Con High Flying Bird, Steven Soderbergh se suma a la lista de directores de primera línea que aportan un largometraje a la insaciable necesidad de Netflix de estrenar productos que atraigan a los suscriptores. Una apuesta indudable por la calidad que ya ha rendido frutos con obras tan contundentes como Roma de Alfonso Cuarón, La balada de Buster Scruggs de los hermanos Coen y Okja de Bong Joon-ho. Soderbergh, sin embargo, aporta un film muy diferente a los mencionados, menos espectacular, pero sin duda más apto para las pequeñas pantallas. Si la profundidad de campo pide a gritos que veamos Roma en un cine y siempre soñaremos con ver los paisajes de western que recorre Buster Scruggs en la gran pantalla, Soderbergh ha 'rodado' su 'film' utilizando el mismo gadget en el que probablemente será visionado: un Iphone. Esta no es simplemente una decisión estética o de marketing para asegurarse titulares, sino que marca el tono de la historia. High Flying Bird se centra en una huelga de jugadores en la liga profesional de baloncesto estadounidense, la NBA. Pero no vemos a las estrellas de la liga, ni el parqué de los grandes pabellones, ni espectadores rugiendo por una canasta sobre la bocina. La película ocurre en la trastienda de la liga, en los tiempos muertos, en despachos, ascensores y coches. La acción se desarrolla a través de los diálogos de los personajes, que tienen una densidad teatral. El agente Ray Burke -eficiente André Holland de The Knick- se mueve entre bambalinas para evitar que su vida, y la liga entera, acaben desmantelándose. Los otros personajes en liza son un prometedor jugador (Erik Scott), una asistente ambiciosa (Zazie Beetz de Atlanta), una representante sindical (Sonja Sohn), el multimillonario dueño de un equipo (Kyle MacLachlan), y un entrenador retirado (Bill Duke) que se dedica a ayudar a jóvenes desfavorecidos. Con estas piezas, Soderbergh pone en imágenes un guión -escrito por Tarrel Alvin McCraney, guionista de Moonlight (2016)- que no es una sátira mordiente de la NBA como símbolo del capitalismo -que también- sino una atrevida comparación, nada sutil, con la esclavitud, siendo los talentosos deportistas afroamericanos esclavos modernos para que los dueños de los equipos -millonarios de raza blanca- se enriquezcan. Lo más interesante de la película es el intento de Burke de liberar a esos esclavos. No se esconden los referentes: el libro The Revolt of the Black Athlete aparece explícitamente, así como su autor, Harry Edwards; y la canción de Billy Edd Wheeler que aparece en la cinta, y que le presta su título, no habla de otra cosa más que de la libertad. Idealista, pero también realista, Soderbergh se permite criticar el estado de las cosas, sin caer en la amargura. High Flying Bird, quizás no esté a la altura de las películas que he mencionado al principio, juega en otra liga, pero es también muy recomendable.
HIGH FLYING BIRD -LA REBELIÓN DE LOS ESCLAVOS
Con High Flying Bird, Steven Soderbergh se suma a la lista de directores de primera línea que aportan un largometraje a la insaciable necesidad de Netflix de estrenar productos que atraigan a los suscriptores. Una apuesta indudable por la calidad que ya ha rendido frutos con obras tan contundentes como Roma de Alfonso Cuarón, La balada de Buster Scruggs de los hermanos Coen y Okja de Bong Joon-ho. Soderbergh, sin embargo, aporta un film muy diferente a los mencionados, menos espectacular, pero sin duda más apto para las pequeñas pantallas. Si la profundidad de campo pide a gritos que veamos Roma en un cine y siempre soñaremos con ver los paisajes de western que recorre Buster Scruggs en la gran pantalla, Soderbergh ha 'rodado' su 'film' utilizando el mismo gadget en el que probablemente será visionado: un Iphone. Esta no es simplemente una decisión estética o de marketing para asegurarse titulares, sino que marca el tono de la historia. High Flying Bird se centra en una huelga de jugadores en la liga profesional de baloncesto estadounidense, la NBA. Pero no vemos a las estrellas de la liga, ni el parqué de los grandes pabellones, ni espectadores rugiendo por una canasta sobre la bocina. La película ocurre en la trastienda de la liga, en los tiempos muertos, en despachos, ascensores y coches. La acción se desarrolla a través de los diálogos de los personajes, que tienen una densidad teatral. El agente Ray Burke -eficiente André Holland de The Knick- se mueve entre bambalinas para evitar que su vida, y la liga entera, acaben desmantelándose. Los otros personajes en liza son un prometedor jugador (Erik Scott), una asistente ambiciosa (Zazie Beetz de Atlanta), una representante sindical (Sonja Sohn), el multimillonario dueño de un equipo (Kyle MacLachlan), y un entrenador retirado (Bill Duke) que se dedica a ayudar a jóvenes desfavorecidos. Con estas piezas, Soderbergh pone en imágenes un guión -escrito por Tarrel Alvin McCraney, guionista de Moonlight (2016)- que no es una sátira mordiente de la NBA como símbolo del capitalismo -que también- sino una atrevida comparación, nada sutil, con la esclavitud, siendo los talentosos deportistas afroamericanos esclavos modernos para que los dueños de los equipos -millonarios de raza blanca- se enriquezcan. Lo más interesante de la película es el intento de Burke de liberar a esos esclavos. No se esconden los referentes: el libro The Revolt of the Black Athlete aparece explícitamente, así como su autor, Harry Edwards; y la canción de Billy Edd Wheeler que aparece en la cinta, y que le presta su título, no habla de otra cosa más que de la libertad. Idealista, pero también realista, Soderbergh se permite criticar el estado de las cosas, sin caer en la amargura. High Flying Bird, quizás no esté a la altura de las películas que he mencionado al principio, juega en otra liga, pero es también muy recomendable.
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