A veces resulta difícil imaginar un mundo anterior al nuestro. Hoy, gracias a la omnipresencia de los teléfonos móviles, parece que todo queda registrado, que nadie hace nada sin grabarlo y compartirlo en las redes sociales. El documental La Marsellesa de los borrachos (2025) nos lleva a una época muy diferente, analógica y romántica, en la que existía algo llamado tradición oral. Era una época, no tan lejana, de canciones que se transmiten de generación en generación y de boca en boca, muchas veces sin un autor conocido y cuyas letras van variando cada vez que se interpretan. Eran canciones que estaban vivas, pero que, paradójicamente, siempre estaban en peligro de desaparecer. En su primer largometraje, el director Pablo Gil Rituerto propone un viaje musical y temporal a través de las canciones populares de resistencia. El recorrido que vemos en la película es doble: primero seguimos los pasos del colectivo italiano Cantacronache, formado en Turín en 1958. Algunos de sus miembros, como Emilio Jona, Lionello Gennero y Margot, recorrieron la España franquista en 1961, de forma clandestina, con una grabadora para registrar esas canciones que solo existían cuando eran interpretadas. El resultado de esa labor entusiasta quedó impreso en un libro, Canti della nuova resistenza spagnola, cuya publicación fue perseguida, claro, por las autoridades franquistas. En 2022, Gil Rituerto hace otro recorrido similar, siguiendo aquellos pasos y rescatando aquellas grabaciones o recréandolas con comprometidos artistas actuales como Nacho Vegas, Maria Arnal, Amorante o Labregos do tempo dos Sputniks. Las interpretaciones que vemos en pantalla son preciosas y emocionantes, cantadas desde los ideales por un mundo mejor. ¿Siguen vivos esos ideales?. La película de Rituerto es apasionante, porque si hemos dicho que hoy el mundo es muy diferente, también hay que decir que el peligro sigue siendo el mismo: no hace falta más que asomarse a las redes sociales. Hay algo de nostalgia en La Marsellesa de los borrachos, precisamente hacia ese mundo ya olvidado, en el que había menos formatos para registrar la realidad pero una causa muy clara por la que luchar.
LA MARSELLESA DE LOS BORRACHOS -MEMORIA HISTÓRICA
A veces resulta difícil imaginar un mundo anterior al nuestro. Hoy, gracias a la omnipresencia de los teléfonos móviles, parece que todo queda registrado, que nadie hace nada sin grabarlo y compartirlo en las redes sociales. El documental La Marsellesa de los borrachos (2025) nos lleva a una época muy diferente, analógica y romántica, en la que existía algo llamado tradición oral. Era una época, no tan lejana, de canciones que se transmiten de generación en generación y de boca en boca, muchas veces sin un autor conocido y cuyas letras van variando cada vez que se interpretan. Eran canciones que estaban vivas, pero que, paradójicamente, siempre estaban en peligro de desaparecer. En su primer largometraje, el director Pablo Gil Rituerto propone un viaje musical y temporal a través de las canciones populares de resistencia. El recorrido que vemos en la película es doble: primero seguimos los pasos del colectivo italiano Cantacronache, formado en Turín en 1958. Algunos de sus miembros, como Emilio Jona, Lionello Gennero y Margot, recorrieron la España franquista en 1961, de forma clandestina, con una grabadora para registrar esas canciones que solo existían cuando eran interpretadas. El resultado de esa labor entusiasta quedó impreso en un libro, Canti della nuova resistenza spagnola, cuya publicación fue perseguida, claro, por las autoridades franquistas. En 2022, Gil Rituerto hace otro recorrido similar, siguiendo aquellos pasos y rescatando aquellas grabaciones o recréandolas con comprometidos artistas actuales como Nacho Vegas, Maria Arnal, Amorante o Labregos do tempo dos Sputniks. Las interpretaciones que vemos en pantalla son preciosas y emocionantes, cantadas desde los ideales por un mundo mejor. ¿Siguen vivos esos ideales?. La película de Rituerto es apasionante, porque si hemos dicho que hoy el mundo es muy diferente, también hay que decir que el peligro sigue siendo el mismo: no hace falta más que asomarse a las redes sociales. Hay algo de nostalgia en La Marsellesa de los borrachos, precisamente hacia ese mundo ya olvidado, en el que había menos formatos para registrar la realidad pero una causa muy clara por la que luchar.
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