Con un primer episodio soberbio que recoge el espíritu de las dos primeras temporadas, Vergüenza de Juan Cavestany y Álvaro Fernández Armero da un paso más allá en su tercera entrega. Partiendo de la vergüenza cotidiana y casi insoportable -como cuando pillan a Jesús (Javier Gutiérrez) haciendo caca en el monte (lo peor es que el muy imbécil intenta negarlo)- un episodio equívoco en un partido de baloncesto lleva el escarnio que suele sufrir el protagonista -y su entorno- de lo doméstico a lo mediático. Ahora todo el mundo mira mal a Jesús y eso le convierte en la víctima de una sátira que retrata a nuestra sociedad políticamente correcta hasta la censura, hipócrita, y sobre todo, muy rápida haciendo juicios y generando odios sin tener la más mínima información sobre los hechos. El humor de la serie siempre ha sido doloroso, pero ahora Jesús se transforma en un (anti)héroe trágico, con el que podemos identificarnos. Porque a cualquiera nos podrían pillar en alguna falta que, de alcanzar las temibles redes sociales, nos arruinaría la vida. Creo que todos conocemos a ciertos personajes que, convertidos en memes vivientes, deben haber sufrido considerablemente por una fama no deseada e incluso, inmerecida. En este sentido me parece significativa la imagen de Jesús huyendo de una muchedumbre, que resume el espíritu de la temporada.
Otra trama especialmente desagradable es el mezquino interés de Jesús por la fama, adquirida de mala manera y representada en la serie en su forma más chabacana posible, utilizando el gimnasio como hábitat natural del famoso actual. Allí aparece un auténtico freak como Leticia Sabater, juguete roto de la época en la que en este país se podía ser realmente famoso apareciendo en la única cadena de televisión que había, y que ahora intenta mantener su estatus de celebrity a toda costa, al precio de autohumillarse continuamente, modificando su cuerpo hasta límites dignos de la 'nueva carne' de David Cronenberg. Para aportar algunos toques de un humor más directo, el guión plantea también pequeñas subtramas como la halitosis del jefe de Nuria (Malena Alterio), que se resuelve en una escena estupenda que convierte precisamente la vergüenza en la fuente de la que proviene la hipocresía social. Hablemos también del cambio de personalidad del afable Óscar (Vito Sanz), convertido en un borde algo exagerado -y que con Itsaso Arana reedita la pareja de La virgen de Agosto-. Una especie de Doctor Jekyll y Mr. Hyde de lo políticamente incorrecto, que no deja de transmitir cierta oscuridad. La temporada presenta además, otras innovaciones como esas entrevistas psicológicas a los personajes que, a la manera de Big Little Lies, pero en tono paródico, desarrollan un whodonnit y también un 'quién ha muerto', que aporta un elemento de intriga inédito. Todo esto lleva a forzar el conflicto hasta límites insospechados, explorando la vergüenza patológica del protagonista y convirtiéndole en un personaje casi de cuento moral, en un final de temporada memorable. Me parece impagable que la única persona íntegra de toda la serie, la única que comprende a Jesús, sea un auténtico marginal social, del que casi todos sienten, cómo no, vergüenza.
Otra trama especialmente desagradable es el mezquino interés de Jesús por la fama, adquirida de mala manera y representada en la serie en su forma más chabacana posible, utilizando el gimnasio como hábitat natural del famoso actual. Allí aparece un auténtico freak como Leticia Sabater, juguete roto de la época en la que en este país se podía ser realmente famoso apareciendo en la única cadena de televisión que había, y que ahora intenta mantener su estatus de celebrity a toda costa, al precio de autohumillarse continuamente, modificando su cuerpo hasta límites dignos de la 'nueva carne' de David Cronenberg. Para aportar algunos toques de un humor más directo, el guión plantea también pequeñas subtramas como la halitosis del jefe de Nuria (Malena Alterio), que se resuelve en una escena estupenda que convierte precisamente la vergüenza en la fuente de la que proviene la hipocresía social. Hablemos también del cambio de personalidad del afable Óscar (Vito Sanz), convertido en un borde algo exagerado -y que con Itsaso Arana reedita la pareja de La virgen de Agosto-. Una especie de Doctor Jekyll y Mr. Hyde de lo políticamente incorrecto, que no deja de transmitir cierta oscuridad. La temporada presenta además, otras innovaciones como esas entrevistas psicológicas a los personajes que, a la manera de Big Little Lies, pero en tono paródico, desarrollan un whodonnit y también un 'quién ha muerto', que aporta un elemento de intriga inédito. Todo esto lleva a forzar el conflicto hasta límites insospechados, explorando la vergüenza patológica del protagonista y convirtiéndole en un personaje casi de cuento moral, en un final de temporada memorable. Me parece impagable que la única persona íntegra de toda la serie, la única que comprende a Jesús, sea un auténtico marginal social, del que casi todos sienten, cómo no, vergüenza.
Vergüenza es en mi opinión una de las mejores series que se han hecho en este país. Una ficción que con un humor arriesgado explora el sentimiento del título, las oscuridades del ser humano, en un retrato amargo de la sociedad -española- que representan sus personajes. En esta tercera temporada hay que resaltar cómo los autores, Cavestany y Fernández Armero, se atreven a expandir la serie, a profundizar en sus temas, a probar cosas nuevas. Todo lo que ocurre en esta ficción gira en torno a la vergüenza y ese rigor temático es de aplauso. No dejéis de verla.
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