Seguro que conocéis de sobra a Brian De Palma, director de clásicos modernos como Carrie (1976) y Los intocables de Elliot Ness (1987). En la primera etapa de su carrera fue un desvergonzado explotador de Hitchcock, una inspiración que marcaba sus películas, en las que destacaba sobre todo una planificación virtuosa, pirotécnica, llamativa, que le convertía en un realizador capaz de componer en cada película alguna secuencia magistral y memorable. Ese De Palma, no demasiado interesado en la historia que cuenta, mucho menos en su verosimilitud -al fin y al cabo, esto es cine- depende por tanto de su capacidad para crear imágenes arrebatadoras que enmascaren un entramado dramático muchas veces frágil. Y no veo problema en ello. Ese De Palma es el que reaparece en Domino, un thriller, de nuevo, de aires hitchcockianos, que reúne las señas de estilo del veterano director. Una intriga marcada por giros, con un mcguffin tan improbable como una empresa que distribuye tomates; con un manejo del suspense conseguido deteniendo la cámara en determinados detalles -una pistola olvidada junto al lecho, por ejemplo- que luego desencadenan la tragedia. Domino contiene también los efectismos narrativos que le caracterizan, como la pantalla partida, o un clímax con varias acciones simultáneas para generar tensión, en un gran escenario, nada menos que una plaza de toros en Almería. Con caras conocidas -que no necesariamente competentes aquí- cómo Nikolaj Coster-Waldau, Carice van Houten o Guy Pearce, De Palma nos convence durante los primeros minutos, pero pronto, la falta de recursos se hace evidentemente insuficiente para llevar a buen puerto las ideas del director de El fantasma del paraíso (1974). Domino parece un thriller caduco, que busca actualizarse con una trama sobre terrorismo islámico, con una música terrible de su compositor habitual, Pino Donaggio -obligado a tapar las carencias de la trama- que en el clímax evoca, creo que sin éxito, el conocido Bolero de Ravel; y sobre todo sin el empaque visual necesario -se nota que De Palma ha tenido que economizar planos-. Se nota que De Palma no se toma demasiado en serio a sí mismo -nunca lo ha hecho- pero aún así, el veterano director fracasa con una película que nos hace añorar tiempos pasados. Solo para los incondicionales.
DOMINO -EL CINE DE BRIAN DE PALMA
Seguro que conocéis de sobra a Brian De Palma, director de clásicos modernos como Carrie (1976) y Los intocables de Elliot Ness (1987). En la primera etapa de su carrera fue un desvergonzado explotador de Hitchcock, una inspiración que marcaba sus películas, en las que destacaba sobre todo una planificación virtuosa, pirotécnica, llamativa, que le convertía en un realizador capaz de componer en cada película alguna secuencia magistral y memorable. Ese De Palma, no demasiado interesado en la historia que cuenta, mucho menos en su verosimilitud -al fin y al cabo, esto es cine- depende por tanto de su capacidad para crear imágenes arrebatadoras que enmascaren un entramado dramático muchas veces frágil. Y no veo problema en ello. Ese De Palma es el que reaparece en Domino, un thriller, de nuevo, de aires hitchcockianos, que reúne las señas de estilo del veterano director. Una intriga marcada por giros, con un mcguffin tan improbable como una empresa que distribuye tomates; con un manejo del suspense conseguido deteniendo la cámara en determinados detalles -una pistola olvidada junto al lecho, por ejemplo- que luego desencadenan la tragedia. Domino contiene también los efectismos narrativos que le caracterizan, como la pantalla partida, o un clímax con varias acciones simultáneas para generar tensión, en un gran escenario, nada menos que una plaza de toros en Almería. Con caras conocidas -que no necesariamente competentes aquí- cómo Nikolaj Coster-Waldau, Carice van Houten o Guy Pearce, De Palma nos convence durante los primeros minutos, pero pronto, la falta de recursos se hace evidentemente insuficiente para llevar a buen puerto las ideas del director de El fantasma del paraíso (1974). Domino parece un thriller caduco, que busca actualizarse con una trama sobre terrorismo islámico, con una música terrible de su compositor habitual, Pino Donaggio -obligado a tapar las carencias de la trama- que en el clímax evoca, creo que sin éxito, el conocido Bolero de Ravel; y sobre todo sin el empaque visual necesario -se nota que De Palma ha tenido que economizar planos-. Se nota que De Palma no se toma demasiado en serio a sí mismo -nunca lo ha hecho- pero aún así, el veterano director fracasa con una película que nos hace añorar tiempos pasados. Solo para los incondicionales.
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