En los minutos finales de El apartamento (Billy Wilder, 1960), Fran Kubelik (Shirley MacLaine) corre por las calles de Nueva York hasta el inmueble que da título a la película. Acaba de descubrir que, en realidad, debería estar enamorada de un perdedor como C.C. Baxter (Jack Lemon) y no de su poderoso jefe. Esa carrera en busca del amor verdadero ha estado presente en los terceros actos de innumerables películas. Y de repente tú cumple con esa exigencia genérica. Su protagonista, Amy (Amy Schumer), corre también por las calles de la misma ciudad. Pero en todo lo demás, esta película es el reverso de una comedia romántica.
Precisamente, es la personalidad de la protagonista la que marca el tono. Amy Schumer -también guionista- resulta tan arrolladora como el título original de su obra: Trainwreck. Como ya he dicho, Schumer escribe una historia que, estructuralmente, es como cualquier comedia romántica: una chica conoce al chico perfecto, lo pierde y luego lo recupera. ¡Corre hacia él! Esa es precisamente la única pega de esta película, que el corsé conservador de esa estructura anula cualquier intención transgresora. Pero también es verdad que el personaje de Amy no tiene nada que ver con la pureza inocente de la Vivian Ward (Julia Roberts) de Pretty Woman (Garry Marshall, 1990). Tampoco tiene Amy la sonrisa de Julia. Mucho menos encaja el personaje de Amy en el arquetipo de la Manic Pixie Dream Girl, del que Fran Kubelik puede ser el primer ejemplo, pasando por la Summer (Zooey Deschanel) de 500 días juntos (Marc Webb, 2009) y hasta nuestra María de las Montañas (Leticia Dolera) en Requisitos para ser una persona normal (Leticia Dolera, 2015). Amy no aparece en la vida de Aaron (Bill Hader) para sacarle de una existencia gris: todo lo contrario, le mete en un montón de problemas. Amy tiene algo de sobrepeso -como Bridget Jones (Renée Zelwegger)- no es guapa y es un absoluto desastre: inmadura, promiscua, alcohólica y aficionada a los porros. Amy es la versión femenina de un personaje -masculino- de las películas del productor y director Judd Apatow.
En la filmografía de Apatow encontramos siempre a personajes infantiles -peterpanescos- e irresponsables que sufren el trance de tener que madurar: desde el Seth Rogen de Lío embarazoso (2007) al Paul Rudd de su secuela, This is 40 (2012). Amy es uno más de estos protagonistas, con la novedad de que es una mujer. Lo curioso es que Apatow ha sido acusado alguna vez de misógino, cosa que, al menos yo, encuentro absurda. En su defensa, solo decir que Amy Schumer es el último talento femenino que Apatow acoge bajo su ala. Recordemos también a la Kristen Wigg de La boda de mi mejor amiga (Paul Feig, 2011) y sobre todo a la Lena Dunham de Girls (2012).
Volviendo a los héroes de Apatow, su comportamiento inmaduro se manifestaba en la forma de cierta sensación de fracaso vital: desempleo, sobrepeso y pequeños vicios poco saludables. Todo esto en el marco de una historia casi costumbrista. Pero Amy Schumer aporta a esto algo diferente: un comportamiento infantil que ha sido un recurso clásico de la comedia. Desde Groucho Marx a Ace Ventura, un detective diferente (Tom Shadyac, 1994) pasando por Bugs Bunny y sin olvidar la regresión del doctor Barnaby Fulton (Cary Grant) en Me siento rejuvenecer (Howard Hawks, 1952). Esta actitud infantil se manifiesta en un saludable desafío a las normas sociales y a lo políticamente correcto. Amy se comporta siempre de forma grosera, insensible y burlona: sigue el modelo del personaje más entrañable de la película, su padre, Gordon (Colin Quin). Ese comportamiento irreverente lleva al personaje al extremo, casi, de romper la cuarta pared. Nunca lo hace. Amy se comporta como el Peter Venkman (Bill Murray) de Los Cazafantasmas (Ivan Reitman, 1984), como si el personaje supiera que está en una película, mientras el resto actúa como si aquello fuera la "vida real". Y esto, para mí, es lo mejor de Y de repente tú.
Conocemos el estilo expansivo de Judd Apatow. Sus películas suelen ser muy largas -para ser comedias- ya que permite que sus actores improvisen. En este caso, me huelo que esos momentos espontáneos aportan los apuntes más brillantes, precisamente cuando la protagonista se comporta como una cría: las caras que pone cuando describe el sexo con Aaron o su falta de seriedad cuando le colocan en el cuerpo unos sensores de movimiento. Para que todo esto tenga gracia, hace falta que alguien adopte el papel de "serio". Resulta curiosa la elección de un cómico genial como Bill Hader para un personaje como el de Aaron, cortado utilizando el patrón del hombre ideal, de un Richard Gere, para entendernos. Aaron incluso tiene al clásico amigo-consejero-graciosillo en ¡LeBron James! (Apatow mete con calzador su muy masculino frikismo deportivo). Pero, por suerte, a pesar de su sacrificio, Bill Hader tiene también la oportunidad de demostrar su talento en lo que seguramente es otra improvisación: cuando Amy le enseña a hacer el gesto de "pedir la cuenta" en un restaurante. No hace falta gritar "¡La cuenta!" al mismo tiempo.