No
eres tonto si no te ha gustado Roma. Pero cuidado, tampoco te creas un valiente
por afirmar en las redes sociales que te ha aburrido la cinta de Alfonso Cuarón.
Críticos y periodistas culturales han afeado a la Academia que Green Book se
haya llevado el Oscar a la mejor película. Decisión que ha provocado el efecto
contrario en los espectadores, que han salido a defender su derecho a preferir
el film de Peter Farrelly y a gritar en Twitter que la cinta mexicana no es
para tanto, que está sobrevalorada o que nadie hablará de ella en 10 años. Todo
esto me confirma en dos certezas. La primera es que cualquier valoración sobre el
cine, en definitiva, sobre el arte, es subjetiva y relativa. La segunda es que
la mayoría de la gente no respeta la opinión de los profesionales que se
dedican a la crítica cultural. Cualquiera se siente con la legitimidad cinéfila
suficiente para decir que una película no vale nada, por encima de personas que
han dedicado su vida al estudio y análisis del séptimo arte.
Esta
polémica sobre los Oscar no deja de ser absurda teniendo en cuenta que los
premios de Hollywood favorecen claramente a las películas que gustan a la
mayoría de los espectadores, como la ganadora Green Book, Bohemian Rhapsody, Ha nacido una estrella y Black Panther. Creo que a estas últimas no les ha ido nada
mal en la taquilla. En cambio, películas más arriesgadas, exigentes o ‘de autor’,
como Roma, La favorita –o como El Hilo invisible en la pasada edición- han tenido
un menor reconocimiento o han sido prácticamente ignoradas, como El Reverendo o
La Balada de Buster Scruggs (hay que añadir también el factor Netflix). Considerado
todo esto, me propongo, humildemente, aportar otro punto de vista sobre los
principales defectos que se le achacan a Roma. Los he elegido utilizando un
método tan científico como recopilar lo que me dice la gente que tengo alrededor
o lo que leo en las redes sociales. Vamos allá. Voy a ‘desmentir’ las 5 razones
por las que no te gusta Roma
1. Es larga.
Objetivamente,
tiene una duración de 2 horas y 15 minutos. No me parece una duración excesiva,
ni mucho menos.
2. Es lenta (se hace
larga).
Descartemos
de entrada afirmaciones absolutamente subjetivas como que esta película es
aburrida. 'Interesante' y 'divertido' son valores que responden necesariamente a términos personales: hay gente
que odia el fútbol y existe un canal de televisión dedicado al golf. Sobre esto
no se puede hacer nada. Con lo que no estoy de acuerdo es con los que
consideran que 2001: Una odisea del espacio (1968) -o casi cualquier otro clásico- no es una película importante
en la historia del cine, simplemente porque les parece un coñazo. Tienes todo
el derecho del mundo a considerar aburrida la obra maestra de Stanley Kubrick,
pero despreciar sus valores me parece francamente arrogante. Yo no tengo ningún
problema en reconocer que el cine de Tarkovski se me hace cuesta arriba, pero
no por eso voy a contradecir a críticos e historiadores de cine sobre el valor
como autor del cineasta ruso. Un poco de humildad ¿no?
Que Roma parezca ‘lenta’ es una de las afirmaciones que me parecen más preocupantes,
por lo que dice de la capacidad de atención del espectador. Pero esos son mis
prejuicios acerca de una generación acostumbrada al zapping, a los memes, a vídeos
de Youtube, a leer solo los titulares de las noticias y que no puede evitar
echarle un vistazo al móvil cada 15 minutos. Así somos. Creo que la impaciencia
es parte importante de encontrar ‘lenta’ una obra solo porque tiene un ritmo
diferente. Otro elemento a considerar es la diversidad en nuestra ‘dieta’
cinematográfica: si solo consumimos un tipo de productos –cine y series de televisión
americanas- seguramente no estaremos acostumbrados a otras formas de narrar.
Pero
más importante todavía me parece hablar de cómo ha planificado Cuarón su
película. El que plantee su historia en largos planos secuencia, con pocos
cortes, en planos generales, creo que debe ser la principal razón por la que
mucha gente encuentra Roma, muy aburrida. Cuarón consigue que todo ocurra
delante de la cámara y en algunas secuencias magistrales esto supone una
cuidadosa coreografía con decenas de figurantes, coches y diversos elementos
moviéndose en la pantalla. Esto aporta un realismo estremecedor en la línea de
lo que proponía el teórico André Bazin. Pero también obliga al espectador a
implicarse, a prestar atención, porque es su mirada –y no el montaje- la que
debe decidir dónde está la acción relevante. Evidentemente, un montaje ágil, en el que
muchos cortes fragmentan la acción saltando de una cosa a la otra, resulta más
entretenido. Hitchcock no necesitaba montar sus películas porque rodaba los
planos justos según un cuidadoso storyboard. Y ¿Quién no se ha sentido mareado tras
una secuencia de acción dirigida por el taquillero Michael Bay, en la que
apenas se ve nada por sus brevísimos planos? El montaje más habitual te lleva
de la mano, te dice dónde mirar y resalta los elementos importantes de la
historia para el espectador. Roma evita todo esto. Ni siquiera utiliza la
música para subrayar los momentos emocionantes. Recordemos el agobiante sonido del
oleaje en el clímax. Quizás el espectador medio se haya sentido perdido,
desorientado y aburrido, al no tener estas ‘ayudas’, válidas y frecuentes en el
cine, para provocar nuestras respuestas emocionales.
3. No tiene historia.
“En Roma no pasa nada”.
Me
parece discutible. Roma presenta a una familia y a sus empleadas domésticas. A todos
estos personajes les pasan cosas que literalmente les cambian la vida. Que los
padres abandonen a sus hijos –nacidos o no- evidentemente, no sale en los
periódicos. Pero estos hechos y la exploración de las consecuencias emocionales
para las mujeres y para los niños, no me parecen despreciables como material dramático. Además, a través
de esas pequeñas historias, y de esa mirada antropológica, documentalista, se nos
narran cosas sobre un país y una época –México, años 70- que aunque estén de
fondo, también comunican cosas. Eso sin contar los temas sociales que se
apuntan, como el machismo, la desigualdad, la oposición del mundo rural y el
urbano, el clasismo, el racismo. Apuntemos también los juegos visuales, puramente emocionales, irracionales, simbólicos, que hace Cuarón, por ejemplo, con el agua a través de todo su film. Si a eso añadimos el relato autobiográfico,
parcial, nostálgico, del autor, del artista; las sensaciones, texturas y
emociones que transmite Roma no me parecen ‘nada’.
4. “Es una fotografía
bonita y nada más”.
Se
ha denostado a Roma por su apabullante calidad técnica y su planteamiento
visual y estético. Creo que es un error, en cine, separar la forma del
contenido. La dirección, la fotografía y el montaje no son elementos técnicos,
sino artísticos. Es más, son la esencia del cine. El guión suele denominarse ‘literario’
por algo. Una película no es un guión filmado. La forma en la que se rueda es
tan importante como la historia que se cuenta. A veces más. En Roma, la forma
expresa muchísimas cosas. Cuarón fabrica imágenes memorables, que por alguna
razón han sido despreciadas como vacías o puramente esteticistas. Nunca he
entendido esa forma de ver películas. Para mí el cine es imagen y sonido, no
siempre ni necesariamente utilizados para contar una historia. ¿Por qué
insistimos en que una película debe ser el equivalente de una novela, o teatro
filmado, cuando es un género artístico diferente y emocionante por esa misma
diferencia?
5. Alfonso Cuarón no
es honesto o tiene una mirada condescendiente sobre su protagonista, una
indígena de una clase desfavorecida.
¿Cómo
puede ser deshonesto un director cuando habla de su propia vida y habla desde
su perspectiva? Lo veo imposible. Que Cuarón es un mexicano de clase media/alta
contando su infancia, sin duda, privilegiada, en un país con las desigualdades
de toda Latinoamérica, no solo es obvio, es la razón de ser de la película.
¿Por qué negar a una persona que ha tenido esa experiencia, el derecho a contarla? Si
queremos ver cine de denuncia sobre las clases oprimidas en México, no me parece
necesario buscar eso en Roma. El tema está presente, sin duda, pero porque
forma parte de la realidad de esos niños. También se cuestiona la relación de
la familia protagonista con las chicas que sirven en su casa y creo que esto se
debe a cierta incapacidad de asumir, precisamente, la dualidad de esa convivencia.
Cleo (Yalitza Aparicio) vive en la casa familiar, cuida a unos niños a los que
quiere, y además recibe un sueldo y por tanto debe obedecer a su patrona. Esa
contradicción, ese ser y no ser parte de la familia, es lo bonito y lo original
de la película. Una particularidad de la sociedad mexicana –y latinoamericana-
que creo que no se había llevado al cine en una película de la importancia de Roma. Pienso que eso es un valor, antes que un defecto. ¿Veremos algún día a Cleo
de Roma con los mismos ojos con los que vemos ahora a los sirvientes de raza negra de Lo que el viento se llevó (1939)? Yo
creo que no. Pero ¿Quién soy yo para predecir el futuro?
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