Lee esto solo si has visto la deliciosa Irrational Man, la penúltima película de Woody Allen -ya estará haciendo otra- que seguramente será considerada una obra menor en una filmografía con más de un clásico. Pero no te dejes llevar por la opinión generalizada, porque precisamente la película de Allen habla de hacer justo lo contrario. Habla de dos fuerzas. La primera es un impulso verdadero -irracional- nacido en el corazón de un personaje que había pensado demasiado la vida. Una decisión existencial que le devuelve al héroe las ganas de vivir. La otra fuerza, lamentablemente es mucho más poderosa: es la mentalidad del rebaño, la moral del telespectador, los rumores maliciosos sobre el protagonista de esta historia. Ese personaje es Abe Lucas (Joaquin Phoenix), un profesor de filosofía que comete dos errores. El primero es que le enseña a sus alumnos que la filosofía son solo palabras -pajas mentales dice- y que tiene poco que ver con la vida real. El segundo error es que él mismo no cree en lo que dice.
"Soy Abe Lucas y he matado", dice tras haber envenenado a un juez corrupto. Abe es un nihilista en la línea del Stanley (Colin Firth) de Magia a la luz de la Luna (2014) con la inteligencia suficiente para cometer el crimen perfecto. Su coartada moral es la banalidad del mal de Hannah Arendt, que le permite decidir que ese juez al que acaba asesinando es realmente malvado. Y luego está Crimen y Castigo de Fiodor Dostoievski, de la que esta película copia su estructura fielmente excepto en un punto: Abe, no es como Raskólnikov. Abe, no se siente culpable. No se agobia. No se sale con la suya, en parte, por culpa de su propia teoría filosófica sobre el azar: esa linterna ganada por pura suerte en una feria será también la causa de su final. Todo por pura casualidad. El azar ya estaba presente en Match Point (2005) pero también está en la mirada de Noah Hawley, autor de la primera temporada de Fargo (2014) otra historia sobre decisiones existenciales, crímenes, castigos y casualidades.
Pero la verdadera ruina para Abe es la preciosa y encantadora Jill (Emma Stone). Woody Allen sabe que su protagonista es demasiado listo para sentirse culpable como Raskólnikov y decide personificar la conciencia -la mentalidad conservadora- en esa arrebatadora niña pija aburrida de su insípido novio. Jill se siente atraída por el atormentado Abe hasta que su aura de peligro se convierte en una transgresión real. Había hecho caso omiso a lo que todo el mundo decía de Abe -el "qué dirán"- y se enamoró de él cuando le conoció verdaderamente. Pero todo se tuerce cuando Jill comienza a escuchar lo que le cuentan los otros (a los que Sartre llamó el infierno). Jill descubre que estaba enamorada de las ideas, pero siempre creyó que lo de Abe no eran más que... pajas mentales. En cuanto Jill descubre que Abe es algo más que palabras, decide, de una forma verosímil -pero cobarde- volver a su vida segura -pero gris- y hacer como si nada hubiese pasado. Jill es la auténtica "mala" de esta película.
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