Lo que más admiro de Clint Eastwood es su simplicidad. Sus películas parece que se hubieran hecho solas. La cámara desaparece y adopta una postura -creo yo- bastante neutral, que nos obliga a leer en las imágenes. Porque, por lo general, no va a darnos más pistas de las necesarias. Con esta sobriedad, a sus 89 años, Eastwood, en esta etapa de su carrera -no me he atrevido a escribir ‘última’ porque este señor igual se reinventa a los 100 años- prefiere historias basadas en hechos reales. Es el caso de Richard Jewell, sobre los hechos protagonizados por el personaje del mismo nombre, que pasó de héroe a villano al convertirse en el principal sospechoso de haber colocado la bomba que él mismo descubrió. Maravillosamente contada, con un ritmo perfecto, que no mete prisa pero tampoco tiene pausas, estamos ante una nueva demostración de dominio narrativo por parte del autor de Sin perdón (1992). Véase la secuencia del concierto enmarcado en los Juegos Olímpicos de Atlanta: el director consigue crear tensión sin trucos ni efectos, simplemente colocando la cámara en el lugar justo y haciendo un uso ejemplar del montaje. En la misma línea, Eastwood confía en sus actores, todos sólidos, sobrios, económicos en gestos -Paul Walter Hauser, Sam Rockwell, Jon Hamm, Olivia Wilde, y Kathy Bates, que fue nominada a un Globo de Oro-. Con ellos nos mete en la historia, nos engancha, nos pone de lado del protagonista (aunque también nos hace dudar) y nos emociona cuando toca -son esos los únicos momentos en los que aparece la música compuesta por Arturo Sandoval-. El que fue Harry el sucio (1971), carga contra el FBI, carga duramente contra la prensa, pero sobre todo carga contra una sociedad necesitada de héroes, que, sin embargo es incapaz de confiar en ellos, una postura idéntica a la que mostró el director en la estupenda Sully (2016). Eastwood se pone de lado del hombre común, del profesional, del tipo que sigue las reglas sin ser un genio, y lo hace con una mirada humanista que perdona los defectos ¿Quién no los tiene? Y sobre todo, Eastwood nos mira a nosotros, a los que sin duda habríamos creído culpable a Richard Jewell.
RICHARD JEWELL -EL GRAN HÉROE AMERICANO
Lo que más admiro de Clint Eastwood es su simplicidad. Sus películas parece que se hubieran hecho solas. La cámara desaparece y adopta una postura -creo yo- bastante neutral, que nos obliga a leer en las imágenes. Porque, por lo general, no va a darnos más pistas de las necesarias. Con esta sobriedad, a sus 89 años, Eastwood, en esta etapa de su carrera -no me he atrevido a escribir ‘última’ porque este señor igual se reinventa a los 100 años- prefiere historias basadas en hechos reales. Es el caso de Richard Jewell, sobre los hechos protagonizados por el personaje del mismo nombre, que pasó de héroe a villano al convertirse en el principal sospechoso de haber colocado la bomba que él mismo descubrió. Maravillosamente contada, con un ritmo perfecto, que no mete prisa pero tampoco tiene pausas, estamos ante una nueva demostración de dominio narrativo por parte del autor de Sin perdón (1992). Véase la secuencia del concierto enmarcado en los Juegos Olímpicos de Atlanta: el director consigue crear tensión sin trucos ni efectos, simplemente colocando la cámara en el lugar justo y haciendo un uso ejemplar del montaje. En la misma línea, Eastwood confía en sus actores, todos sólidos, sobrios, económicos en gestos -Paul Walter Hauser, Sam Rockwell, Jon Hamm, Olivia Wilde, y Kathy Bates, que fue nominada a un Globo de Oro-. Con ellos nos mete en la historia, nos engancha, nos pone de lado del protagonista (aunque también nos hace dudar) y nos emociona cuando toca -son esos los únicos momentos en los que aparece la música compuesta por Arturo Sandoval-. El que fue Harry el sucio (1971), carga contra el FBI, carga duramente contra la prensa, pero sobre todo carga contra una sociedad necesitada de héroes, que, sin embargo es incapaz de confiar en ellos, una postura idéntica a la que mostró el director en la estupenda Sully (2016). Eastwood se pone de lado del hombre común, del profesional, del tipo que sigue las reglas sin ser un genio, y lo hace con una mirada humanista que perdona los defectos ¿Quién no los tiene? Y sobre todo, Eastwood nos mira a nosotros, a los que sin duda habríamos creído culpable a Richard Jewell.
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