EL MÉTODO KOMINSKY -ALGO QUE VER CON LA MUERTE


Comedia del ocaso de la vida, El método Komisnky es la serie creada por un auténtico veterano de la sitcom estadounidense Chuck Lorre, que tiene en su currículum series míticas como Roseanne, en la que ejerció de guionista, pero también es el padre de Cybill (1995), Dharma y Greg (1997), Dos hombres y medio (2003), Big Bang Theory (2006), El joven Sheldon (2017) y Mom (2013). Por cierto, también es responsable del tema musical de Las Tortugas ninja (1987), como se cuenta en la serie The Toys That Made Us, en Netflix. Con este historial de producciones para la televisión abierta, quizás esta ficción protagonizada por Michael Douglas y Alan Arkin puede ser una obra más personal, en la que Lorre ha trabajado con menos restricciones. Lo dos actores dan vida, respectivamente, a un actor semiretirado y director de su propia academia de interpretación, y al que ha sido su mánager toda la vida. Dos señores mayores que tienen, sobre todo, los achaques propios de su edad. Así, en la primera temporada, nuestra extraña pareja, se enfrenta a la viudez de Norman (Arkin), a la soledad de Sandy (Douglas) que busca pareja  -Lisa (Nancy Travis)-, y a otros problemillas verdaderamente incómodos, como los de próstata o los impuestos. Por no hablar de una hija madura, pero adolescente y toxicómana, Phoebe (Lisa Edelstein). Lo mejor de El método Kominsky son sin duda sus protagonistas, sus largas conversaciones, sus puyas constantes; y que los temas que aborda el guión sean más propios de un drama, pero vistos con humor -a veces bastante negro-. Lorre parece querer escapar de la comedia blanca, bienintencionada, que debe agradar a todos los públicos -en algún momento se ríe de The Big Bang Theory- pero no lo consigue del todo. Norman es tremendamente borde e hiriente, Sandy Kominsky es un desastre -como Charlie Harper (Charlie Sheen)- pero la serie nunca se atreve a cruzar esa línea que pueda generar antipatía en el espectador. Los mejores momentos de la primera temporada son los costumbristas, el análisis ingenioso del día a día, en ocurrencias que pueden recordar a Larry David y a Jerry Seinfeld: Norman desprecia a una posible pretendiente al verla comer metódicamente, como si estuviera 'invadiendo Europa' país por país. "Come como una nazi", sentencia Sandy, y es imposible no pensar en el humor judío de Woody Allen.

La segunda temporada de El método Kominsky mantiene el tono y los elementos de la primera tanda de episodios y funciona como una continuación directa de lo anterior. Nada más empezar, Sandy y Norman asisten a un funeral que da pie a los mejores momentos de humor negro de toda la serie. La muerte, en el fondo, es el gran tema de esta ficción: Lorre tiene 67 años. En estos episodios, Norman se enfrenta definitivamente a la muerte de su mujer, y eso significa conocer a una nueva -posible- pareja, Madelyn -nada menos que Jane Seymour-. Paralelamente, Sandy se enfrenta a su propia mortalidad y de paso, encuentra a un sustituto -casi de su edad- en Martin (Paul Reiser), pareja de su hija, quien, además, se hará cargo de su legado. Son temas difíciles, verdaderamente dramáticos, que  el guión -casi siempre de Chuck Lorre- aborda de forma humorística, en lo que constituye la mayor fortaleza de esta comedia. Los dos nuevos personajes mencionados, Madelyn y Martin, aportan sangre nueva y se incorporan de forma natural, en argumento que depara, además, el regreso de dos personajes de la primera temporada. Todo esto genera buenos momentos, como que la ex mujer de Sandy sea Kathleen Turner en un guiño a La guerra de los Rose (1989) dirigida por Danny De Vito, que hace un cameo incómodo como proctólogo en la primera temporada. Además, la gran debilidad de la serie, las clases que imparte Sandy, no demasiado bien integradas y sin un propósito claro, mejoran considerablemente en la segunda temporada, con algunas breves subtramas protagonizadas por los estudiantes, que aumentan el interés. El método Kominsky no es la gran serie -pocas lo son- pero con una trama sencilla, sin trampas, que se apoya en buenos diálogos, situaciones reconocibles y buenos actores, cumple de sobra. No hace falta pedir más.

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