Es una gozada cómo Legión, creada por Noah Hawley, basada en los cómics de Marvel desarrollados por Chirs Claremont y Bill Sienkiewicz, utiliza todos los recursos audiovisuales posibles para contar una historia que plásticamente es tan expresiva como un tebeo. Hay que aplaudir la forma en la que esta serie diseña sus extrañas imágenes y atmósferas, valiéndose de los efectos especiales, pero también a través de los decorados -muy imaginativos, que muchas veces se mueven y se transforman dentro del plano- la fotografía -que ilumina y oscurece los fondos, los personajes, con resultados expresivos- y el vestuario. Mencionemos también cómo Hawley se sirve de la banda sonora y de canciones pop -en esta serie suele haber secuencias musicales-; cómo usa la voz en off y los textos impresos sobre la pantalla, para generar varios niveles de lectura -que ni Jean-Luc Godard-; y cómo se vale de figuras del lenguaje cinematográfico como el plano secuencia o los ralentizados. Todos estos elementos conforman una narrativa difícil de encontrar no solo en un relato de superhéroes, sino en cualquier ficción audiovisual actual. Legión es una estimulante mezcla de fantasía, ciencia ficción, película de viajes lisérgicos -el tono alucinado hippie de la secuencia del fumadero- y de blockbuster de acción. Géneros a los que hay que añadir ahora viajes en el tiempo. Y todo esto solo en el primer episodio, que incluye detalles de humor absurdo, como cuando las fuerzas divisorias atrapan a un seguidor del protagonista, David Heller (Dan Stevens), utilizando un gigantesco bastón salido de los dibujos animados. Voy a echar de menos semejante libertad creativa.
A partir de aquí, ojo que hay spoilers. El primer episodio de la tercera, y lamentablemente última temporada de Legión es un resumen de la serie, con el protagonista convertido en un villano capaz de destruir el mundo -que incluso habría abusado de Syd Barrett (Rachel Keller) utilizando sus poderes-. Los personajes de las dos temporadas anteriores vuelven a aparecer aquí: Lenny Busker -maravillosa Aubrey Plaza-, Amahl Faoruk (David Neghban), Cary (Bill Irwin) y Kerry Loudermilk (Amber Midthunder), Ptonomy (Jeremie Harris) y las mujeres con mostachos; pero, como piezas de ajedrez, se sitúan en nuevas posiciones sobre el tablero del argumento. De hecho, hay tantas cosas en el primer capítulo, que el segundo redunda en las mismas situaciones. El tercer episodio retrocede en el tiempo, antes de que naciera David, nos presenta a sus padres, Gabrielle (Stephanie Corneliussen) y nada menos que el profesor Charles Xavier (Harry Lloyd), el mismo que fuera interpretado por Patrick Stewart y James McAvoy en las cintas sobre los X-Men. Con ellos se desarrolla un relato sombrío sobre cómo se tuerce todo para este héroe (o villano) que es Legión. Nos cuentan cómo penetra en su psique el Rey Sombra -el demonio de los ojos amarillos- y lo más interesante: la forma tan libre en la que el relato actual -el de David Haller adulto- irrumpe en el flashback, de vez en cuando, adoptando la forma de extrañas distorsiones temporales.
El cuarto episodio es notable y original. "Algo pasa con el tiempo" dice Kerry, y Syd Barrett concluye que el culpable debe ser David. El capítulo está salpicado de repeticiones, realizadas con inteligencia: no se trata de rebobinar y repetir lo filmado, sino hacer que los actores vuelvan a decir sus diálogos, como si realmente estuviesen reviviendo el momento. Otro hallazgo son los demonios del tiempo que se mueven como las agujas del reloj, en escenas con atmósfera de cine de terror que parecen salidas de Doctor Who. El diseño de estas criaturas recuerda, además, a los Blue Meanies de la psicodélica Yellow Submarine (1968). Pero hay más ideas interesantes, como la muy loca de introducir, sin aviso, una escena de The Shield (2002-2008), una serie antigua de la misma cadena, para que incluso nosotros los espectadores percibamos que viajamos en el tiempo. Otros momentos destacables son el encuentro de Syd Barrett con su yo del pasado; o el de David con su madre, de origen romaní, en un campo de concentración nazi, que me pregunto si tendrá que ver con el abortado film sobre el Doctor Doom que no pudo llevar a cabo Hawley para Fox -ahora propiedad de Disney, como Marvel Studios-. Por último, hay un irresistible homenaje al cortometraje 'fotográfico' La Jetée (1962) de Chris Marker, que dio pie a Doce monos (1995) de Terry Gilliam.
David se ha convertido en el líder de una secta hippie -en una suerte de Charles Manson- con chicas jóvenes como seguidoras, aficionadas a las drogas alucinógenas, que se consideran una "familia". David es ahora en un ser casi todopoderoso, como Thanos con el Guantelete del infinito, capaz de transformar una pistola en un pato de goma, de borrar la memoria de alguien y de alterar la realidad a su antojo. Transformado en un auténtico villano, a su paso, mueren todos -Lenny, Clark (Hamish Linklater)-. En un momento visualmente fantástico, David incluso se convierte en una secta de sí mismo al grito de "soy legión" y acaba incluso, con la vida de Syd Barrett (aparentemente). Resaltemos también el momento en el que todos los personajes cantan el tema (What's So Funny 'Bout) Peace, Love and Understanding de Nick Lowe, en una secuencia robada de Magnolia (1999) de Paul Thomas Anderson.
Hay que mencionar también el sorprendente paréntesis del sexto episodio, que ocurre dentro de una maceta -en serio- en la que reencontramos a Oliver (Jemaine Clement) y Melanie Bird (Jean Smart), encargados de cuidar a una Syd Barrett convertida en bebé, en un relato que emula los cuentos de hadas, entre Caperucita Roja y Los tres cerditos, con el Lobo (Jason Mantzoukas) como metáfora de la pérdida de la inocencia. Luego, la historia adquiere un carácter urbano y dickensiano, y por último, el conflicto se decide con una batalla de rap que aprovecha el talento para la comedia de Clement y acaba funcionando por ello. En un apunte poético, Syd expresa que ha vivido una segunda vida, entera, en 20 minutos. Fantástico.
Hay que mencionar también el sorprendente paréntesis del sexto episodio, que ocurre dentro de una maceta -en serio- en la que reencontramos a Oliver (Jemaine Clement) y Melanie Bird (Jean Smart), encargados de cuidar a una Syd Barrett convertida en bebé, en un relato que emula los cuentos de hadas, entre Caperucita Roja y Los tres cerditos, con el Lobo (Jason Mantzoukas) como metáfora de la pérdida de la inocencia. Luego, la historia adquiere un carácter urbano y dickensiano, y por último, el conflicto se decide con una batalla de rap que aprovecha el talento para la comedia de Clement y acaba funcionando por ello. En un apunte poético, Syd expresa que ha vivido una segunda vida, entera, en 20 minutos. Fantástico.
Todo esto nos lleva al final de la temporada y de la serie, en dos episodios sobre viajes temporales, repletos de acción y juegos visuales, sobre todo cuando la historia se traslada al plano astral. Hay un nuevo homenaje a Pink Floyd cuando David canta la muy pertinente Mother, que evidencia que más que una lucha entre buenos y malos, Legión es un conflicto interior, psicológico, expresado de la forma visual más original y estimulante que hayamos visto en televisión. Voy a echar de menos esta serie.
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