LOS HAMBRIENTOS: CINE ZOMBIE DE AUTOR


Los hambrientos es un más que notable film de zombies que, contra todo pronóstico, consigue aportar algo novedoso a una temática muy explotada en los últimos años. Hablamos de todo un subgénero del Fantástico y del terror, creado por George A. Romero en La noche de los muertos vivientes (1968) -aunque haya precedentes como Yo anduve con un zombie (Jacques Tourneur, 1943)- que vivió su esplendor en los años 80, proliferando gracias a la explotación de italianos como Lucio Fulci. Actualmente el zombie es el monstruo que mejor parece expresar los tiempos que vivimos, tras renacer con el éxito de 28 días después (Danny Boyle, 2002) y Amanecer de los muertos (Zack Snyder, 2004)- y gracias a la popularidad de la serie The Walking DeadHemos visto muertos vivientes como vehículo para todo tipo de historias: las metáforas políticas del fallecido Romero; la comercialidad de blockbusters como Guerra Mundial Z o la saga Resident Evil -ambas en clave digital-; el humor de esa cumbre que es Zombies Party (Edgar Wright, 2004) y hasta el cruce con el universo literario de Jane Austen, en Orgullo y prejuicio y zombies (2016). Reconociendo que estos cadáveres ambulantes han bailado en Thriller (Johnh Landis, 1984) y salen hasta en Juego de Tronos ¿Qué queda por decir sobre ellos?

Los hambrientos -Les Affames en el original- es algo así como la madurez del subgénero. Ha ganado premios en festivales como Fantasporto, Molins de Rei, Montreal, Nocturna y Toronto. Desde la mirada del cine de autor, el canadiense Robin Aubert hace una película de muertos vivientes que tiene poco que ver con los ejemplos antes mencionados. Los tiempos muertos -perdonen el chiste- la ausencia de racord, de música y otras constantes estéticas de lo que solemos llamar 'cine de autor' se aplican a un argumento relativamente convencional: un grupo de supervivientes enfrentados a una epidemia y a la escasez de víveres. Pero ese deambular de los protagonistas por un mundo acabado antes que recordar a El día de los muertos (1985), tiene más que ver con el tono apocalíptico -y las pinceladas de humor negro- de Week-end (Jean-Luc Godard, 1967) o la aproximación a la ciencia ficción de Michael Haneke en El tiempo del lobo (2003). El fan de los zombies clásicos encontrará esta película muy lenta -nada que ver con la frenética Train to busan (Yeon Sang-ho, 2016)- y con un ritmo más espeso que el de los capítulos más pretenciosos de The Walking Dead. Solo que aquí, la mirada existencialista de Robin Aubert justifica la densidad del relato. Por si fuera poco, el canadiense elabora secuencias de tensión cuando los monstruos persiguen a los protagonistas, crea imágenes inquietantes -atención, sin gore, sin golpes de música, sin maquillajes elaborados- y encima tiene ideas originales, como las misteriosas pirámides de objetos perdidos que crean los zombies y que los protagonistas van descubriendo poco a poco. Para cinéfilos desprejuiciados y gorefans gafapastas.

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