran carisma de Negan hace que todas las demás situaciones palidezcan en comparación.




Lo que no quiere decir que la temporada haya carecido de buenos momentos e ideas -extraídos del cómic original, muchos de ellos- como la imagen del rey Ezekiel (Khary Payton) y su tigre; el humillante trasfondo de la historia de Dwight; los zombies que salen de la arena en Swear o los que emergen de un buque hundido en Something they Needla escena macarra en la que Rick y Michonne despedazan muertos vivientes con un cable que conecta sus coches en Rock in the Roadla criatura acorazada con pinchos de New Best Friendsla artimaña post-11S de Richard (Karl Makinen) para forzar el enfrentamiento con los Salvadores de Bury Me HereLamentablemente, creo que los aciertos no superan a los fallos. Como la incoherente escapada romántica de Say Yes; el cansino aislamiento de Carol; el casi olvidado embarazo de Maggie; las misiones suicidas de Carl (Chandler Riggs), Jesus (Tom Payne), Sasha (Sonequa Martin-Green) y Rosita (Christian Serratos) que predeciblemente fracasan; y sobre todo, la fallida evolución de Rick, que se vuelve un cobarde ante Negan y luego decide luchar de nuevo sin que nada justifique convincentemente sus cambios de actitud. El season finale -en el que normalmente la serie eleva el nivel para enganchar- nos deja un episodio entretenido, sin duda, pero decepcionante. El argumento acumula giros en la acción para sorprendernos, pero también incluye flashbacks que ralentizan el ritmo. Se cumple la regla de la muerte de un personaje -más o menos- importante, pero, en definitiva, se retoma la dinámica de la primera entrega: el clímax vuelve a poner a los héroes a merced de Lucille y Negan. Entonces aparece un antiguo cliché cinematográfico: la caballería salvadora, el Halcón Milenario que aparece de la nada, un Deus ex Machina en forma de tigre que seguramente dará mucho que hablar en las redes.