Los seguidores del género policíaco y de acción no deberían dejar pasar Juego de ladrones, solvente película de atracos perfectos, que trasciende su falta de pretensiones para ofrecer un producto impecable, con carisma y más profundidad de la que aparenta en su revelador, pero convencional, cartel. Eso sí, el film es un despliegue de testosterona tremendo -no supera el test de Bedchel ni de lejos- en el que sus personajes son lo que se conoce como "tipos duros". Encabeza la función 'Big Nick' O'Brien, interpretado por un Gerald Butler entregado e implicado como productor. Los días como galán de comedia romántica del actor de 300 (2006) parecen haber terminado: aquí se muestra hinchado, tatuado, chuleta, fumador, bebedor, violento, putero, mal marido y peor padre. Semejante "pieza" es, atención, el policía de la función; un agente de la ley que a la hora de intimidar a un criminal le suelta que "nosotros somos los malos". En el otro bando, Ray Merrimen, es un atracador de bancos, al que da vida Pablo Schreiber -Orange Is the New Black- que parece aquí el Chris Evans del Capitán América. Merrimen es más protagonista que antagonista, y un teórico villano meticuloso, profesional, y limpio. Su pasado en Afganistán da entender que siente que su país le debe algo. Completan el reparto actores de carácter, muchos músculos y pocas palabras, incluyendo al rapero 50 Cent -que ha vivido tiroteos en la vida real- y O'Shea Jackson Jr. -Straight Outta Compton (2015)- quien, si os suena su cara, es por ser hijo de Ice Cube.
Christian Gudegast escribe y dirige su ópera prima tras encargarse de varios guiones -Objetivo: Londres (2016)- siempre en el terreno del cine criminal y de acción. Juego de ladrones es una película de atracos bien contada, dirigida con brío -en los tiroteos- con tensión -en los atracos- y urgencia -en las persecuciones-. Pero también es una película de personajes, que le da tanta importancia a los policías como a los criminales. Gudegast sigue el modelo del Heat (1995) de Michael Mann, aunque no tiene grandes actores a su disposición -como Al Pacino o Robert De Niro- sino un grupo de sujetos malencarados, musculosos y tatuados, más parecidos al reparto de Fast and Furious. Lo interesante es cómo, al profundizar en estos personajes, la película va borrando las líneas entre el bien y el mal, igualando a policías y atracadores aunque unos estén del lado de la ley y los otros sean criminales. En sus mejores momentos, el film tiene un tono crepuscular al presentar a sus personajes como figuras -masculinas- que no encuentran su lugar.
Estos son hombres entregados a su profesión -legal o delictiva- y la película dedica secuencias enteras a los procedimientos, a cómo se persigue a una banda criminal o a cómo se atraca un banco. Hay sorpresas varias para animar el argumento, pero son lo de menos porque lo que nos dice Gudegast es que estos tipos duros viven aparte de la sociedad "normal". Son "machos" que no se sienten cómodos en otros roles: los problemas maritales de 'Big Nick', que además se ve obligado a visitar a su hija a través de una reja; el criminal que intimida al novio de su hija adolescente; el atasco que se convierte en un tiroteo del que todos los civiles tienen que salir pitando. Tipos duros que no pertenecen a nuestro mundo y que utilizan nuestras ciudades como escenario para su juego de policías y ladrones.
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