La imagen clímax de dos enamorados que corren cogidos de la mano, mientras en segundo plano vomita un niñato irlandés que ha bebido demasiado, podría resumir las intenciones del director y guionista John Carney. Le conocéis de sobra por Once (2007) y Begin Again (2016), películas que mezclaban lo romántico y lo musical, así que ya sabéis de qué palo va este señor. Aquí nos cuenta básicamente lo mismo -los sueños como combustible del motor de la felicidad- aunque rebajando considerablemente la edad de sus protagonistas: ahora se trata de chavales de instituto. Sing Street es como mezclar Billy Elliot (Stephen Daldry, 2000) y The Commitments (Alan Parker, 1991). Hay una parte de mí que se lo pasó muy bien viendo esta película, pero también hay otra que siente una gran vergüenza por admitirlo. La película tiene la energía que transmiten esos chavales que intentan montar un grupo de música, inspirados por todas aquellas bandas ochenteras con hombreras y demasiado maquillaje: The Cure, Duran Duran, Spandau Ballet.
El protagonista, Conor (Ferdia Walsh-Peelo), es el chaval sensible de padres divorciados que sufre un infierno en el instituto y que se enamora de la chica que no debe, con el que decididamente me siento identificado. El objeto de su amor se llama Raphina, interpretada por Lucy Boynton, joven actriz perfecta para darle vida a la chica de nuestros sueños, y que probablemente será una estrella de cine en el futuro cercano. Los colegas de Conor tienen el carisma de los chavales de Stranger Things (2016) y cuando graban sus primeros videoclips consiguen la simpatía naive de Rebobine, por favor (Michel Gondry, 2008). Todo esto funciona de maravilla en la película y eso que lo mejor es, para mí, su historia de amor, que se apoya en la torpeza de Conor y en lo irresistible que resulta esa Raphina que intenta parecer una chica mala. Estos dos personajes, que al principio no parecen tener química ninguna, acaban fabricando algo parecido a las cosquillas de un primer beso. Sing Street no siente vergüenza de ser romántica, inocente, inmadura e incluso cursi. La filosofía de la propia película hace del riesgo y del no tenerle miedo al ridículo, su bandera. El problema es que todo se resquebraja por dos elementos que no acaban de convencer. Por un lado, el personaje del hermano mayor de Conor, Brendan (Jack Reynor), acaba resultando impostado. Se habría beneficiado de algún elemento diferenciador que lo alejase del cliché. Por otro lado, en algún momento, las canciones -no románticas- del grupo de Conor se aproximan peligrosamente a la rebeldía fabricada de una boy band. Creo que Sing Street habría sido una película de culto con un tono más realista y sucio. Quizás por eso John Carney colocó a un niñato irlandés vomitando detrás de la romántica imagen de sus protagonistas corriendo, cogidos de la mano.
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