"¡Cerda capitalista!" grita una mujer tras echarle encima un cubo de pintura roja a una rubia pija que pasea con su bebé. La madre, impotente, chilla, pero no escuchamos sonido alguno mientras aparece, en grandes letras rojas, el título de la serie: Mr. Robot. La escena podría haberla firmado el Jean-Luc Godard de los años Mao, el de La Chinoise (1967). Pero su autor es Sam Esmail, creador, guionista y director de cada capítulo de la segunda temporada de una de las mejores ficciones que he visto en televisión. Si destaco este momento es porque me parece un ejemplo significativo de por qué me gusta tanto esta serie. La escena no hace avanzar la trama -los teóricos del guión más pragmáticos la habrían eliminado- pero se queda en la memoria, hace pensar. Establece un tono, un estado de ánimo. Es verdad que en Mr. Robot de vez en cuando nos perdemos en el sentido de cada escena individual. Es inútil -y agotador- buscar cómo encaja cada cosa que vemos en un argumento general. Pero si nos olvidamos de esa mentalidad lineal, de esa manía de colocarlo todo en pos de un desenlace, si aprendemos a disfrutar del momento, amigos, estamos ante una serie única.
Todos
sabemos que los show runners llevan el timón de las series y
asumen las decisiones creativas más importantes, pero que Sam Esmail dirija
cada capítulo de la segunda temporada convierte a Mr. Robot en la primera serie verdaderamente
"de autor", en el sentido cinematográfico, en la acepción del término
que acuñó la Nouvell Vague.
Habría que citar el famoso texto de La cámara
pluma, en el que el crítico Alexandre Astruc hablaba de
"escribir con la cámara". Sam Esmail coge los textos de su equipo de
guionistas y con su caligrafía visual hace tremendamente personal lo que en
cualquier otra serie suele ser una realización funcional pero plana, estándar,
fría. Esmail convierte cada capítulo en una pequeña película indie. Así, la coherencia entre
lo que se cuenta y cómo se cuenta es total. Esmail se permite el lujo
de ser menos narrativo para crear un estado de ánimo que puede ser mucho más
estimulante que los giros de guión -buenos o malos- a los que estamos
acostumbrados. Así, el apartado visual de Mr.
Robot es otro de sus grandes
distintivos. Junto a su director de fotografía -Tod Campbell, que también
ha trabajado en StrangerThings y Girls- Esmail ha decidido
encuadrar a todos los personajes en la parte inferior o en un margen del plano. Esto deja
muchísimo aire alrededor de sus cabezas, dando una terrible sensación de
incomunicación y de soledad. ¿Recordáis el cuadro Perro semihundido de Francisco de Goya que se puede ver
en el Museo del Prado? Pues algo parecido hay en cada plano de Mr. Robot. Tristeza y soledad en cada plano.
Esa visión tan personal de la vida que aporta Esmail es rara. Diferente. Hace
un intento -creo que honesto- de reflejar una forma de sentir -creo que
universal- sobre el estado actual de las cosas, apelando a temas que deberían
preocuparnos a todos.
Otra cosa
que distingue a Mr. Robot de cualquier otra serie que estás
viendo ahora mismo es su narración subjetiva. La voz en off de Elliot Alderson (Rami Malek) filtra
todo lo que vemos y sabemos de la historia. No estamos ante una muleta
narrativa -como en Narcos (2015)- para agilizar el ritmo y
ocultar carencias de presupuesto. Esta voz en
off incluso nos miente. Si habéis visto la primera temporada de la
serie sabréis a qué me refiero. En el octavo episodio se produce un giro, una
sorpresa, que lo cambia todo. O quizás no cambia nada. Cuidado que vienen spoilers. Estamos ante lo
que parece la historia de un joven informático -un hacker- reclutado por una
misteriosa organización, FSociety -a imagen y semejanza de Anonymous aunque cambiando
la máscara de V de Vendetta (1988) por la de Mr. Monopoly-
para luchar contra una maligna corporación, Evil
Corp -a imagen y semejanza de Apple, Google o Microsoft-.
Hasta aquí, estamos ante algo similar a Matrix (1999) sin las artes marciales. Elliot
casi comparte apellido, cambiando una letra, con Neo (Keanu Reeves). Pero ya
hemos dicho que la narrativa de Mr.
Robot tiene más que ver con
el cine de autor, indie o como
queráis llamarlo, que con la claridad expositiva de Hollywood o de tu serie favorita tipo Homeland (2011). Aquí no tienen en
cuenta al espectador medio. La serie tiene poca acción dramática -pasan pocas
cosas- y se apoya mucho más de lo normal en crear emociones utilizando la
imagen, el montaje y la música. En esto me recuerda mucho a la británica Utopia (2013), aunque sin los excesos
cromáticos de aquella. Mr.
Robot tiene más que ver con Pi (Darren Aronofsky, 1998) que con House of Cards (2013). Ahora bien, el giro dramático
antes referido desvela un referente obvio, El
club de la lucha (David
Fincher, 1999). Comparte Mr.
Robot con la novela de Chuck
Palahniuk una insatisfacción cotidiana contra el sistema, la rabia
anticapitalista del marginado y el deseo oculto de una revolución por la vía
violenta que acaba en autodestrucción. El padre de Elliot, Mr. Robot (Christian
Slater), es aquí Tyler Durden (Brad Pitt). El creador de la serie, Sam Esmail,
confiesa esta influencia al utilizar el tema Where
is my mind de Pixies -aunque en la versión al piano de
Maxence Cyrin- que recordaréis acompañaba a la escena final de El club de la Lucha. La de la
revolución. Lo que confirma que, en el fondo, todos tenemos un antisistema en
nuestras cabezas. Pero quizás habría que estar loco para tomárselo en serio.
Curiosamente, el otro referente de Mr.
Robot parece ser otro
escritor famoso de la llamada generación
X: el Bret Easton Ellis de American
Psycho (1991). El personaje
de Tyrell Wellick (Martin Wallström) recuerda a Patrick Bateman (Christian
Bale). Un psicópata -asesino- inteligente, trepa, ambicioso, hedonista, guapo y
sin moral. Recordemos que, al final de American
Psycho, descubrimos, también, que quizás todo ha ocurrido en la mente del
protagonista, cuya voz en off,
también, nos acompaña -y nos engaña-. La narración de Mr. Robot va más allá,
rompe la cuarta pared, interpela directamente al espectador y, de hecho, nos
trata como si fuéramos otra personalidad alucinatoria del protagonista, lo que
nos convierte en parte de la subjetividad absoluta de la serie. De hecho,
Elliot nos pregunta si hemos presenciado la deseada "revolución", que
ocurre en off. La
transgresión asesina de American
Psycho existía solo en la
mente de Patrick Bateman y la repercusión del plan del narrador (Edward Norton)
de El club de la lucha también
quedaba en nuestra imaginación. Pero el último capítulo de Mr. Robot ocurre tras una revolución eludida
mediante una elipsis. Esmail da un paso que no dieron Palahniuk, ni Fincher, ni
Easton Ellis: nos cuenta el día después.
La
segunda temporada de Mr. Robot sube el nivel de exigencia al espectador.
En los primeros episodios la historia casi no progresa, sino que se instala en
los momentos posteriores al "fin del mundo". La trama se hace densa y
difícil de digerir. Cuando normalmente las series de éxito acumulan giros,
sorpresas, muertes de personajes -véase TheWalking Dead o Juegode Tronos- cayendo sin remedio en la contradicción, en la incoherencia, en
lo inverosímil, Mr.
Robot avanza lentamente o
incluso retrocede, para explicar el pasado de sus personajes, para ahondar
en las situaciones, agregando capas y capas de significado, concentrándose
menos en lo que se cuenta y más en cómo se cuenta. Se detiene el tiempo en un
argumento paranoico en el que los personajes no emprenden ninguna acción
mientras el cerco se estrecha sobre ellos. Casi toda la trama principal ocurre
dentro de la cabeza de Elliot. ¿Para que hacer avanzar la trama cuando se
puede profundizar infinitamente en los personajes? Hay un capítulo -el
segundo- en el que Elliot se aísla del mundo y trata de resolver sus problemas
mentales. Un episodio casi entero dedicado a los esfuerzos del protagonista por desterrar
la personalidad de su padre de su psique. Es una entrega equivalente al
episodio de la desintoxicación de la primera temporada. En otro momento,
un flashback nos
enseña cómo se gestó FSociety y el origen del aspecto de Mr. Robot.
Descubrimos que viene de una falsa película, La
cuidadosa masacre de la burguesía, un guiño
a Buñuel para titular un slasher en
el que un asesino en serie utiliza la mencionada máscara del Monopoly. También
descubrimos que Elliot ha guardado escrupulosamente la chaqueta de su padre de
la tienda de informática y conocemos a su madre. ¿Se puede ser más
freudiano? Hay otro momento en el que la narración en off rompe la cuarta pared y Elliot nos
pide que miremos una habitación de su piso para averiguar lo que puede querer
la parte escindida de su personalidad que representa a su padre. Así, el
octavo episodio de la segunda temporada renueva el esquema de la primera, con
otro giro que lo cambia todo, en la trama sobre el inquietante Ray -Craig
Robinson de The Office-.
Eso sí, tras este nuevo "engaño", Elliot rompe -otra vez- la
cuarta pared para pedirnos perdón y prometernos que esto no volverá a ocurrir.
Pero no hay trampa en Mr.
Robot. Este nuevo giro sorpresa simplemente nos hace replantearnos el
escenario de todo lo que hemos visto, pero el sentido dramático se mantiene
intacto.
El mejor
logro de Mr. Robot es que consigue ahondar en su
protagonista y al mismo tiempo desarrolla unos secundarios más que
interesantes. Como la desconcertante evolución de Angela (Portia
Doubleday), convertida en una zombie de la autoayuda, que pacta con el diablo,
con Evil
Corp, el enemigo que intentaba derrotar. La -recién descubierta- hermana de
Elliot, Darlene (Carly Chaikin), tiene un arco moralmente paralelo, tras
convertirse en la cabecilla de FSociety, lidiar
sola con las consecuencias del ciberataque, y sobre todo con su propia vendetta personal. Incluso personajes
tan poco importantes como los hackers Trenton (Sunita Mani) y Mobley
(Azhar Khan) disfrutan de un episodio en el que se convierten casi en
protagonistas gracias a un flashback que
desvela cómo se conocieron. Se amplía también el papel de la perturbadora
y fría Joanna Wellick (Stephanie Corneliussen): el misterio del paradero de su
marido, Tyrell Wellick (Martin Wallström), es una de las claves de estos
últimos episodios. Por si fuera poco, hay nuevas incorporaciones,
apasionantes, como la agente del FBI Dominique DiPierro, interpretada por la
hija de Meryl Streep, Grace Gummer, que se sale con un personajazo adicto a las
piruletas y la única fan de Romy
y Michele (1997). Hablemos también de los "malos", las oscuras organizaciones Evil
Corp y The
Dark Army, antes opuestas, ahora se revelan como parte del mismo mal.
En cuanto a los líderes de cada facción, el primero es muy real, Phillip Price
(Michael Cristofer), un poco el gran villano de nuestro tiempo, la cara de una
gran corporación que normalmente no tiene rostro, con una sed de poder tremenda
-siempre quiere ser el "más poderoso" de la habitación- y una falta
de escrúpulos escalofriantemente verosímil. Da más miedo que el payaso de
Donald Trump. El otro villano, en cambio, es muy pulp, la
travestida Whiterose (BD Wong), rodeada de exotismo oriental, que en un momento
maravilloso -que incluye una Commodore 64- se pregunta qué es real y qué
es simulación. En esto, Mr.
Robot recuerda también a Matrix, aunque juega a
difuminar la realidad de una forma más sutil, entre el sueño, el subconsciente.
Todo lo que rodea a The Dark
Army es también de un surrealismo lyncheano. En todo caso, ambos
"malos" mueven los hilos sin prestarle demasiada atención a los
protagonistas, como dioses griegos en lo alto del Olimpo.
Para
completar los ingredientes de una serie absorbente, están las continuas referencias
a la cultura popular. Como el amigo de Elliot, Leon (Joey Bada$$), que
solo habla de episodios de la mítica Seinfeld (1989-1998). Como el uso del Basket Case de Green Day ¡en versión nana infantil de los Twinkle Twinkle Little Star! en
la preciosa escena en la que Elliot debe aprender a soñar. O como el episodio
con lenguaje de sitcom de
los 90, en el que la psique de Elliot se refugia ante el peligro exterior
utilizando a Alf. El verdadero Alf. Estas referencias se mezclan con temas
de calado, muy actuales, como la Ley Patriota, Occupy Wall Street, o el
movimiento de los indignados. Pero Mr.
Robot no utiliza estos temas
con oportunismo. Los hackers de FSociety acaban cometiendo crímenes para
llevar a cabo su "revolución" -que en el fondo esconde una venganza
personal- que convierte a los "héroes" en algo tan malo
como lo que combaten. El mejor ejemplo es el sexto episodio, en el que tras
destapar que el FBI ha invadido la privacidad de millones de ciudadanos
estadounidenses para vigilarles, ellos mismos violan los datos personales de
uno de sus enemigos para hacerle chantaje.
¿Por qué es única Mr. Robot? Un momento de esta segunda temporada podría resumirlo para mí. Estamos al final del octavo episodio y nos cuentan que la agente del FBI, Dominique, por fin ha dado con el paradero de los hackers, Darlene y Cisco (Michael Drayer). Pero los asesinos de The Dark Army se han adelantado. Se produce un tiroteo en una cafetería que Esmail resuelve -quizás- como lo habría hecho Michael Haneke: en un plano general la escena se desarrolla en off: no vemos el arresto de Darlene y su novio, pero sí escuchamos los disparos de los pistoleros en un momento propio del cine de acción hongkonés. Ese plano general es una opción estética de distanciamiento que esconde si alguno de los personajes ha muerto, es decir, esconde elegantemente un mecanismo argumental típico del serial de aventuras, un cliffhanger, pero sin trampas. Mr. Robot utiliza narrativa compleja con pretensiones artísticas pero se sirve de mecanismos "pueriles" de la cultura popular. De los típicos giros que enganchan sin remedio.
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