El inocente es una buena muestra de la calidad de las series españolas de los últimos años. Destaquemos, primero, que está muy bien dirigida por el realizador Oriol Paulo -Durante la tormenta (2018)- que también es show runner junto al guionista Jordi Vallejo -No matarás (2020)-. Paulo dirige este thriller con buen pulso, manteniendo la tensión durante 8 capítulos de una hora de duración, lo que no es sencillo. La serie tiene un empaque muy potentes, con un cuidado diseño de producción. Mención aparte merece el montaje -de Alberto Guitérrez- sobre todo en las soberbias secuencias que presentan a los personajes, saltando de un punto de vista a otro, descolocando al espectador. Estas pequeñas historias dentro de cada capítulo son lo mejor de la serie, estupendos ejercicios de economía narrativa, con imágenes sintéticas, magnífico montaje y una música perfecta. Hay que sumar a las virtudes de El inocente un elenco de actores que son de lo mejor del cine español: Mario Casas, José Coronado, Alexandra Jiménez, Aura Garrido, Juana Acosta, Susi Sánchez, Ana Wagener, Gonzalo de Castro o la argentina Martina Gusman.
Dicho esto, hablemos del argumento, que adapta la novela del estadounidense Harlan Coben, y que se muestra muy atrevido al proponer una serie de enigmas sucesivos que enganchan sin remedio al espectador. La historia comienza con un trágico accidente que llevará al protagonista, Mateo Vidal (Mario Casas) a la cárcel, por homicidio. Pero eso es solo el principio, porque si algo tiene El inocente es un ritmo narrativo tremendo, que no deja respiro y que, de hecho, le acaba pasando factura, ya que los dos últimos episodios deben pagar el precio de esta estimulante apuesta: el espectador puede perderse con tanto giro de guión, y para aclarar el desenlace hace falta una buena cantidad de diálogos explicativos. Estamos ante un whodunit en el que debemos descubrir quién está detrás de todo lo que está pasando -imposible resumir todos los vericuetos argumentales- pero también ante una interesante idea temática: todo el mundo esconde algo, todo el mundo tiene un pasado, pecados ocultos, y todo el mundo merece una segunda oportunidad. O quizás no. En su primera mitad la miniserie es una huida hacia adelante en la que se plantean constantes incógnitas, pero en su segunda parte, estos misterios se van resolviendo poco a poco, lo que, lógicamente, resta interés al relato.
La ficción televisiva reciente se ha dedicado a evitar el síndrome del final de Perdidos, esmerándose en resolver todos sus misterios para que nadie acuse a los guionistas de perezosos o de falta de profesionalidad. Pero eso no es necesariamente bueno. En su empeño en dejar todos los cabos bien atados -secuencia post créditos incluida- El inocente renuncia a la ambigüedad y a darle margen a la imaginación del espectador, perdiendo poder de sugerencia. Además, las explicaciones y las identidades de los culpables -si es que hay alguien inocente aquí- acaban resultando algo forzadas, un mal, sin duda, menor. También podemos achacarle a esta ficción cierta tendencia al cliché, sobre todo cuando se describen ambientes de cine negro como comisarías de policía, prostíbulos o en la descripción de personajes, que van desde los narcotraficantes hasta una monja. Pero esto debe perdonarse porque lo que importante es el argumento, el enigma, las ganas de contar y en eso, El inocente, es brillante.
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