De hecho, esta ficción sigue fiel a muchas de sus constantes, como la denuncia del machismo y la desigualdad de género; seguimos emocionándonos con dolorosas separaciones y reencuentros; se siguen explotando miedos femeninos sobre la maternidad -o la dificultad para engendrar- o sobre la posible pérdida de los hijos. Pero además se añaden temas de ficción política, como el enfrentamiento entre esos distópicos Estados Unidos y Canadá; se desarrollan temas sociales como el de los refugiados de Gilead, o la dificultad de criadas y martas -caso de Rita (Amanda Brugel) en el episodio Nightshade- para adaptarse a la vida en libertad. Nuevos asuntos que tienen un claro reflejo en la actualidad política de Estados Unidos e internacional y que buscan revitalizar un argumento desgastado, pero ¿Lo consiguen?
A partir de ahora paso al análisis breve, con spoilers, de cada episodio. La temporada se inicia con Pigs y con la reunión de dos actrices de la recordada Mad Men: Elisabeth Moss comparte escena con Mckenna Grace, que aquí interpreta a un personaje interesante pero algo extremo. En The Crossing -dirigido por Elisabeth Moss- la serie da un giro de 360 grados: June es capturada y escapa para volver a ser una fugitiva. Este capítulo recrea además momentos ya vistos, por ejemplo, en la segunda temporada, con nuevas escenas de tortura, y recupera a esa gran villana que es la tía Lydia (Ann Dowd). June sigue siendo una fugitiva en Milk, adoptando la trama aires más aventureros. El episodio Chicago tiene varios pasajes interesantes: presenta a un grupo de resistencia en el que Janine (Madeline Brewer) parece adaptarse a una nueva realidad, aparentemente más libre -aunque sin liberarse del todo de sus obsesiones-.
Vows y Home representan un verdadero cambio en la trama, que coloca a June en un estatus completamente diferente y la hacen afrontar nuevos conflictos fuera de Gilead, donde debe comenzar a afrontar todo lo que ha vivido, sin haber resuelto aún la pérdida de su hija, Hannah, a la que no ha podido rescatar. La transformación del personaje se completa en el episodio Testimony, dirigido también por Elisabeth Moss, en el que June se muestra obsesionada por vengarse de sus torturadores. Su monólogo, mirando a cámara, en un plano sostenido, relatando todo lo que ha sufrido, es tremendo. Su violento enfrentamiento con Fred y Serena seguramente había sido muy esperado. Esa sed de venganza es una interesante reflexión sobre las víctimas -de agresiones sexuales, del terrorismo, de dictaduras- y quizás un reflejo de la etapa post Trump que vive Estados Unidos, planteando una disyuntiva entre venganza y reconciliación. Otro apunte interesante es cómo Fred y Serena, a pesar de todos sus crímenes, encuentran apoyos y simpatizantes: vivimos en una época en la que hasta los peores crímenes pueden ser justificados. Seguimos con el episodio Progress, también dirigido por Moss, quien con ironía convierte una comida de 'tías' en la última cena cristiana, con la tía Lydia en el papel de Jesús. La trama se centra en el conflicto emocional de June, dividida entre Luke (O-T Fagbenle) y Nick (Max Minghella), o lo que es lo mismo, sufriendo por el divorcio entre la que era su vida anterior normal -en un estado de bienestar- y la víctima/superviviente en la que se ha convertido tras todo lo sufrido en Gilead. El guión coordinado por Bruce Miller coloca al espectador ante el dilema de seguir identificándose con June tras convertirse en una persona llena de rencor y deseo de venganza, un ejercicio interesante ¿Estamos dispuestos a perdonar ese odio que lógicamente siente tras haber sufrido lo indecible?
Convertidos definitivamente June y Fred en víctima y violador, en el episodio final de la cuarta temporada, The Wilderness, ella toma una decisión que desde luego, merece una reflexión. La protagonista apuesta por la venganza. Al parecer, incluso renuncia al rescate de su hija Hannah, con el fin de vengarse personalmente de Fred Waterford en un clímax polémico, discutible y violento, aunque contenido, que no se recrea especialmente en el final del comandante. El cuento de la criada otorga a las mujeres una venganza que pocas veces ocurre en la vida real. No estamos hablando de justicia -¿O sí?- sino de un ajuste de cuentas primitivo y catártico que debería dar mucho que hablar. Un final, por cierto, que recuerda al de un dictador linchado por su propio pueblo -pensemos, por ejemplo, en Muadar El Gadafi, ajusticiado en Libia-. No se trata de un final festivo, como, por ejemplo, el de Death Proof (2007) de Quentin Tarantino, en el que también un grupo de mujeres se toma la justicia por su mano. Aquí, la violencia pasa factura, psicológica y personalmente a June, como demuestra la mirada de horror de Luke y la mancha de sangre en el moflete de su hija, la bebé Nicole. Una mancha que, además, expresa las razones por las que June ha hecho lo que ha hecho: para que la siguiente generación no vuelva a sufrir la discriminación y la violencia contra la mujer.
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