Entretenida pero sin alcanzar el nivel de Jessica Jones y Daredevil, Netflix continúa construyendo con Luke Cage su ambicioso Universo Marvel televisivo que se completará con las futuras Iron Fist (2017) y The Defenders (2017). La propuesta de esta tercera serie es tan sencilla como atractiva: mientras Los Vengadores se ocupan de invasiones alienígenas en Manhattan, en Harlem, Luke Cage se pega con matones de barrio. En el Universo Marvel Cinematográfico cabe de todo -casi tanto como en los cómics- desde la space opera de Guardianes de la galaxia (2014) hasta el realismo urbano de estas series de Netflix. En ellas, parece haber una exigencia estética: nada de colores chillones. El primero de los héroes de la cadena, Daredevil, no se puso su famoso traje rojo hasta el final de la primera temporada y los elementos fantásticos de su historia no aparecieron hasta la segunda, con algunos toques de magia y una bienvenida ración de ninjas. Luego está la mencionada Jessica Jones, (anti)heroína con tendencia a beber demasiado que rechaza la idea de ponerse unas mallas coloridas para no parecer una estripper. Aquí, Luke Cage (Mike Colter) aparece fugazmente con el traje amarillo que utilizó el personaje en los años 70, para descartarlo enseguida por pura vergüenza. En todo caso, este realismo callejero está en Luke Cage ya desde su origen en las viñetas. Conocido también como Power Man, el héroe de alquiler, fue un temprano hijo del blaxploitation -Shaft (Gordon Parks, 1971) se había estrenado un año antes. Eso sí, pasada esta moda, tuvo que unir sus fuerzas con un compañero nacido de la fiebre por el kung-fu, Iron Fist, para que sus aventuras pudieran seguir publicándose.
En 2016, el blaxploitation no tiene demasiado sentido, pero el sentimiento de desigualdad de los afroamericanos en Estados Unidos es quizás tan fuerte como entonces: las recientes muertes de negros desarmados, abatidos por la policía, han causado la indignación general. Todo esto se refleja en esta serie creada por Cheo Hodari Cocker, show runner con experiencia en dramas de temática similar -barrios afroamericanos empobrecidos, crimen, gangsterismo, tráfico de drogas- como la policial Southland (2010-2012) o la biográfica Notorious (2009): el villano de Luke Cage tiene en su despacho un retrato del fallecido rapero Notorius B.I.G. Así, los elementos de la cultura afroamericana juegan un papel clave en esta ficción, que establece como escenario Harlem, en una operación similar a la de Daredevil con Hell´s Kitchen. El centro de operaciones de Cage es una barbería de barrio, en la que se escuchan continuas conversaciones sobre baloncesto NBA -que yo disfruté enormemente, pero supongo que a los no iniciados les sonará a chino-. El cubil del villano, un club, permite además la constante aparición de artistas de la música negra -escucharemos al menos una canción por episodio-. Posteriormente, el rapero Method Man hace un pequeño papel -y rapea sobre Cage- en un momento bastante importante de la trama. El comentario social en Luke Cage es constante: la serie se refiere continuamente a la situación de los afroamericanos, con referencias a líderes históricos como Malcolm X o Marthin Luther King. Todo esto da color a una ficción que adopta la forma genérica del cine o la novela policíaca. Los personajes tienen conversaciones filosóficas con apuntes a la cultura popular -ya he mencionado el baloncesto- que recuerdan al cine de Tarantino. El cuarto episodio, fiel al origen impreso del personaje, se inscribe vía flashback en el subgénero del cine carcelario, en una entrega dirigida por Vincenzo Natali, autor del film de culto Cube (1997).
Hay una escena en Luke Cage, en la que el héroe reconoce haberse enamorado de la idea de una mujer que nunca ha existido (lo que cierra una subtrama abierta nada menos que en Jessica Jones). La confesión es un momento aislado en la historia, una pincelada romántica, cursi pero honesta, que pilla desprevenido al espectador. Luke se comporta aquí como un adolescente de autoestima maltrecha, cuando el resto del tiempo ha sido un superhéroe de pocas palabras. Esa herida en su corazón contrasta con la impenetrabilidad de su piel, a prueba de balas. Es el momento más humano del personaje. El mejor momento de esta serie, sin embargo, llega cuando Cage se convierte en un símbolo. Lo verbaliza el mencionado rapero Method Man: Luke es un héroe porque es un afroamericano que no tiene miedo. En un clima en el que la policía de Estados Unidos es sospechosa de brutalidad innecesaria contra los negros, los habitantes de Harlem en esta ficción deciden vestir sudaderas con agujeros que simulan ser de bala. Todos son Luke Cage en una escena que nos hace pensar en los esclavos de Espartaco (Stanley Kubrick, 1960). Hay, además, momentos sanamente divertidos, como la secuencia en la que Cage se dedica a sabotear los negocios del villano Cottonmouth (Mahershala Ali) o la pelea a puñetazo limpio contra Diamondback (Erik LaRay Harvey).
Lo que falla en Luke Cage es, primero, su dependencia del entramado Marvel-Netflix. Su inicio está hipotecado a haber visto Jessica Jones, lo que lastra el interés por la serie, que tarda considerablemente en encontrar su propia voz. Hay que hablar, además, de la llamada "narrativa descomprimida", un estilo intencionadamente lento que se centra en aspectos secundarios, irrelevantes de la historia. Utilizada en los cómics por el guionista Brian Michael Bendis, creador de Jessica Jones y resucitador del propio Luke Cage como su pareja sentimental, dicha narrativa está bien utilizada en Daredevil -allí, que el héroe se ponga su traje por primera vez, es todo un evento que en los cómics se resolvía en un par de viñetas- y en Jessica Jones. Pero esta narrativa resulta demasiado lenta en Luke Cage. Falta carne para una historia que se estira demasiado hasta abarcar 13 episodios difícilmente justificables. Por otro lado, mientras en Daredevil y en Jessica Jones hemos asistido a la creación -o adaptación- de grandísimos villanos, como Kingpin, Kilgrave, Punisher y Elektra, en Luke Cage el héroe se opone a demasiados antagonistas, todos personajes menores. La mejor villana, creo yo, es Mariah Dillard (Alfre Woodard), una "mala" más propia de The Wire (2002). Tampoco está mal Shades, magnéticamente encarnado por Theo Rossi, aunque su estilo interpretativo acabe desgastándose. Pero lo peor son los villanos "principales". No se entiende el relevo que Diamondback hace a Cottonmouth, cuando en definitiva resultan intercambiables. En esencia, podrían haberse unificado en un solo personaje con más entidad. Por el contrario, la serie cumple en cuanto a sus secundarios. Pop (Frankie Faison) es un mentor muy importante en la trama, el espíritu de la serie y la inspiración para la acción heroica de Cage. Misty Knight (Simone Missick) es una policía con aristas, fuerte pero frágil, mujer y afroamericana en un retrato bastante realista. Por último, el único personaje con presencia en las dos temporadas de Daredevil y en la de Jessica Jones, reaparece aquí: Claire Temple. Rosario Dawson tiene carisma y su presencia mejora cada escena en la que aparece, supliendo incluso la ausencia de verdadera química con Mike Colter. Luke Cage es el lugar al que pertenece realmente Claire, ya que es en dicha serie de cómics cuando aparece por primera vez, sin olvidar que el personaje también tiene elementos de la enfermera de otro tebeo -sin superhéroes- titulado Night Nurse (1972).
Lo que falla en Luke Cage es, primero, su dependencia del entramado Marvel-Netflix. Su inicio está hipotecado a haber visto Jessica Jones, lo que lastra el interés por la serie, que tarda considerablemente en encontrar su propia voz. Hay que hablar, además, de la llamada "narrativa descomprimida", un estilo intencionadamente lento que se centra en aspectos secundarios, irrelevantes de la historia. Utilizada en los cómics por el guionista Brian Michael Bendis, creador de Jessica Jones y resucitador del propio Luke Cage como su pareja sentimental, dicha narrativa está bien utilizada en Daredevil -allí, que el héroe se ponga su traje por primera vez, es todo un evento que en los cómics se resolvía en un par de viñetas- y en Jessica Jones. Pero esta narrativa resulta demasiado lenta en Luke Cage. Falta carne para una historia que se estira demasiado hasta abarcar 13 episodios difícilmente justificables. Por otro lado, mientras en Daredevil y en Jessica Jones hemos asistido a la creación -o adaptación- de grandísimos villanos, como Kingpin, Kilgrave, Punisher y Elektra, en Luke Cage el héroe se opone a demasiados antagonistas, todos personajes menores. La mejor villana, creo yo, es Mariah Dillard (Alfre Woodard), una "mala" más propia de The Wire (2002). Tampoco está mal Shades, magnéticamente encarnado por Theo Rossi, aunque su estilo interpretativo acabe desgastándose. Pero lo peor son los villanos "principales". No se entiende el relevo que Diamondback hace a Cottonmouth, cuando en definitiva resultan intercambiables. En esencia, podrían haberse unificado en un solo personaje con más entidad. Por el contrario, la serie cumple en cuanto a sus secundarios. Pop (Frankie Faison) es un mentor muy importante en la trama, el espíritu de la serie y la inspiración para la acción heroica de Cage. Misty Knight (Simone Missick) es una policía con aristas, fuerte pero frágil, mujer y afroamericana en un retrato bastante realista. Por último, el único personaje con presencia en las dos temporadas de Daredevil y en la de Jessica Jones, reaparece aquí: Claire Temple. Rosario Dawson tiene carisma y su presencia mejora cada escena en la que aparece, supliendo incluso la ausencia de verdadera química con Mike Colter. Luke Cage es el lugar al que pertenece realmente Claire, ya que es en dicha serie de cómics cuando aparece por primera vez, sin olvidar que el personaje también tiene elementos de la enfermera de otro tebeo -sin superhéroes- titulado Night Nurse (1972).
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