En Ferrari (2024), Michael Mann convierte a su protagonista, Enzo Ferrari (Adam Driver) en un monarca que lucha por mantener su reino a salvo de los enemigos. El guión que firma Troy Kennedy-Martin -basado en un libro de Brock Yates- nos muestra a Ferrari como un ex piloto de carreras convertido en un empresario que se enfrenta a la bancarrota de su negocio y a un matrimonio fallido tras la trágica pérdida de su hijo. Penélope Cruz -de nuevo en el papel de mujer fuerte pero rota, en el molde de Sophia Loren- es la reina que detenta parte del poder y que guarda celosamente su honra de las amantes -y los posibles herederos- de su marido. Ferrari es un hombre que se mueve siempre hacia adelante y al que veremos armar a sus caballeros para la guerra -los pilotos interpretados por Gabriel Leone y Patrick Dempsey entre otros-; lidiar con sus secretos (Shailene Woodley) y negociar con otros reyes enemigos -de Fiat o Maseratti-. Michael Mann nos cuenta este drama de época, sobre la pérdida, la culpa y la ambición, con su elegancia habitual, pero, quizás, con un material dramático algo endeble, demasiado ligero, que en varios momentos parece a punto de caer en el ridículo, en la parodia -esa escena de sexo a lo El cartero llama dos veces (1981)-. Todo se arregla en el clímax, una carrera estupendamente rodada y montada, en la que confluyen todas las tramas que antes parecían cabos sueltos y entra en juego el destino, para alcanzar un desenlace trágico que parece inevitable. Como en una tragedia griega, el destino de Ferrari parecía decidido de antemano y responde a sus faltas y a sus malas decisiones. Y como un héroe antiguo, Ferrari acepta el fatum cogiendo de la mano al futuro. Siempre hacia adelante.
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