Cafarnaúm es una película fabricada para romperte. Ambientada en Líbano, la premisa es inocente pero irresistible: el pequeño Zain demanda a sus padres ante el juez por haberle traído al mundo. Interpretado por Zain Al Rafeea, magnético y capaz de robarte el corazón, se nos cuenta a través de flashbacks la vida de este niño maltratado y explotado por una familia sumida en la más extrema pobreza, sin rastro de humanidad, despojada de cualquier otro sentimiento que no sea el de sobrevivir. Esto es, de ganar dinero como sea. A esa situación, suficiente para un drama, hay que añadir una religión atrasada que permite el casamiento de una niña de 11 años; y sumar el retrato de una sociedad -aquí la libanesa, pero quizás cualquier otra en mayor o menor medida- capaz de ignorar el sufrimiento de cientos de niños abandonados. Por si esto no fuera suficiente, agreguemos el drama humano de los inmigrantes, refugiados y sin papeles, marginados entre los marginados, que sencillamente no existen. Ganadora del Premio del Jurado en el pasado festival de Cannes y nominada al Oscar a la mejor película extranjera, creo improbable que alguien resista el visionado de Cafarnaúm sin derramar una lágrima. El catálogo de penurias que sufren los protagonistas es difícilmente soportable y puede resultar excesivo: tremenda la imagen de Zain, un niño al fin y al cabo, obligado a cuidar de un bebé, en las despiadadas calles de Beirut. Al film de la directora Nadine Labaki se le puede afear el uso de la música en algunos momentos para potenciar reacciones emocionales y sobre todo, una fotografía soberbia que embellece unos escenarios que muestran una miseria extrema. Mencionemos también el uso del color en las paredes de las casas destartaladas, en los mercados exóticos, en un decadente parque de atracciones, en los objetos o en la ropa de los personajes: la pobreza nunca había sido tan colorida. Dicho esto, no se puede negar que estamos ante una película poderosa, que además, hace visible una situación denunciable, pero también es cierto que no reflexiona demasiado sobre ella, no busca sus causas, se limita a presentar un catálogo de tragedias, que seguramente ocurren cada día más allá de nuestra atención.
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